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De lo peor a lo mejor, y casi sin cambiar de protagonistas. Poco se han estudiado los efectos del viento sur en Cantabria, aunque lo ... que sucede en los partidos del Racing en El Sardinero cuando sopla el aire desde la Bahía daría para una tesis doctoral. Eso sí, más en psicología y similares que en ciencias del deporte. Y es que, por mucho que disguste la palabra, si en los Alpes el viento provoca el efecto Foehn, aquí lo que hace es atraer papardas. O los papardos, que al parecer eran unos peces incomibles, que los accidentales pescadores devolvían al mar.
Y mira que empezaba bien el día, con ese sol que tanto se agradece en invierno y los termómetros subiendo a cotas inesperadas, veintitantos grados ¡en febrero! Pero claro, cuando el tiempo se vuelve un poco loco, las cabezas no le andan a la zaga. O eso suele decirse por aquí. El Racing, todo hay que decirlo, partía en desventaja. Quejarse de los árbitros sirve de muy poco y no será nada elegante, pero esta jornada el equipo sufría las consecuencias de las decisiones desafortunadas del colegiado en Burgos.
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Y lo mismo da lo que dijera Helenio Herrera, aquel mítico entrenador del siglo pasado, de que al fútbol se jugaba mejor con un jugador menos. Una bravuconada, vamos, pero esta jornada en los Campos de Sport el problema estaba en que no era uno menos, sino dos: la ausencia de Íñigo Vicente y Andrés Martín se antojaba dar mucha ventaja al rival. No en vano, ambos son, claramente, de los mejores peloteros de toda la categoría.
Si enfrente, además, tienes a un Cádiz enrachado, que nada tiene que ver con el equipo de la primera vuelta, el asunto se complica. De hecho, los pronósticos no apuntaban hacia un uno clarísimo en la quiniela. Y eso, con el Racing líder. Ni desde el primer puesto podemos disfrutar de un poco de tranquilidad, está claro. El asunto, sin embargo, parecía empezar bien. O muy bien, porque durante veinte minutos el equipo verdiblanco que estaba sobre el campo parecía que iba a ser el mismo de toda la temporada. El del rocanrol, la presión en campo contrario, las transiciones relámpago y un objetivo fijo en la cabeza: la portería rival. Una auténtica piña, esa que funciona como una maquinaria bien engrasada, donde todos saben lo que tienen que hacer.
Habían cambiado las caras –Mario García volvía al lateral, en lugar de Saúl, Meseguer reemplazaba el músculo de Aldasoro y el novato Rober González tomaba la media punta, y hasta ver a Sangalli de vuelta en el extremo se hacía extraño, tras sus brillantes actuaciones en la zaga–, pero era evidente que aquel era el Racing de toda la temporada, con la firma de José Alberto. El que busca imponerse al rival casi por asfixia. Pero claro, todo esto duró veinte minutos; el tiempo que tardó el Cádiz en comprobar que este Racing no mordía. De hecho, los amarillos tardarían en asomarse por el área local casi veinte minutos, y buena parte de ese tiempo lo pasaron colgados del larguero.
Pero luego… En fin, lo que pasó luego mejor no menearlo. Sin embargo, y ya con un marcador de esos que escuecen, el Racing tiró de raza. Faltaban sus dos figuras, pero es que los demás no son cojos, y lo dejaron claro en cuanto se conjuraron para ir de verdad a por el partido. Eso, o que por fin paró el viento, y la noche empezó a parecer de verdad de febrero. En cualquier caso, un Sardinero lleno y entregado empuja mucho. Mucho.
Tanto como para lanzar a los suyos al ataque, y a punto estuvieron de lograr la hazaña. Faltaba, claro, la magia. La de Derio y la gracia de Andrés Martín. Que parece que los nombres no son tan importantes, pero al final va a resultar que sí. Que aportan un plus, y por algo son insustituibles. Total, que un partido loco, en el que el Racing primero casi nos mata del disgusto, y luego de la emoción. Bueno, o del susto, porque el cuarto gol amarillo, el que no subió al marcador, todavía tendrán que explicarnos por qué lo anularon.
Y ya puede dar gracias Suleiman, porque se ha librado de un chaparrón bueno. Que es lo que suele venir después del viento sur. O sea, que menudo lunes nos espera a los racinguistas. Porque el ascenso no sabemos, pero el cielo nos lo tenemos ya más que ganado.
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Ana del Castillo
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