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Pues sí, la puerta del pozo estaba en Son Malferit. 'El mal herido' en mallorquín. Malherido, pero más vivo que nunca. El Racing vuelve al lugar del que nunca debió marcharle. O al que nunca debieron condenarle a abandonar los okupas contra los que ... ya sólo queda jugar los partidos en los tribunales. Son historia. Toca celebrar. Es el momento de festejar, de levantar la tapa de la alcantarilla y decirle al fútbol de élite que los irreductibles cántabros han vuelto al balompie profesional. Señores: se acabó el sufrimiento.
Porque el partido de ayer frente al Atlético Baleares, el enésimo empate del final de esta temporada, pone al Racing con los dos pies en Segunda División. Y el golazo de Buñuel no supuso sólo el culmen a una larguísima campaña en el pozo, sino que le dio sentido a cuatro eternos años de penurias. Si había alguien emocionado en Palma ese era el expresidente Manolo Higuera. Quien lideró la vuelta a la calma del club en lo institucional, pese a que no dio con la tecla en lo deportivo, ya hace tiempo que no está en la directiva pero este ascenso lo recibió como suyo. Como es también, en parte, de los Víctor Diego, Juanjo Uriel, Miriam Peña y compañía.
Y de todos los racinguistas. El logro es tan grande que da para repartir entre todos. Entre los más de 200 que andaban por dentro y por fuera de Son Malferit y entre los miles que se quedaron en Cantabria -o en cualquier parte del mundo- y saltaron cuando el lateral navarro cargó el cañón y batió al meta Carl. El estadio balear quedó en silencio, porque los gritos, todos, tenían acento montañés.
Eduardo Galeano, gran aficionado al fútbol, tiene como una de sus obras más conocidas 'El libro de los abrazos'. Perfectamente esta crónica podría titularse así, pero con el apellido 'verdiblancos' al final. Futbolistas, aficionados, directivos, periodistas... Porque aquí ha sufrido todo el mundo. Hemos sufrido todos. Pocas veces se ha repartido tanto cariño en tan pequeño espacio de terreno. Porque las dimensiones de Son Malferit no daban para mucho más.
Pero aún así, el racinguismo se impuso a todo. Por historia, por potencial, por coraje y... porque sí. Porque se lo merecía. Porque ya está bien de sufrir. De llorar. De penar por un infierno en el que le metieron quienes ayer no estaban en el estadio balearico. La cara de Sergio Ruiz al final del partido era la viva muestra de lo que ha costado salir de aquí. Sudor en la frente, lágrimas en los ojos y sangre en la nariz.
Los aficionados verdiblancos son el adalid de la esperanza. El resultado de la ida no molaba nada, porque el escenario de la vuelta metía miedo, y aún así, con el paso de las horas desde el domingo anterior, fue irguiendo la cabeza hasta confiar plenamente en las posibilidades de su equipo ante tamaño reto.
A primera hora de la mañana de ayer, el racinguismo ya se sintió fuerte. En el desayuno, en el hotel, los aficionados verdiblancos, ya ataviados con el traje de batalla, se mostraban confiados en las posibilidades de su equipo. Respetando al rival y aún más al escenario, pero convencidos de que el poder de los suyos era suficiente para sobreponerse a cualquier obstáculo. Como los seguidores hicieron con la bollería del bufé libre.
El ritual habitual entre aficiones antes del choque, la tensión del encuentro, el miedo tras el gol del Atlético Baleares, la incertidumbre de los minutos posteriores, la ilusión con el tanto de Buñuel, el éxtasis tras el pitido final. Cuatro años condensados en noventa minutos. Una película con final feliz. Un sueño cumplido. La alegría de miles y miles de personas. Porque el lateral navarro la pegó con la fuerza de todos los que le empujaban. Trallazo. Brutal. Con la misma velocidad con la que el Racing se encanimaba de vuelta a esa Segunda División que prácticamente le empujaron a abandonar, con ese pequeño inciso de la temporada 2014-2015.
¿Y ahora qué? Lo primero celebrar. La jornada de ayer fue tan larga que ni este periódico llegó a contar todo lo sucedido. Son días para disfrutar, porque ya se ha sufrido bastante. También hay que dejar pasar las horas para asimilar. Los jugadores ayer, apenas un par de horas después de lograr el ascenso, descansaban en el hotel de concentración. Tomaban el sol, se pegaron un baño en la piscina y respondían a las llamadas y mensajes telefónicos como si no hubiese pasado nada. Quizá sin ser conscientes aún de lo que habían conseguido. Cuando llegaron a Santander y vieron el recibimiento, seguro que ya se enteraron de qué iba la película.
