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Sergio Ruiz, Guillermo y el fisioterapeuta Diego Ortiz aguardan para entrar a los Campos de Sport. roberto ruiz

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Sergio Ruiz, Guillermo y el fisioterapeuta Diego Ortiz aguardan para entrar a los Campos de Sport. roberto ruiz FOTOGRAFÍAS:
Fútbol | Racing

El ritual del fútbol desescalado

Con el regreso liguero, los Campos de Sport viven el partido más extraño de su historia

Aser Falagán

Santander

Domingo, 14 de junio 2020, 07:55

Hay un fútbol, el de siempre, que en El Sardinero sabe a salitre y huele a césped recién cortado. Suena a murmullo en los bares y en la grada y es de colores. Verde y blanco, en Santander, y del color del visitante de turno. Pero sobre todo tiene mucho de ritual. De sobremesa interrumpida antes de tiempo para algunos, de cañas en Peña Herbosa para otros. De cita en los alrededores de los Campos de Sport. De quedada con los amigos. Esas son las sensaciones del fútbol que se fue en marzo y que regresaba ayer de otra manera. No es fútbol, es LaLiga. El himno nervioso y claustrofóbico de la marina andorrana.

El lábaro repuesto en los Campos de Sport atestiguaba desde su mástil la extraña ceremonia del fútbol desescalado. Ese que llevaba al estadio santanderino a futbolistas enmascarados poco antes de las tres de la tarde. Dos vigilantes jurados les esperaban para confirmar que eran ellos; que Luca era Luca y que Sergio era Sergio, e indicarles el sitio de aparcamiento que tenían reservado.

A la puerta del estadio, otro control. El responsable de comunicación, Enrique Palacio, confirmaba de nuevo a Seguridad que Luca era Luca y Sergio era Sergio, y el director general, Víctor Alonso, le daba una acreditación a cada futbolista, por si acaso alguien no sabía quién era Luca o Sergio. Las imposiciones de LaLiga. Fuera les esperaba para recibirles un aficionado. Exactamente uno. La llamada a la prudencia funcionó. El momento de mayor expectación, cuando a aquel incombustible al desaliento se unieron un ciclista y un curioso que pasaban por allí. Nada del otro mundo. Si se hubieran querido saltar la distancia social salían a dos agentes del CNP cada uno. Nunca fue tan fácil aparcar en los Campos de Sport un día de partido. Nunca fue, tampoco, tan triste,

Entrar en el estadio era como ir a comprar el pan, o la levadura, o el papel higiénico en el supermercado: hidrogel, mascarilla y guantes -obligatorios para todos; también para los futbolistas- y una novedad: termómetro de muñeca para comprobar que nadie superaba los 37 grados. La ceremonia del Lugo, algo más tardía, era diferente. Los gallegos, que habían aterrizado en Parayas en un chárter, llegaban en dos autobuses; no fuera que los mismos futbolistas que iban a vivir mil encontronazos unos minutos después se juntaran demasiado. Uno de ellos conducido, por cierto, por el chófer habitual del Racing. Los lucenses llegaban ya acreditados para ahorrar a su directora de comunicación la misma extraña ceremonia que le tocó oficiar al Racing. Y para que no se acumulara el trabajo, porque a falta de hora y media llegaban también enmascarados los árbitros. ¿Y quién vigila al vigilante? Pues el director de partido, que antes de empezar decía en las inmediaciones del estadio a dos de ellos que no hablaran tan juntos, no fueran a salir en una foto comprometida.

Ya dentro, ese azul y verde de los asientos de tribuna que tan mal combinan desnudos, a la espera de que el club pueda completar la metamorfosis de su graderío. Otro himno a la soledad. Megafonía y música para nadie o casi nadie. Para los futbolistas. Para un puñado de periodistas, para un palco en el que diez, exactamente diez personas, respetaban con disciplina soviética la distancia social, como atestiguaba la mascarilla negra racinguista de Alfredo Pérez.

El partido

El nuevo fútbol sabe así a soledad; huele a silencio, por más que por orden de Javier Tebas atruene a ratos la megafonía para apagar las voces de los futbolistas, que hasta eso le han afanado al público. 'No vuelve el fútbol, vuelve vuestro negocio', rezaba un cartel en la Bajada de San Juan.

Ya dentro, los aplausos de lata entretenían a los suplentes, alineados en la Preferencia Oeste, puesto que el protocolo solo permite en los largos y nuevos banquillos de los Campos de Sport la presencia del cuerpo técnico. Con los reservas, Chuti Molina, que sin público en la grada vuelve a dejarse ver en los partidos. LaLiga no debe disponer del 'Chuti, vete ya' enlatado entre sus aplausos de atrezzo. Los fotógrafos, en una esquina de La Gradona. Los periodistas, en un sitio asignado al que le enviaban los empleados del club, con protocolo hasta para ir al servicio. Y todos con peto. Los futbolistas, parando en el minuto 28 para beber agua, como permite el nuevo protocolo. ¡Con 18 grados de temperatura! Lo demás, el conjunto vacío y los marcadores encendidos como las luces de un barco que se hunde; ya para nadie. Un locutor pregrabado cantaba el gol de Cejudo para romper el silencio. Y rondos en el calentamiento, tan numerosos que casi rompían las normas grupales.

Casi como siempre

El triste exilio del fútbol confinado ha devuelto, eso sí, otras sensaciones. Casi como en la prehistoria, cuando los bares colocaban una pizarra en la puerta -en Santander solía hacerlo el Royalty que sucumbió al incendio- con el resultado del equipo, que llegaba por teléfono o en el mejor de los casos a través de una radio de galena.

La clausura de El Sardinero recuperó así los olores, sabores y sensaciones de ese otro fútbol que huele a café, suena a murmullos y silbidos de cafetera, sabe a cerveza o pacharán a media tarde y suena a cucharillas golpeando contra las tazas y al 'Carrusel Deportivo' con sus anuncios de Reig y Soberano. Ese sí que se recuperó ayer en los bares e incluso en las casas. Quedadas para ver al Racing. Para ver ganar al Racing y recuperar la esperanza, de paso, en una sociedad tan necesitada de alegrías.

Pero también un fútbol desescalado: los bares y cafeterías siguen sometidos a la limitación de aforo y aunque algunos tuvieron una buena afluencia, debían vigilar al mismo tiempo por cumplir con las restricciones y la distancia social. Nada de abrazos para celebrar el gol de Cejudo. Ni la victoria, porque no la hubo. O al menos esas eran las instrucciones. Unas normas que pueden cambiar día a día, pero el Racing se aferró ayer esa inmutable esta temporada de comenzar ganando y acabar perdiendo. Hay cosas que no cambian. Pasado mañana, a Girona, donde no hará falta escrutar a los verdiblancos para comprobar si Luca es Luca y Sergio es Sergio. Llegarán ya acreditados.

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