Paul Thomas Anderson, puro cine
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El director de 'Pozos de ambición' o 'Boogie Nights' está considerado uno de los maestros del cine estadounidense actualVuelve, para el regocijo de los amantes del arte cinematográfico con mayúsculas, Paul Thomas Anderson, o PTA, tal y como también se le conoce (no confundir con su casi homónimo en las antípodas, Paul W. S. Anderson, impulsor de la franquicia cinematográfica ... de 'Resident Evil'). Probablemente es uno de los cineastas con una de las filmografías más atractivas del momento, ecléctica e impredecible, con un poder de convocatoria más allá de la cinefilia.
Autor ante todo, con 'El hilo invisible', su primera película rodada fuera de Estados Unidos, deja claro que sabe rodar como nadie. Nominada a seis Oscar, que incluyen las categorías de mejor película, director y actor principal, su última apuesta es su segunda colaboración con Daniel Day-Lewis tras la poderosa 'Pozos de ambición'. El mundo de la moda en el Londres de posguerra es el escenario de un romance intenso entre un artista y su musa, un modisto inspirado en Balenciaga cuya existencia rezuma creatividad, para bien y para mal. Anderson ha caldeado las redes con la promoción del filme, soltando perlas que han despertado filias y fobias, para variar.
«El amor puede ser una película de terror», advierte, mientras se mete con el doblaje, el mismo que mata el cine que ama según sus palabras encendidas, aplaudidas con devoción por sus mayores devotos. Es poco dado a las entrevistas pero siempre que abre la boca dice algo interesante sobre el medio audiovisual, para el que también ha realizado vídeos musicales para bandas sonadas como Radiohead y documentales como 'Junun'. Considerado como uno de los maestros del cine estadounidense actual por el American Film Institute, a cada paso que da en su trayectoria es incapaz de torturar al espectador con más de lo mismo, el mal de nuestro tiempo. La indiferencia no va con él.
Empezó fuerte dándose a conocer al gran público con la poderosa 'Boogie Nights' (1997), cine de los 70 a la manera de Martin Scorsese, ambientada en el mundo del porno, con un personaje al límite inspirado claramente en John Holmes, malograda estrella del cine X que lucía un miembro viril sobrenatural. Le siguió 'Magnolia' (1999), Oso de Oro en Berlín, con un reparto coral exultante y una escena con una lluvia de ranas en un marco de realidad que dejó a más de un espectador turulato. Imposible no hablar de un tal Paul Thomas Anderson, capaz de dar un volantazo en su carrera hacia el éxito firmando la incomprendida 'Embriagado de amor' (2002), una recomendable rareza protagonizada por Adam Sandler. El protagonista de comedias descerebradas como 'El aguador' o 'Mr. Deeds', ahora rey de Netflix con títulos sobrados de audiencia amparados por la plataforma de entretenimiento en streaming, encabezaba el cartel de una obra insólita que desconcertó a crítica y público, a pesar de llevarse el premio al mejor director en el festival de Cannes (ex-aequo con Kwon-taek Im por 'Chi-hwa-seon').
El argumento de 'Embriagado de amor' se antoja un disparate, quizá ignorado si no hubiera venido avalado por el talento de un autor de culto que tan pronto cosecha galardones con sus vástagos de celuloide como es lapidado por enemigos acérrimos. Kevin Smith abrió una página en Internet dedicada exclusivamente a rajar de mala manera sobre 'Magnolia', tachándola de excesivamente pretenciosa, entre otros piropos malintencionados. No dejar indiferente a propios y extraños, con apenas 32 años, fue una buena tarjeta de presentación para Anderson, creador nato.
En la desquiciada 'Embriagado de amor' Sandler interpreta a un freakie en toda regla, un ser alejado de la normalidad, tal y como la entiende la mayoría. Barry Egan, nombre del interfecto, se gana los garbanzos vendiendo productos de limpieza, entre los que destaca un impagable desatascador irrompible. Va siempre vestido con un traje azul eléctrico. Una de sus mayores aficiones es pasar las horas muertas colgado del teléfono erótico. A través del frío aparato busca la compañía de una voz femenina, aturdido ante todo lo que huela a sexo. El espartano control de sus siete hermanas le han castrado la personalidad, provocándole un serio trastorno que le impide comunicarse con facilidad. Debido a la represión que sufre, a las heridas de la soledad y a una acuciante baja autoestima, tan pronto la sonrisa de un niño se apodera de su semblante como llora desconsoladamente. O lo que es peor, se lía a golpes destrozándolo todo a su alrededor.