Cuando acaben las celebraciones, en lo deportivo, será el momento de disputar esa eliminatoria por el título honorífico de la Segunda División B. El Fuenlabrada espera, aunque ya no importe demasiado. El objetivo está conseguido y lo demás es puro atrezzo. Mero trámite.
Y entonces arrancará el trabajo en los despachos. El momento de tener todo a punto para asegurar la presencia la próxima campaña en Segunda División. La puesta al día de la deuda con Hacienda era el principal escollo racinguista, fuera del terreno de juego, para volver al fútbol de élite. Solventado eso, lo demás es pura burocracia que el club no tendrá problemas para salvar.
Los jugadores tendrán descanso, porque se lo han ganado, pero para Chuti Molina vuelve a empinarse la cuesta. Su turno. El fax, enchufado. El director deportivo racinguista deberá comenzar con la planificación de la próxima temporada, con una plantilla ya bastante encaminada a nivel de contratos y futbolistas, pero que necesitará retoques para poder ser competitiva y lograr, como mínimo, la permanencia en Segunda División. Porque volver al agujero no entra en los planes de nadie. Es una lección aprendida que nunca se debe olvidar. Tatuaje.
Evidentemente, el ascenso es, o debería ser, una solución a gran parte de los problemas. En el fútbol profesional el dinero comenzará a fluir y facilitará mucho las cosas. Porque, pese al parapeto del Grupo Pitma, quedarse otro año en Segunda División B sería un grave contratiempo tras una temporada en la que se ha realizado una fuerte inversión para lograr el objetivo innegociable. Otra cosa a la que el gol de Buñuel dio sentido. En el pozo, sin apenas ingresos, la factura no habría hecho sino engrosar la importante deuda, aunque ya menos acuciante, que tiene el Racing a la espalda.
Pero hablemos de fútbol, los números para los que tienen la calculadora en la mano. El ascenso debería suponer un empujón también en el capítulo social. Porque a los fieles, a los impenitentes, a los que se han comido todo el horror de la Segunda División B, seguro que se les unirán los que andaban con dudas y también, porque suele ser así, los que se suman a la estela del caballo ganador. Y los Campos de Sport -que necesitan una remodelación urgente para poder cumplir los requisitos de LaLiga-, lucirán aún más pletóricos de vuelta al fútbol profesional.
La afición verdiblanca llevaba cuatro años cantando eso de «que sí, ..., que vamos a ascender». Lo que no estaba claro es cuándo iba a ser. Esa incógnita ya está resuelta. Fue ayer. Cerca de las 14.00 horas, a las afueras de Palma de Mallorca. Qué más da. El caso es que ha sido y ya está.
Ya casi nadie se acordará del atropello del Reus, de la expulsión de Abdón Prats o del desastre perpetrado en Zubieta. Son Malferit entra en el imaginario racinguista. Y Buñuel pasará a formar parte de la historia racinguista. Porque además, los goles de los últimos ascensos no los marcaron -salvo en el caso de Michel Pineda en 1993- quienes acapararían todas las apuestas. Ni De Diego ni Quique Setién ni Bodipo ni Koné ni Barral. Fueron Pombo, Sellarés -que ni siquiera jugaban en el Racing-, Moratón y Buñuel. «No importa quién haya marcado el gol», decía ayer el protagonista, seguramente aún ajeno a lo que ha supuesto su acierto.
El Racing vuelve a estar en Segunda División. Con todo el respeto del mundo, el racinguismo dice adiós a Merkatondoa, Boiro, TabiraGobela y demás escenarios de terror por los que el club cántabro ha tenido que pagar su condena. Se acabó. Ya era hora. Espera otro fútbol, otros estadios, otros rivales mucho más acordes a la historia y señorío que tiene el Racing.
Por todo, el ascenso es absolutamente merecido. Porque la temporada verdiblanca tiene pocos recovecos por los que buscarle pegas y porque sí. Porque ya tocaba. Porque si dicen que la risa va por barrios, en Santander, en Cantabria, ya era hora de celebrar. El fútbol ayer le devolvió al racinguismo gran parte de lo que le debía. Disfrútenlo. Se lo han ganado.
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