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A quienes les cuesta entender esto del sufringuismo, les habría venido de cine asistir el viernes al concierto de Ismael Serrano en el Casyc. A vueltas con su fama de tristón, el cantautor explica con mucha sorna que el público sale de sus conciertos comentando: « ... No hemos parado de llorar, ¡qué bien lo hemos pasado!». Pues, con el Racing, tres cuartos de lo mismo, pero en lugar del pañuelo, lo que uno necesita tener a mano es el desfibrilador. Sobre todo, cuando se le ocurre propinarnos un encuentro como el de ayer en Zaragoza.
El partido, claro, ya prometía: duelo de gallos, y en el corral de la zona alta de la tabla. Y eso que ya teníamos pactadas tablas entre Ignacio Martínez de Pisón y yo, pero luego no estuvieron por la labor los del césped. Bueno, césped por decir algo, porque La Romareda parecía un patatal; de ahí la cantidad de faltas, y la tarjetada subsiguiente.
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El caso es que, con el primer gol, uno se quedó pensando en que el VAR acaba con la emoción en el fútbol. Porque cuando marca tu equipo lo celebras, pero con la boca pequeña, no sea que luego los listos de la moviola encuentren algún defecto de forma. Y luego, cuando te lo dan… Pues ya no es lo mismo, oiga.
Pero en esta categoría no se puede dar nada por hecho, en ningún momento. Porque mira que nos las prometíamos felices con el cero a dos, pero luego se nos vino el mundo encima cuando expulsaron a Manu. Y eso que en el librillo de José Alberto debe poner en mayúsculas que a los jugadores con amarilla se les receta una toma urgente de asiento. Y por algo se hace, claro.
La reacción de JAL resultaría controvertida: un triple cambio, sentando a los jugones. ¿De verdad se iban a colgar del larguero? Y resultó matemático: fue encomendarse a Maguregui, y que marcaran los locales. Un bombardeo en toda regla, hasta cumplir con la maldición del ex: Mario Soberón, del que nadie se acordó en pretemporada, se encargó de marcar el empate.
Total, que ya andábamos maldiciendo nuestra suerte, dando por hecho que la derrota solo era cuestión de tiempo. Pero debe ser que no valoramos lo suficiente lo que tenemos, porque tras una de las jugadas más trabadas del partido, Aritz Aldasoro se sacó un zapatazo desde treinta metros que le quitó las telarañas a la escuadra. ¡Y con la pierna mala! ¿De verdad a este tipo le tenemos de 'stopper'?
A partir de ahí, todo sería sufrimiento. Del bueno… y del otro. Del bueno, el dulce, porque los nuestros aguantaban en plan épico, y aunque teníamos el corazón en un puño, cada vez llovía menos.
El otro sufrimiento fue idea del árbitro, que debía tener mala conciencia tras las dudas en el primer gol –un tanto 'lost in translation', porque si se leen en inglés las normas FIFA fue legal, pero según la traducción al castellano habría que repetir el saque de puerta–, se le ocurrió inventarse un penalti en el último minuto del descuento. Y, de paso, sellar la redención de Jokin: después de parar ese penalti, tiene bula para todo lo que resta de temporada.
Total, que como si saliéramos de un recital de Ismael Serrano, hay que ver cómo sufrimos… ¡y lo que lo disfrutamos!
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