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Óscar Gogorza
Domingo, 26 de mayo 2019, 20:27
Estos días, medio planeta mira asombrado y con una ceja levantada el atasco en la cima del Everest. El pasado día 22 de mayo, 200 personas se plantaron en su cima, y aunque está por confirmar, se habla de 300 cimas más el día 23. Testigo directo de excepción, el alpinista y Guía de alta montaña alemán David Goettler regresó el jueves al campo base después de renunciar a 8.650 metros: viajaba a contracorriente, sin ayuda de oxígeno artificial, cuando todos los que descendían le impidieron el paso.
Las voces más airadas piden medidas drásticas en la montaña más deseada del planeta, esa por la que se pagan precios de hipoteca y que se ha convertido en un premio para todo aquél que pueda asumir el precio. Mientras unos piden exámenes de aptitud para eliminar a los alpinistas que no son autónomos, otros piden que se prohíba el acceso a la montaña con oxígeno embotellado. Parece ridículo ver morir a personas mientras hacen tiempo para colarse en la cima o abandonarla. Parece incomprensible que si la montaña es sinónimo de libertad, de tranquilidad, de soledad, algunos paguen para hacer fila mientras pelean por no sucumbir.
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Pero los hay que recuerdan que el problema del Everest hace tiempo que se contagió a nuestras montañas vecinas sin que nadie se rasgue por ello las vestiduras. Como Guía de alta montaña, Goettler conoce perfectamente la realidad de su trabajo en los Alpes, especialmente cuando se trata de acudir a las montañas más deseadas, caso del Mont Blanc y del Cervino. «Aquí, pasa casi lo mismo que en el Everest. Hay una masificación muy fuerte, y la diferencia en el techo del mundo es que las consecuencias que van aparejadas son mucho más terribles: en el Everest no hay margen de seguridad y menos para los que no tienen experiencia o acuden a la montaña con operadores modestos», señala Goettler. No es lo mismo viajar acompañado por un sherpa personal o con dos y hasta tres, que hacerlo con uno para cuatro clientes.
«No me parece bien que se quiera cerrar el grifo del Everest: no olvidemos que es una fuente de ingresos muy importante en Nepal, en el valle del Khumbu. Por esa regla de tres habría que cerrar los teleféricos de Chamonix y a ver qué esquiadores asiduos del valle blanco suben andando…», observa Alberto Iñurrategi. Además el alpinista guipuzcoano, recuerda que muchos de los que acuen a los 'ochomiles' son «personas que ahorran durante años, que tiene ilusiones genuinas y que hay que respetar…. Aunque el caso del Everest sea seguramente exagerado». El caso es que de un tiempo a esta parte se ha disparado de forma desproporcionada el consumo de montaña, o el coleccionismo de cimas de referencia. Es un negocio del que viven no solo los guías, artífices del 'milagro' de colocar en sus cimas a candidatos que muchas veces carecen de experiencia ni aptitudes. «Yo mismo he tenido ese tipo de clientes, personas que carecen de autonomía, y es algo que asumo», explica Goettler. De este negocio depende la economía de los valles locales, sus refugios, supermercados, hoteles, restaurantes, bares, etc… y en Europa nadie se plantea cerrar el grifo aunque sí regular la afluencia, no para que decrezca sino para que sea ordenada y medianamente sostenible. A día de hoy, un guía autónomo no puede, salvo accidente, reservar plaza para él y sus clientes en el refugio de Gouter, por donde pasa la ruta más asequible al Mont Blanc desde Francia. Las compañías de guías locales copan las reservas y la ley obliga a tener una reserva en el refugio de Gouter para poder acceder a dicha ruta. De hecho, gendarmes de montaña controlan el acceso pidiendo a los guías su reserva, su titulación homologada para Francia y el seguro correspondiente. El día de cima en el Mont Blanc o en el Cervino empieza con una larga fila de lámparas frontales moviéndose al ralentí y, si uno busca la soledad en las cimas puede afirmar que se ha equivocado de lugar. Además, éste tipo de ejemplos tampoco difieren tanto del que encontramos en nuestra orografía: un día de cima en verano en el Monte Perdido o en el Aneto es una romería, y los atascos para acceder a la cima de Aneto son legendarios.
Otra cima masificada es el Elbrus, una que cuenta ahora con la etiqueta de montaña «más elevada de Europa». Poco importa que sea la cima más anodina de su entorno, que sea un estercolero y que unas orugas transporten a los 'montañeros' hasta un punto desde el que han de caminar. Tampoco importa que sus bruscos cambios de tiempo conviertan el lugar en una ratonera en la que muchos pierden la vida. Es una cima cotizada, por elevada, y ejerce de faro. Y da trabajo a mucha gente.
Los guías con más experiencia y una buena cartera de clientes huyen de las cimas masificadas: logran convencer a sus clientes de que la belleza de una montaña no tiene nada que ver con su altitud. Pero han de luchar con el desconocimiento y con el correr de los tiempos, donde solo lo que se publica en las redes y suena importante merece crédito. Como en todas partes, aquí también el cambio debería venir antes desde la educación que desde las prohibiciones.
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