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«Tengo este reto. Lo voy a hacer, que además Felines es de Aluche, como yo, y le he visto trabajar. Así que vamos a retarnos», dijo Guillermo Fernández Romo en su momento de mayor debilidad en la pasada temporada. Justo antes de perder de ... forma estrepitosa, 3-0, frente al Valladolid Promesas. Fue la última derrota de su equipo hasta la consecución del ascenso. Ese reto era completar dos temporadas consecutivas en el movedizo banquillo de los Campos de Sport. Felines fue el último en lograrlo, hace treinta años pasados. Y la maldición ha engullido a otro entrenador más. Y van 36. El fin de los procesos. La Romoneta se salió de la carretera. El fútbol champagne perdió su fuerza.
Guillermo Fernández Romo ya había trabajado en Cantabria durante su estancia en el Noja, en la 2010-11, en Tercera División, cuando llegó al Racing de la mano de Chuti Molina para hacerse cargo de las secciones inferiores del club verdiblanco. Era mayo de 2018. En agosto, el madrileño abandonó el cargo. Él quería entrenar, aunque fuese en un club mucho más modesto que el cántabro. Y se fue a ocupar el banquillo del humilde Ejea, de la parte baja de Segunda División B.
Con Chuti Molina ya fuera de Santander y tras la fallida estancia de Jose Mari Amorrortu como máximo responsable deportivo en La Albericia, a Guillermo Fernández Romo aún le quedaba un vínculo en El Sardinero. El director general, Víctor Alonso, fue el principal valedor del nombre del entrenador, que venía de cubrir dos buenas temporadas en el Cornellà, de Segunda División B. Iba a ser el elegido para dirigir al Racing en el estreno de la Primera RFEF.
Codo con codo con Alonso, en un nuevo cambio de modelo del club, Romo confeccionó una plantilla que tenía prácticamente al completo bastante antes de empezar la competición. Otra retahíla de fichajes, algún que otro repetidor de la peor campaña de la historia del club y los canteranos que había dejado como único -y no pequeño- beneficio el paso de Amorrortu por Santander. El Deportivo era el gran favorito y el Racing, la segunda opción. Al menos, por presupuesto.
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Y así arrancó el campeonato. Con los gallegos apabullando y los cántabros, al tran-tran. Así, hasta la jornada 12, donde ya se colocaron en los puestos previstos. Primero y segundo. El juego resultadista de Romo no convencía. Especialmente tras dos duras derrotas, ambas por 3-0, frente a Cultural Leonesa y Valladolid Promesas. Tampoco algunas gestiones individuales, como las suplencias puntuales de Pablo Torre. Tanto el de Soto de la Marina, como Íñigo Sainz-Maza y en algún punto de la campaña también Álvaro Mantilla le hicieron cambiar de opinión al entrenador con su rendimiento.
Aunque el propio Romo reconoció que su momento más bajo de la temporada fue, a finales de octubre, tras caer eliminado en la Copa Federación frente a un Leioa dos categorías inferior. Eso le pasó factura, aunque tanto su equipo como él demostraron ser auténticos supervivientes.
Pero tras el sonrojo del José Zorrilla, un 5 de diciembre, el Racing se olvidó de perder. Martillo pilón. Feo, pero implacable. Y al Deportivo le empezaron a entrar las dudas. Además, un par de contagios de covid se aliaron con el equipo cántabro. Íñigo Sainz-Maza y Soko dieron positivo y la Federación aceptó el aplazamiento del partido frente al cuadro blanquiazul en Riazor. Eso, además de permitir recuperar a dos futbolistas importantes aumentó la inestabilidad en el vestuario dirigido por Borja Jiménez. El equipo de Romo, más valiente de lo habitual, desvalijó el estadio coruñés con un gol cocinado y ejecutado por esos dos a los que les habían salido dos rayas en el test. Pase de Soko y gol de Íñigo Sainz-Maza.
Ese triunfo y el de unos días después en Salamanca, contra Unionistas, con unos 2.000 aficionados cántabros, desató a la bestia. Ni el inesperado empate en Talavera pudo frenar ya a un Racing desbocado. Y la clave fue el paso adelante. El equipo se quitó el corsé y apostó por atacar más. Posiblemente, aunque Romo no lo reconocería ni ante un tribunal, ese cambio le dio pingües beneficios.
Desde el tropiezo en El Prado, ocho triunfos consecutivos. Y el Deportivo, dejándose puntos por el camino. El ascenso era cuestión de tiempo. Sólo la presunta alineación indebida del Bilbao Athletic en su enfrentamiento contra los gallegos dejó en el aire el éxito, que se confirmó de manera definitiva el 1 de mayo, en los Campos de Sport, frente al Celta B.
Fue probablemente la primera vez que Guillermo Fernández Romo abandonó el discurso serio, educado, comedido. Probablemente, el único día que dejó hablar a sus sentimientos y no al manual del entrenador. Exhultante, tanto en el estadio como en la celebración en el Ayuntamiento de Santander, mostró una faceta todavía desconocida para el racinguismo. Y a la afición le moló esa nueva versión de su técnico. Romo y el 'fútbol champagne', en los altares. Y pese a la euforia, fue capaz de proclamarse aún campeón absoluto de Primera RFEF. El primero de la historia. El Racing, siempre pionero.
El tipo obsesionado con ser entrenador logró su objetivo de llegar al fútbol profesional. Una oportunidad forjada sin las ayudas de haber sido jugador profesional. Mérito. Aunque, por los roces con los responsables de la cantera, la presidencia decidió ponerle un jefe esta vez. Mikel Martija llegó como director deportivo y entre ambos dieron forma a la plantilla. Claro, el Racing en Segunda División no era tan gallo como en Primera RFEF y eso en el mercado pasa factura.
Arrancó la presente temporada y las cuatro derrotas consecutivas de inicio inundaron los Campos de Sport bajo un mar de dudas. Y el técnico, en entredicho. Pero una vez más supo renacer y el triunfo (0-2) en El Molinón le devolvió a la vida. En parte, porque colocó algunas piezas en su sitio, tras el empeño de colocar a Juergen Elitim en la mediapunta. Las llegadas de Pombo y Sekou Gassama completaron un puzle sólido, disciplinado y no exento de talento, pero muy pobre de cara a gol.
Aún así, a base de fortaleza defensiva, el Racing desmostró ser competitivo. Su portería casi siempre quedaba a cero, lo que le acercaba a la victoria. En once encuentros, el balance fue de cuatro victorias, seis empates y sólo una derrota. Con una racha de ocho encuentros consecutivos sin perder. Y pese a las adversidades, porque entre lesiones importantes, expulsiones, decisiones arbitrales fallidas en contra y tiros a los palos, el conjunto cántabro fue capaz de plantarle cara a los gallos de la categoría.
Pero la gran constante, pese a la mejoría en los resultados, ha sido su juego pobre. Basado en cimentar y con escasos argumentos en campo rival. Así, en el momento en que han llegado los errores defensivos, las derrotas se han vuelto rutina. Y las cinco últimas han sido definitivas. Si en su primera temporada en el Racing, su constancia y su confianza en lo que él llama procesos le terminaron dando la razón, esta vez su insistencia e inmovilismo han acabado con la paciencia de la grada y del club. De héroe a villano, así es la vida del entrenador. Aunque tanto como a Paco Fernández como a Iván Ania, pese las destituciones, a Romo el racinguismo le recordará con cariño por sacar al club del infierno. Ahora el reto es encontrar a quien evite el retorno.
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