Tienza, o el oficio del '8'
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El centrocampista extremeño ha sacado por fin la personalidad que avaló su fichaje por el RacingSi alguien aporta expresividad a este Racing de Romo, ese es Fausto Tienza. Sus brazos, como punteros o en jarras, su manera de reclamar tensión o pedir calma o su explosividad al dirigirse a los colegiados le convierten en un auténtico termómetro del equipo. Simplemente ... con analizar su gestualidad casi sería posible descubrir en qué momento del juego se encuentra el equipo, cuál es su estado anímico y cómo se está desarrollando el partido.
Claro que de lo que está sobrado Tienza, además de lenguaje gestual, es de oficio. Mientras el Zamora creyó en sus arreones, Tienza se movía en un triángulo de veinte metros de lado. Cuando decidió adelantarse y campar a ambos flancos de la línea divisoria, el Racing miró más a la portería contraria, aunque sin demasiado éxito. En paralelo con Íñigo, realizando coberturas o apoyando a Borja Domínguez en la creación, durante toda la primera parte el equipo parecía orbitar en torno a él.
A este equipo le sobra un tiempo, pero incluso cuando no quieres jugar a nada, hace falta hacerlo bien. De eso se encargaría Tienza: tal vez no aporte brillantez, pero poco se escapa de su control. Exactamente igual que su equipo, que ofrecía un espectáculo tan anodino como la más incómoda de ver de sus camisetas.
En la segunda parte, en cambio, sí que reclamaría protagonismo. Al menos, durante veinte minutos. Color sobre el gris. Sin tiempo ni para volver al asiento, Juanan caza a Soko, casi en el córner. El árbitro le enseña amarilla y detrás va Fausto, como echándole la reprimenda. Saca la lengua, pone cara de que pasaba por allí, pero ya está en el punto de penalti. Entre cinco rojiblancos. Luego, se inventa un testarazo inverosímil, de espaldas a la portería, casi cayéndose… Un gol imposible. Pero esos también valen.
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Sergio Herrero
Es el gol que abre la lata, pero es también un premio. A la constancia. Salvo en León, ha jugado en todos los partidos de esta temporada. Pero nunca hasta ahora su aportación había resultado tan decisiva. Así que lo celebra en medio de la piña, con un breve discurso. Luego va a la grada y señala. Más gestos: las manos en alto, con los dedos unidos. Y un detalle a valorar: si quien más te felicita es aquel con quien disputas la titularidad, algo estás haciendo bien.
A partir de ese momento, el partido ya es otro. Aunque continúa el despliegue gestual. Tienza protesta, aplaude un despeje de Soko, señala los desmarques… Hasta pedir agua lo hace con un ademán. Pero tampoco se confundan: Fausto es un tipo duro. Que le pregunten a Ramos, que le tiró un caño. La cosa acabó en tarjeta, aunque antes el '8' le echaría todo un sermón… al árbitro.
Y entonces llega su mejor gesto: el de «estoy solo», agitando los brazos. Bustos se la da y Fausto abre a Simón, que la templa para que Manu Justo finiquite el partido. Ya sólo queda aplicar la economía de esfuerzos, en la que tiene un doctorado. Va andando cuando toca, pero esprinta cuando es necesario. Control del reloj, con un ojo en el marcador. Con esa astucia del jugador curtido, bordea siempre el límite. Sabe que tiene amarilla, y para qué iba a jugarse la segunda amonestación. Reclama, pero no protesta. Cuando el trencilla acucia a Medina, al que le cuesta demasiado levantarse después de una 'faltita', Fausto ronda por allí, pero ni se acerca. Lo que hace es acercar el balón, como zanjando el debate: «¡A jugar!».
Cuando el colegiado pita, el primero en acercarse a estrecharle la mano es Fausto. Tras cumplimentar a la grada, encabeza la comitiva a vestuarios, con la sonrisa ancha y la mirada al horizonte. Misión cumplida. Como su equipo, tal vez no fuera el más brillante, pero sus resultados son incontestables.
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