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Mira que Cristóbal Parralo, a falta del milagro que se le pedía, dejó en Cantabria una imagen impecable, de auténtico caballero, muy educado e inteligente en sus comparecencias públicas. Un tipo cabal, con gran capacidad de análisis y, además, sinceridad a raudales, algo infrecuente no ... ya en el fútbol, sino en esta vida. Sin embargo, ayer en la rueda de prensa tal vez le pudieran los colores y, aunque tampoco tuviera una salida de pata de banco, su impresión de que los suyos habían «regalado» demasiado –en concreto, en la primera parte– era, al menos, tremendamente optimista. Cuando no, claramente errónea y partidista. De hecho, casi podría haber dado gracias porque los de Ferrol no llegaran al descanso con un cero a cuatro.
Un tiro al palo y el penalti que paró su portero evitaron una goleada de escándalo, y luego la segunda parte lo intentaron por tierra, mar y aire. Pero tampoco es para sacar pecho, lamentando que los suyos «entraran tarde» al partido. Sobre todo, porque tampoco lograron imponerse en la segunda mitad, en la que supuestamente fueron superiores. Obviamente, el míster tendrá que vender su mensaje, pero al Racing de la primera parte no le regalaron nada. Simplemente, porque era un equipo imparable. Cuando su maquinaria de ataque se sincroniza, no hay defensa que se resista, pero es que es todavía más temible cuando no tiene el balón y organiza esa presión asfixiante que suele acabar desquiciando al rival.
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¿De verdad piensa que el equipo local regaló esas ocasiones? Más bien sería el Racing el que les robó los balones, rompió líneas y les hizo un destrozo en la zaga en media docena de jugadas. Vamos, que está bien valorar lo propio, pero no a costa de quitar mérito a los racinguistas. La segunda parte, sin embargo, ya sería otro cantar. Con las fuerzas más justas y el marcador a favor, el Racing suele ofrecer otra versión de sí mismo.
Lógico, claro: el rock and roll es lo mejor para dinamitar el partido, pero lo mismo que consigues ocasiones también concedes más al rival. De ahí que se bajen revoluciones y entre en juego la especulación. Pero aún así, siempre pareció mucho más cercano el tercer gol racinguista que el empate de los locales.
Se está haciendo costumbre eso de contar los partidos a domicilio por victorias. Algo tan maravilloso como sorprendente, en una Liga con tanta igualdad que es «imposible ganar arrasando», como decía José Alberto en rueda de prensa. ¿Cómo es posible que este año el granero de puntos no sea el fortín de El Sardinero, sino los campos rivales?
Ya advierte el míster que todos los contrincantes estudian al Racing, de manera que cuando visitan los Campos de Sport llegan con la lección bien aprendida y, además, con muy poca presión.
Un empate es oro, así que no hay rubor en plantear partidos ultradefensivos que a los racinguistas se les suelen atragantar. Jugar fuera es otra historia; hasta el rival más modesto tiene que ofrecer algo a su afición, aunque sea un mínimo de dignidad. El problema es que abrirse ante este Racing, dejar el más mínimo resquicio, es un riesgo inasumible, que suele acabar en gol.
Pero lo mejor no es eso, sino que luego, cuando el rival aprieta porque ya no tiene nada que perder, el Racing consigue defender las ventajas. Parecía imposible eso de combinar juego bonito y a la vez pragmático, y eso hay que apuntárselo a José Alberto en su haber.
Y, por cierto: qué maravilla esa tercera equipación de inspiración cántabra. Casi consigue que no eche de menos la de rayas verdiblancas.
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