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Apenas un minuto y medio después de que lo hubiera lanzado a las nubes, el penalti de Balboa ya circulaba por millares de móviles racinguistas. En una afición más hecha a los disgustos que a las celebraciones, las alegrías tardan en llegar, pero las malas noticias corren como la pólvora de boca en boca y de móvil en móvil.
Son apenas ocho segundos de grabación; ocho segundos que podrían haber cambiado el curso del partido, el de la temporada del Racing y hasta la cabeza del entrenador. Ocho segundos que para sus protagonistas debieron de ser eternos, y que para los allí presentes transcurrían como a cámara lenta, con esa intensidad casi dolorosa de los momentos cruciales, aquellos en los que sabes que el Racing va a partirte el corazón.
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Hay que ser valiente para coger el balón como lo hizo Balboa, adueñarse de él sin el menor resquicio de duda, sin opciones para el debate. Lo tiro yo, y punto, parecía decir su gesto concentrado. Seriedad absoluta. Y los engranajes del reloj, que parecían haberse petrificado, con segundos que no terminan de pasar, mientras el árbitro espera y espera.
Si la soledad del portero ante el penalti da para una novela, la angustia del lanzador puede ser toda una tragedia griega. De ésas en las que hasta los héroes salen trasquilados. ¿Qué pasaría entonces por la cabeza de Balboa?
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Marcos Menocal
Con el Racing cayendo por cero a dos en los Campos de Sport, las protestas de la grada arreciando a fuerte marejada -desde los cánticos sobre mercenarios hasta la peticiones expresas de dimisión de la directiva- y su entrenador repasando todo el santoral -se llevó más de una reprimenda desde la tribuna principal, por blasfemar-, la salida en tromba de su equipo en la segunda mitad parecía augurar que una remontada era posible, que todavía se podía salir reforzado de un duelo que tenía todos los visos de ultimátum para un míster que cuenta sus escasos partidos por debacles.
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Balboa tenía el futuro del club y el entrenador no en su mano, sino en su pie derecho. Y no parece de los que se arredran. Ocho años de profesional, diez clubes, dos continentes... El uruguayo no es de los que arrugan, sino de los que lo dan todo. ¿Se acordaría también de su debut? Como si lo hubiera soñado, fue salir en Lezama, marcar y llevarse el partido en casa del rival más temible. Toda una premonición. Pero, para coronarse, para ser vitoreado y adorado por la grada, le faltaba la confirmación en casa. Y esa era su ocasión, la de liderar una remontada más necesaria que histórica. Así es como se forjan las leyendas, y Adrián Balboa no había venido aquí para pasar inadvertido.
Quién sabe qué pensaría, si es que pensó algo. Pero sí puso toda el alma en un golpeo que le catapultaría al Olimpo racinguista. Le pegó con todas sus fuerzas y... Casi le acierta al aficionado que le grababa desde el anfiteatro.
Más error que ensayo, esta historia acaba mal para el héroe, silbado en el cambio como un vulgar villano. Claro que aún peor sería el escarnio público, cuando, en los compases finales, cuando el árbitro señaló un golpe franco en posición inmejorable, desde la grada se escuchó: «¡Que lo tire Balboa!».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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