La caótica existencia del perturbado Barry recibe el toque de la varita mágica de Lena, una cándida mujer inglesa, interpretada por Emily Watson, que embriaga con sus ojos azules al perdido personaje, representando la esperanzadora armonía que nunca llama a su puerta. Pero en el campo del amor, jugar no es fácil, y menos cantar victoria. Ante estos hechos las situaciones rocambolescas se suceden, entretejiéndose un mosaico de géneros que rompió los esquemas a más de un crítico.
Mientras la película se inicia con un tono surrealista, digno de mención, en algunos momentos este hallazgo se pierde, pasando a los lugares comunes de las comedias románticas americanas. En el camino, la tradicional fórmula de planteamiento, nudo y desenlace deviene poco convencional, ofreciendo un producto rara avis que sigue generando controversia, como viene siendo habitual en la trayectoria de su máximo responsable.
A Paul Thomas Anderson se le ocurrió la idea de 'Embriagado de amor' a partir de un artículo aparecido en un periódico, donde se contaba la historia de un hombre que se había dedicado a comprar miles de natillas con la intención de acumular puntos para un premio de una promoción.
Con sólo 3.000 dólares el sin par individuo logró acumular más de un millón de puntos que le permitieron viajar a sus anchas en avión, la misma obsesión del protagonista de 'Embriagado de amor', que ve en la isla de Hawai el paraíso ideal donde culminar su amor con la dulce mujer de sus sueños. Para algunos un tropezón en la singladura de Anderson, para otros un acto de valentía, en 2007 volvió a demostrar su capacidad como creador visual a los más incrédulos con una historia épica, 'Pozos de ambición', basada en la novela 'Oil!', de Upton Sinclair.
La película cosechó excelentes críticas en EE.UU., metiéndose abiertamente, sin cortapisas, con el negocio del petróleo. Se llevó dos Oscar, de 8 nominaciones, entre ellos el galardón al mejor actor para Day-Lewis, un tipo que no se prodiga demasiado en la gran pantalla, pero cuando lo hace deja una huella imborrable.
En 'Pozos de ambición', primera colaboración con Anderson, el rostro de 'Lincoln' encarna a Daniel Plainview, un padre de familia sin escrúpulos, capaz de vender a su madre para ganar más dividendos. Los barriles de oro negro son su fortuna. La película transcurre en la frontera de California a finales del siglo XIX. A modo de crónica de la época, trata del poder y los delirios de grandeza de un minero del montón que se convierte en un ambicioso magnate a base de pisar cabezas. Un día le hablan de una ciudad al oeste, donde existe un mar de petróleo por explotar. Allí se dirige con su único hijo H.W., a quien ponía rostro un entonces debutante Dillon Freasier, para probar suerte en la polvorienta Little Boston, un lugar perdido donde la única manera de pasar el tiempo es acudir a la Iglesia, un lugar regido por el predicador Eli Sunday, interpretado con carisma por Paul Dano. Cuando la vida les sonríe a los Plainview, nada volverá a ser igual. Surgen los problemas: el amor, la esperanza y la fe, incluso los lazos afectivos entre padre e hijo, son expuestos a la corrupción por culpa del dinero y el egoísmo. Lo peor de cada cual sale a relucir, nuestro lado oscuro.
'Pozos de ambición' comienza con 20 minutos sin apenas diálogos. La cinta dura más de 150. Paul Thomas Anderson es un hombre de retos. Desde 'Boogie Nights' no ha dejado de sorprender al espectador abierto de miras planteando un cine arriesgado que, aparentemente, aprovecha las armas del lado más comercial de Hollywood.
Es dado a filmar en orden cronológico y cuida al máximo la banda sonora. 'The Master' (2012) y 'Puro vicio' (2014), más cercanas en el tiempo, profundas y arriesgadas, no gozaron del éxito de público que merecían, pero ahí están para la historia del séptimo arte.
La primera golpeaba a la Iglesia de la Cienciología, con el genial Philip Seymour Hoffman dándolo todo (¡qué temprana pérdida la suya!) y un brutal Joaquin Phoenix. Desafiaba a una organización acusada de secta, y por ende a todas las religiones, con intensa complejidad, la que le cerró las puertas de una audiencia mayor, aparte de las zancadillas obvias.
Discípulo aventajado de Scorsese o Kubrick, Anderson se metió en camisa de once varas con la atmosférica “Puro vicio”, un paseo por el reverso de nuestra existencia que variaba de tono a su antojo, del cine negro a la comedia, pasando por el drama o la psicodelia. Partía de una obra literaria inadaptable, de Thomas Pynchon, para ofrecer puro cine. Gracias, Anderson.
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