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A los árbitros polémicos, de estilo antiguo, habría que hacerlos patrimonio de la humanidad. Vamos, que a algunos no habría que ponerles escolta a la ... salida, sino una protección más global, institucional. Porque, queramos o no, son bienes de interés cultural, patrimonio inmaterial. Nadie como ellos saben transformar un simple partido en un conato de revuelta popular. ¿Qué sería de este espectáculo sin esos colegiados mandones y contumaces, esos que tienen un don natural para dejar descontentos a los dos equipos a la vez?
Durante muchos minutos, ayer en los Campos de Sport Caparrós Hernández fue protagonista absoluto. Es un árbitro grandón, aunque más por los ademanes que por envergadura; parece algo envarado, y gasta gesto firme. Nada de diálogo ni cercanía, ese no es su estilo. Y eso que un encuentro tan crispado como el de ayer pedía a gritos otro talante: entre el Oviedo y el Racing saltaban chispas, y no solo por el duelo desde la grada, que también fue bastante desagradable, con los cruces de insultos de rigor.
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El asunto, como siempre, fue un problema de equilibrio entre el autoritarismo y la permisividad. La tarde empezó mal, porque la primera tarjeta pareció una concesión al ariete visitante, que se la reclamó por mímica. Poco había que objetar, pero a continuación encadenaría una docena de decisiones controvertidas, que siempre beneficiaban al Oviedo. Tres a cero en tarjetas a la media hora, contra un equipo que rasca de lo lindo. Además, le había cogido la matrícula a Arana, a quien agarrar o golpear salía gratis, y, como si siguiera esa vieja consigna de 'al enemigo, ni agua', cuanto más se enfadaba el Sardinero más consentía a los rivales y menos a los verdiblancos.
Sin embargo, cuando más irritada tenía a la parroquia verdiblanca, Caparrós sorprendió a propios y extraños demostrando ser un juez de lo más salomónico. La anulación del segundo gol oviedista trajo alivio al Racing, pero cabreó al Oviedo. Nunca llueve a gusto de todos, claro, pero el colegiado siguió empeñado en que no lo hiciera a gusto de ninguno. Como cuando cortó una contra del Racing. El Oviedo discutió la amarilla, pero a los verdiblancos, que iban perdiendo, les dolió todavía más que no aplicase la ley de la ventaja. No es de extrañar que saliese abroncado, sobre todo al descanso.
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Pero hasta aquí lo de Caparrós Hernández, porque no todo se le puede achacar al colegiado. O al empedrado, como en la rueda de prensa haría José Alberto: que el césped esté regulín será un problema para los delanteros, pero ojo, para los de los dos equipos. Estuvo muy elegante no entrando en valoraciones del arbitraje -y muy listo, porque los jueces son intocables, y se hubiera jugado una buena sanción-, pero pecó de autocomplacencia.
Por supuesto que los suyos lo dieron todo sobre el campo, pero igual habría que ofrecer un poco más que entrega. Fue sentar a Peque y se le apagaron las luces al equipo. Y gracias que los delanteros ovetenses parecían amigos, porque la 'asistencia' de Saúl a Alemao no se puede consentir, y menos en el minuto ochenta y ocho. Cierto que todo se puso en contra, pero no fue sólo cuestión del arbitraje: al Racing le volvieron a lastraron sus propios errores, muchos de ellos no forzados.
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