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Asientos vacíos. Hasta el minuto 13 la Gradona permaneció muerta. Sin vida. Tal y como habían prometido la APR y la propia Gradona durante la semana. Todo para mostrar la repulsa contra unos horarios que no facilitan acudir a los estadios y perjudican a los ... aficionados. La invitación a dejar la grada con calvas se extendió al resto de zonas del estadio, pero pocas respondieron. La fuente de Cacho sonó como siempre en El Sardinero, algo más desangelada, eso sí. Faltaban gargantas y decibelios. Y antes de que rodase el balón en los Campos de Sport se guardó un minuto de silencio por Paquito, el mítico entrenador del ascenso. Todo el estadio se puso en pie para honrarlo. En un mutismo absoluto. Aunque por la mente de más de uno seguramente pasó una frase. «Nos van a ver volver como en el 93».
Y aficionados, no, pero pancarta sí. Nada más pitar el colegiado, en el fondo de animación se desplegó una lona en la que se podía leer: 'No al fútbol los viernes'. El resto del estadio tomó el relevo de la Gradona con un «Racing, Racing» que insufló vida al equipo, porque con el cántico llegó el primer ¡Uyy! del partido con un disparo de Andrés Martín. Primer aviso. «Vamos, vamos Racing, vamos campeón», coreaba el estadio para tratar de que los jugadores en el césped notasen lo menos posible la ausencia de los Malditos.
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«A la bin a la ban, a la bin bon ban, Racing, Racing y nada más», gritaba desde las Tribunas y las Preferencias. El crono llegó a l minuto 13 y por fin comenzaron a desfilar poco a poco desde los vomitorios los miembros de la Gradona bajo una lluvia de aplausos y acompañados por el estruendo del bombo. «Tebas vete ya, Tebas vete ya», cantaban. Habían estado aguardado pacientemente en los vomitorios y los aledaños de El Sardinero, escuchando los ¡Uys! y la música del estadio, mordiéndose las uñas, no fuera que se perdiesen un gol, pero con la convicción de estar haciendo lo correcto para que su protesta fuese televisada.
Los pitidos se clavaban en los tímpanos como cuchillas de afeitar cuando Pablo Rodríguez cayó al suelo y el colegiado no detuvo el partido. Hasta Andrés Martín se encaró con un jugador del Eibar y Aldasoro habló con el árbitro, mientras José Alberto hacia lo mismo con el cuarto árbitro desde la banda. Y en esas andaban cuando a los pocos minutos marcó el Eibar. Antonio Puertas desde fuera del área y a la escuadra. La Gradona se volcó con el equipo. Nada de achicarse. El Racing le echó ganas, pero no le salían las cosas. Que si un pase demasiado largo, que si tocaba afinar la puntería. Fallón. El Eibar quería dormir el partido y al filo del descanso aprovechó la oportunidad. Pascual se quedo tendido en el césped y el encuentro se detuvo varios minutos entre silbidos y pitidos de reprobación. El Sardinero mostraba su descontento.
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Un rumor sordo se extendió como una ola, desde la esquina más alejada hasta la Tribuna, creciendo en intensidad hasta convertirse en un rugido ensordecedor. Y lo hizo de nuevo cuando el colegiado solo añadió tres minutos y el público entendió que se habían perdido muchos más. El estruendo se hizo aún mayor cuando Pablo Rodríguez cayó en el área al tratar de llegar a un balón dividido ante Corpas. Sánchez Villalobos decidió que no era suficiente para pitar penalti y sufrió la ira de los Campos de Sport. «¡Fuera, fuera!», gritaba la concurrencia.
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Un clamor que no cesó y tuvo su momento álgido al llegar el descanso. La protesta era ensordecedora. Formaban un coro unísono que seguramente se podía sentir más allá de las paredes del estadio. El Sardinero, rozando el lleno con más de 19.000 espectadores, se convertía en un hervidero de indignación colectiva que no cesó tras el descanso.
El segundo gol del Eibar fue un jarro de agua fría, pero no enmudeció al estadio. Sangalli arrancó el aplauso de la grada cuando se atrevió con un disparo que se fue alto y los racinguistas lamentaron la ocasión errada de Karrikaburu llevándose las manos a la cabeza. «¡Ahora más que nunca, Racing Santander!», cantaba la Gradona. Y Suli le hizo caso. Las bufandas ondearon con ganas con el gol del catalán. «Una ilusión nos persigue la Primera División», coreaba la Gradona. Rugió una vez más el estadio. El VARdecretó penalti y Andrés Marín fusiló sin piedad. La grada estalló jubilosa. Catarsis. El saludo a los aficionados cuando terminó el partido tuvo una complicidad especial. Todo El Sardinero boto al unísono. Una sola voz catando aquello de «Una ilusión...».
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