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No hace ni siquiera nueve meses que tuve ocasión de pasear por la zona del Muelle de Maura para realizarme unas fotografías con ocasión de la publicación de mi último libro, 'El agua del reloj'. Había quedado con Alberto Aja, magnífico profesional de este ... periódico, en los alrededores de la Grúa de Piedra. Fue precisamente él quien me propuso descender a los singulares bajos del Muelle, cuajados de criaturas marinas, de olor a salitre, bañados por la colisión de la luz de la bahía y de la semioscuridad que se albergaba bajo sus propios pilares, en un ambiente similar al que emana de los desvanes donde se aloja la nostalgia.
Podríamos hablar de la historia de ese Muelle, que en su origen dio lugar a la denominación de «calle del Martillo» en su peculiar unión con la actual Marcelino Sanz de Sautuola. También podríamos hablar de que, en efecto, esta zona tan especial, seña emblemática de nuestra ciudad debido a su historia y a la afición de quienes por allí pasean con frecuencia, merecía una atención específica, pues es innegable que existía la necesidad de ser saneada y, sobre todo, de ver asegurados sus pilares para garantizar su perdurabilidad y seguridad para los viandantes.
Pero cuestión muy distinta es la barbaridad que se está perpetrando en estos momentos en el Muelle de Maura. El Ayuntamiento de Santander, que no deja de proporcionarnos alegrías talando árboles y devastando parques centenarios, hormigonando vilmente plazas históricas, diseñando carriles-bici inútiles en los lugares más inverosímiles o taponando la bahía con artefactos escamosos, ha dado en pensar que el Muelle de Maura no podía escapar a sus maquinaciones. De manera que entre la Alcaldía, la Concejalía de Fomento y la Autoridad Portuaria se ha puesto manos a la obra: a la obra de destrozar un enclave patrimonial de la ciudad sin el menor respeto, sin el menor criterio ético ni estético, sin la menor consideración ecológica, y por supuesto sin informarse históricamente de cómo se restaura un lugar que tiene un significado tan sustancial en la configuración de Santander. Para qué preocuparse de tales fruslerías, pudiendo hormigonar sin contemplaciones y sobrepintar de color gris Chernóbil (sí, están leyendo bien: pin-tu-ra, cutre-gris, sobre hormigón) un lugar al que se ha robado la magia de la pátina del tiempo; un lugar en el que el mar había estampado su impronta embelleciendo y poetizando un entorno eminentemente industrial y portuario. La empresa responsable del descalabro se llama Misturas y se ha llevado por el destrozo -al menos sobre el papel- un millón de euros recaudados de la dignidad de los santanderinos. Misturas, con s o con x, hace lo que su nombre sugiere: mezclar, batir y regurgitar su infame ejecución, a mayor gloria de quienes menean las chequeras y «embisten cuando se dignan usar de la cabeza» (que Machado dijo, no yo).
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