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«Mira dos del Racing». «Mira por allí, otros cuatro». «Y un grupo de seis». En la plaza central de Irún se escucha el susurro de los foráneos. No son muchos, pero se les identifica perfectamente. Van de verde y blanco. En los carteles ... se puede leer en un perfecto francés: «Cuisine ouverte». Tabaco, botellas de whisky y una cantidad de productos a precios chollo.
En Irún, ahora no tanto pero hace años una delgada línea separaba un mundo de otro y aunque ya no es lo mismo, algún recuerdo evoca a la ciudad fronteriza que fue. Allí, todo el mundo quiere vender las cosas. Incluso los hay que se cruzan el puente para ir a repostar ante la posibilidad de ahorrarse unos euros. Y en ese escenario aparecieron al mediodía unas cuantas decenas de aficionados racinguistas dispuestos a acompañar de cerca a su equipo. La expedición se cruzó con unos cuantos en la autopista camino del partido. Los jugadores comieron en un hotel cercano al Stadium Gal y hasta allí se fueron también unos pocos seguidores. La cercanía del equipo con los suyos tampoco es como la de antes y cuesta un mundo que los pequeños se lleven algún autógrafo o quizás una foto, pero siempre hay excepciones.
El día empezó en mangas de camisa y acabó con la cazadora cerrada hasta el cuello. El sol y el viento sur se fueron y la lluvia se comió el resto. Y del paseo se pasó a las carreras camino del Stadium Gal para no mojarse. «¿Qué tal?», le pregunta uno a otro de acera en acera. Manos en los bolsillos. «Bien, ¿a qué hora habéis venido?», le contesta el otro. El placer de conocerse allá donde uno va. Y es que los de siempre nunca fallan.
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Y así, entre lluvia y los charcos, los aficionados de siempre se arremolinaron en los aledaños del estadio. Todos entraron por la misma puerta y se colocaron en una esquina del campo. A pesar de la lluvia, se afanaron en colocar sus banderas y pancartas en la valla para adueñarse de su pequeño coto privado. La lluvia les obligó a subirse unas cuantas filas y terminaron apretándose tanto que es probable que la amistad aumentase.
En la otra banda, en la zona noble, Pedro Ortiz, Víctor Diego y David González Pescador se comían las uñas durante el partido. Se echó de menos al presidente, Alfredo Pérez, que con el disgusto del miércoles prefirió que acudieran los de siempre. ¡Que bote, que bote, que bote El Sardinero! Los gritos de los seguidores silenciaron la megafonía del estadio. El pitido del árbitro sacó de Guille Romo un aullido con gesto descarado. El entrenador celebró el gol como si lo hubiese marcado él.
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