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Guillermo Fernández Romo (Madrid, 23 de noviembre de 1978) vive el mejor momento de su carrera. Con el ascenso ha sellado su pasaporte para entrenar por primera vez en Segunda División, además de añadir a su trayectoria el campeonato de grupo tras completar una temporada ... casi perfecta, que al margen de lo que ocurra en los tres ya intrascendentes últimos partidos (más el último ante el descalificado Extremadura, ya ganado de antemano) dejará además unos números difíciles de igualar.
Su llegada a Santander fue tranquila. Ya antes de que concluyera el curso anterior se había comprometido verbalmente con el club, a la deriva en lo deportivo y con un técnico, Aritz Solabarrieta, que ya se sabía que no iba a continuar. Junto a él llegaron David Paredes (Vilagarcía de Arousa, 1982), su analista en el Cornellá que se incorporó como segundo, y el preparador físico Xavi Arnedo (Barcelona, 1991), que ya había ejercido esta misma función durante dos temporadas en el Cornellá, también a las órdenes de Romo.
El madrileño responde al perfil de entrenador vocacional y devorador de datos labrado desde la base, que conoce los campos de tierra y que ha llegado al fútbol profesional sin haber sido futbolista de élite. No le importó viajar para forjarse una carrera fuera de casa, supo buscar un buen agente en el fútbol modesto y a los 32 años entrenaba al Noja en la Tercera División cántabra, lejos de su Madrid natal. Su trayectoria en clubes de base le dio la oportunidad de sentarse por primera vez en un banquillo de Segunda B en 2015 en el Olimpic. Pero le fue mal. Fue destituido tras 23 jornadas y el equipo terminó descendiendo.
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Aser Falagán
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Hizo contactos en el fútbol catalán y al curso siguiente (16-17) la situación fue a la inversa. Sustituyó a José Manuel Solivelles en el Sabadell y mejoró los resultados del club arlequinado, aunque no lo suficiente como para continuar en el banquillo. Un año después dirigió al Jumilla en los cinco últimos partidos de Liga.
Acto seguido recibió la llamada de Víctor Alonso para hacerse cargo de las categorías inferiores del Racing. Aceptó la propuesta, pero lo que quería era entrenar, y pocas semanas después, cuando había comenzado a organizar su proyecto y entrado en contacto con algunos entrenadores, recibió la llamada del modesto Egea, de nuevo en Segunda B. Les planteó la situación a Alonso y Alfredo Pérez, que le dieron libertad para aceptar la oferta. Se cerró así una brevísima primera etapa verdiblanca con una salida pactada y amable. El entrenador fue honesto con sus intenciones y el club tampoco quiso cortarle las alas.
Un año en el Jumilla precedió a su fichaje por el Cornellá, su trampolín al Racing tras dos buenas temporadas con los catalanes, con los que rozó el ascenso. Cuando los verdiblancos, a la deriva tras el fiasco de Chuti Molina y conscientes de que José María Amorrortu no iba a continuar, buscaban alternativas, se acordaron de Romo.
Guille Romo aceptó de inmediato. Tenía una cuenta pendiente, en el mejor sentido, con el Racing, y además la oportunidad de saldarla en el banquillo. Con el incentivo añadido –y también la presión– de hacerlo en un club obligado a ascender.
A su llegada a La Albericia se rodeó de algunos pretorianos que ya había tenido en otros clubes y probó diferentes sistemas mientras trabajaba un equipo pensado para llegar en su mejor forma a final de curso. Incluso en los primeros partidos modificó la táctica, pero cuando consiguió acoplar el grupo fijó un 4-2-3-1 que ya no se ha movido nunca. No por empecinamiento, puesto que ha dicho y demostrado ser un entrenador capaz de adaptar el sistema a los futbolistas de los que dispone y las circunstancias, sino porque funcionaba, al menos en cuanto a resultados. Aunque el fútbol no ha sido vistoso en muchas fases de la temporada, en la última sí que ha convencido a la mayoría y Romo sale muy reforzado de la temporada más importante de su carrera. Ahora tiene otro reto: la Segunda División.
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