El show de Harper
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Para olvidar. El malagueño se estrenó como titular. Cometió un penalti y se retiró lesionadoMás allá de la emoción de las eliminatorias, el mayor aliciente de los torneos coperos suele estar en que los menos habituales tienen la oportunidad de reivindicarse. Los que han caído en desgracia buscan redimirse, los más jóvenes llamar a la puerta... En el caso de Jack Harper, el partido de este miércoles frente al Leoia debía servir para ir cogiendo ritmo de competición, después de una ausencia tan prolongada como misteriosa. Aunque el momento dulce de Cedric le cerrará a buen seguro las puertas de la titularidad, el fichaje más sonado de la temporada -canterano del Real Madrid, y con experiencia en Segunda- está llamado a ser el primer recambio de la delantera. El número doce, aunque luzca el veintiuno.
Lo que debía ser el partido ideal para Harper, en una eliminatoria contra un Tercera -el undécimo en su Liga- en casa y con muchos titulares en la alineación, se iba a convertir sin embargo en su particular pesadilla. Y eso que Harper comenzó con ganas. Muy motivado, buscando sobre todo los balones aéreos, se movía por una enorme franja, entre los medios volantes y un Carlos Castro con más movilidad que presencia. En posiciones insólitas para un ariete, Harper lo mismo batallaba en campo propio como se dejaba caer a las bandas. Pero con poca incidencia en el ataque. De hecho, en la única acción ofensiva clara del equipo en la primera parte, cuando Marco Camus le buscó, el puesto de rematador lo ocupaba Manu Justo.
Sería por seguir la tendencia global, pero eso de la deslocalización no suele terminar nada bien. Por lo menos, en el área racinguista. A cinco minutos del descanso, y con el partido empatado, Harper bajó a ayudar en un córner. Un balón perdido caía por la derecha, casi sobre la línea del área. El ariete, con ventaja, se dispuso a despejar con potencia, como un central de los de antes. Pero aquel no era su medio ambiente natural; extraño, como un pato en El Sardinero, que hubiera cantado Sabina. Así que, cuando quiso golpear, en lugar de balón encontró pie. Un rival había metido la bota ¿Exceso de confianza, falta de velocidad, subestimación del enemigo? Poco importaba ya: penalti de libro.
Por si fuera poco, Harper se había llevado la peor parte. Un fuerte golpe que le tuvo unos segundos dolorido sobre el césped. Al menos, no hubo amarilla. Pero un viejo conocido, Luisma Villa -el canterano siempre brilla cuando regresa a los Campos de Sport-, se encargaría de lanzarlo. Y de convertir el fallo de Harper en lo que podía ser un error definitivo. Al filo ya del descanso comenzaría el particular espectáculo de Harper, que además de en el amor propio debía de haberse hecho daño, y bastante, en el pie. En el minuto cuarenta y dos se sentó sobre el círculo central. El colegiado detuvo el juego y se acercó a interesarse por su estado. Él quería seguir. Pero no aguantaría ni un minuto.
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En la siguiente jugada, Harper cojeaba aparatosamente. Tanto, que tuvo que ser Romo quien le hiciera indicaciones desde el banquillo. ¡Hombre al suelo! Tienza, que ya le había rondado en la anterior caída, hace gestos inequívocos al míster: «Que se vaya». En la banda, el médico y el fisioterapeuta parecen gallegos en una escalera: ¿Entran, no entran? El número cómico lo zanja el colegiado, dos minutos más tarde, haciendo salir a Harper, que según traspasa la línea parece ya recuperado. Mientras el míster le está hablando -«¿Puedes aguantar hasta el descanso?», parece preguntarle-, Harper intenta volver al terreno de juego, pero Romo le agarra del brazo. No había pedido permiso al árbitro. Sólo faltaba una amarilla. Ya con el visado en regla, el escocés entra corriendo, pero es sólo apariencia. Está renqueante. No vuelve a tocar un balón. Los dos minutos que descuenta el árbitro los pasa como Carlos Castro, persiguiendo sombras. El arreón final del equipo, virtualmente eliminado, quedaría en nada, así que el Racing se fue al vestuario con música de viento. Harper ya no volvería al campo; la Copa se le había atragantado.
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