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Hubo un tiempo en el que Sporting y Racing eran enemigos íntimos. Que se lo pregunten a Juan Castaño Quirós, A.K.A. 'Juanele', con los silbidos que siempre se guardaba de recuerdo a cada paso por los Campos de Sport. Pero el cambio de ... siglo cambió las cosas. El siglo y Manolo Preciado, que hermanó a los dos clubes, y de paso a sus aficiones, para siempre. O al menos llevan dos décadas así.
Cuando la locución daba la bienvenida al estadio ya había unos 2.000 cántabros en El Molinón. El Sporting solo había enviado mil entradas a Santander; las de la zona visitante, argumentando que no se podía acotar más. Volaron, pero viajaron muchos más, los que optaron por comprar en las taquillas gijonesas, sin distintivos y conscientes de que verán el partido junto a la afición asturiana. Bien ubicados, junto a la curva cántabra y en la preferencia principal de la u televisiva, algo de verde salpicó el rojiblanco en un partido declarado de alto riesgo por eso del desplazamiento masivo, pero festivo por todo lo demás. Incluso por el resultado, en una primera victoria (y primer punto, y primer gol) que Guille Romo y los suyos aspiran a convertir en punto de inflexión. Solo quedaba la duda de cuántos habrían viajado de disputarse el partido un sábado por la tarde-noche o el domingo a las cinco; si El Molinón se hubiera llenado.
El sábado por la noche se veía ya alguna camiseta verdiblanca. Pocas, casi contadas, pero en el Tránsito de las Ballenas, en Cimadevilla, que celebraba sus fiestas, había ya algún puñado de racinguistas. Los que decidieron hacer noche pese al boicot al que LaLiga y la televisión condenaron con un absurdo horario de las dos de la tarde para uno de los mayores desplazamientos del Racing en toda la temporada y un partido siempre atractivo y multitudinario, ya sea en Primera o en Segunda. Un clásico entre un calor atorrante de cerca de treinta grados que hacía más absurdo aún el insólito horario de las dos de la tarde para un clásico del norte. Un calor que casi fundía los globos verdes y blancos con los que la afición racinguista recibió a su equipo ya desde las gradas de un estadio cercano al lleno, como dejó casi desiertas las calles de Gijón en una extraña estampa para un domingo de verano.
Todo excepto los bajos del estadio, con colas de sportinguistas unos cuantos cántabros que viajaron sin entrada o solo como acompañantes y alguna despistada. «¿Sois de Santander? Que me he enterado que hoy juega el Sporting contra el Racing?», decía una.
Estaban todos en el Enrique Castro 'Quini', que a los diez minutos, uno después del habitual homenaje al delantero que da nombre al campo hacía lo propio con Manolo Preciado para aplauso de los verdiblancos en respuesta al guiño de la hinchada gijonesa. Hubo una pequeña crisis; cuando un feo gesto de Pol Moreno enrabietó a la hinchada rojiblanca. Los exabruptos contra Santander los contestó un sector cántabro con lo mismo para el Sporting. Pol se equivocó, cierto, pero el resto de El Molinón calló a unos y otros con silbidos. Ese no era el tono y así se lo hicieron saber. Después, más allá de la tensión habitual de cualquier partido, nada más que añadir. Tan solo ese breve capítulo que nunca se debía haber escrito aderezado con la derrota local.
La previa había comenzado antes; mucho antes. El sábado por la noche, en un puñado de casos. Este domingo la playa de San Lorenzo amanecía tranquila, como un domingo más, pero ya antes de mediodía los alrededores de El Molinón destilaban sabor a fútbol clásico.
El racinguismo respondió a las convocatorias de las peñas y la Avenida del Jardín Botánico se convirtió así en cabeza de playa del desembarco verdiblanco. De allí partió el breve corteo hacia el estadio en un Gijón de celebraciones. No Semana Grande, pero sí de un San Mateo anticipado que propició que una discoteca portátil recibiera a los cántabros y a algún sportinguista en lo que sí fue, esta sí y a diferencia de hace dos semanas en Santander, con los altercados en Peña Herbosa previos al Racing-Oviedo, una fiesta del fútbol. «¿Pero el Racing es importante?», preguntaba un niño sorprendido. Cosas de tantos años en el exilio de la categoría de plata.
Al mismo tiempo, bastante cerca, junto al estadio, se sucedía el goteo habitual de fotos de recuerdo junto a la estatua de Manolo Preciado. Se ha convertido ya en un ritual cuando el Racing visita Gijón. Incluso cuando le ha tocado hacerlo para enfrentarse al filial durante esta década infame que ahora aspira a dejar definitivamente atrás.
El gol de Gassama a la media hora, justo antes de una pausa de hidratación más necesaria que nunca en medio del absurdo e innecesario calor, alumbró la catarsis necesaria para redondear la tarde antes de una curiosa diáspora: la que separó a los pocos que optaron por comer antes del partido y los que optaron por hacerlo después. En el Parque de Isabel La Católica, de nuevo en el Campu La Grúa, donde volvieron a coincidir las aficiones, y otros locales que, conscientes del horario del partido, optaron por prolongar un poco más la jornada para salvar en lo posible el día: «Después del partido vamos a estar a reventar», explicaba un hostelero. Tuvieron que esperar un poco; a que los futbolistas dedicaran la victoria a los suyos desde el césped y, de paso, recogieran la primera ovación del años. En el fútbol, los triunfos lo curan todo.
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Aún les quedaron unas horas a los racinguistas para celebrar el triunfo, tan necesario como simbólico por lo señalado del partido, antes de regresar a Santander con mucho más ánimo del que les había dado un mes aciago. A buen seguro que lo mismo le sucedió a Guillermo Fernández Romo, que recupera así crédito antes de un partido, ante la Unión Deportiva Las Palmas, en el que en caso contrario se hubiera jugado el puesto, sometido al veredicto del marcador... y de los Campos de Sport.
De paso, ni siquiera la derrota local terminó con el curioso hermanamiento entre dos equipos que fueron otrora tan enconados rivales; con el ejemplo de una y otra afición, fundidas en las calles gijonesas. Un escenario radicalmente diferente al que dibujaron quienes se empeñaron en estropear el Racing-Oviedo. Quién se lo iba a decir en mediados de los noventa a un mito del sportinguismo como Juanele. Solo faltó un horario normal, y no las dos de la tarde para que la fiesta fuera completa. La hostelería asturiana aún lamenta el millar de reservas que la LFP le afanó; el empeño en colocar la peor hora para un partido que siempre desplaza multitudes, sea en Gijón o Santander, como si no hubiera otro compromiso entre clubes distantes. Después llegarán las reflexiones sobre la pérdida de interés de los más jóvenes. Incluso habrá quien se pregunte por qué. ¿La respuesta? No es fútbol; es LaLiga.
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