Robert Guédiguian y el cine social
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El director, que estrena 'La casa junto al mar' es un humanista declarado como reflejan sus aplaudidas películas, las mismas que se mueven entre géneros buscando comprender al ser humano«No soporto las películas que carecen de ficción. Siempre trabajo con una construcción inmediata de un relato. No digo que no me interese un cine no narrativo, pero me parece inaccesible para un público amplio. Y como quiero dirigirme a un público amplio, la ... primera regla para conseguirlo es que la película sea legible de forma inmediata para todos». Así de contundente se muestra el cineasta galo Robert Guëdiguian (Marsella, 1953). Son declaraciones de su cosecha recogidas durante la promoción de su última propuesta, 'La casa junto al mar', «un compendio de mis pensamientos actuales en forma de ficción», según sus propias palabras.
Su nueva película insiste en algunas de las preguntas que se hace habitualmente en su amplia y regular filmografía, compuesta por títulos indispensables como 'Marius y Jeannette' (1997), 'La ciudad está tranquila' (2000), 'Marie-Jo y sus dos amores' (2002), 'Mi padre es ingeniero' (2004), 'El viaje a Armenia' (2006) o 'Las nieves del Kilimanjaro' (2011), entre otros. Denominado en algunos círculos, dado la fijación del ser humano por etiquetar, como el Ken Loach francés, debido a su claro interés por la crítica social, últimamente procura abrir puertas a la esperanza y abraza el optimismo en la resolución de algunas de sus tramas, con querencia por los personajes.
«En la época actual, aunque se describan cosas algo sombrías, me parece que no enseñar lo poco que no va mal sería inaceptable», señala al respecto. «Me molesta la complacencia en la desgracia. Personalmente, no voy al cine para que me muestren lo que no funciona si ya soy consciente de ello. Lo sé leyendo la prensa, informándome. No necesito que los cineastas me informen del estado del mundo. No me interesa esa faceta del cine. Voy al cine porque quiero ver un espectáculo con personajes, fricciones, emociones, alguna que otra resistencia al mundo tal como es hoy, aunque sea microscópica». Algo rechinan estas palabras recientes, atendiendo a su carrera comprometida, donde ha reflejado la precariedad laboral y otras miserias, la inmigración, el paro, la marginalidad…
Nacido de madre alemana y padre armenio, Guédiguian es un humanista declarado, así lo reflejan sus aplaudidas películas, las mismas que se mueven entre géneros según lo que el autor desee transmitir al espectador. Fue militante del partido comunista, hasta que decidió transitar por otros cauces y ampliar sus miras. Ha narrado, influenciado por el neorrealismo italiano, el vivir cada día en zonas portuarias, fábricas y calles de lugares castigados.
Analizando sus últimos pasos, dada su nutrida producción, tras el traspiés de la ingenua 'El cumpleaños de Ariane' (2014), cogió aire con 'Una historia de locos' (2015), aunque parece costarle recuperar el brío de antaño. En 'La casa junto al mar' hace un guiñó a uno de sus primeros filmes, 'Ki lo sa?' (1985), planteando la relación con el pasado y la nostalgia.
Los personajes «se sienten desposeídos de la acción política. Es algo bastante sintomático de mi generación. Antes hacíamos cosas en el seno de una asociación, de un sindicato, pero hoy en día ya no sabemos qué hacer ni dónde. Quería trabajar sobre esto».
Firma así una fábula sobre la importancia de la familia y de los pensamientos transmitidos a lo largo de generaciones, del cambio de ideales y la transformación de la sociedad con el paso del tiempo. «Creo que el mundo no es ni tan malo ni tan bueno como tendemos a creer», explica. «Sea como sea, hace falta luchar para que sea mejor. Para mí, lo ideal sería que todos nos preguntásemos permanentemente qué podríamos mejorar. ¿Más justicia? ¿Más igualdad? ¿Más verdad? Siempre queda algo por mejorar. Pero una crítica del presente implica echar una mirada hacia el pasado».
«El pasado es la única crítica completa del presente», decía Pasolini.Guëdiguian le toma la palabra al malogrado artista italiano. «¿Dónde pueden encontrarse los elementos para criticar el presente si no es en el pasado?», exclama. «Nos vemos obligados a buscar propuestas en el pasado». La nostalgia habita en los personajes de 'La casa junto al mar' como una idea de activismo.
«La nostalgia siempre es revolucionaria», afirma. «Los que viven demasiado en el presente, convencidos de que el presente es evidente, los pragmáticos, son auténticos reaccionarios. Me considero a mí mismo como un nostálgico y un revolucionario». En 'Una historia de locos' hablaba de las cicatrices que quedan y el odio que permanece tras la aparente resolución de un conflicto armado.
Señalaba el holocausto armenio y sus consecuencias, intentando dar voz a todos los puntos de vista posibles sobre el tema. Con el libro 'La bomba', de José Antonio Gurriarán -víctima de un atentado reivindicado por el Ejército Secreto Armenio para la Liberación de Armenia que le dejó minusválido-, como inspiración, partía de la recreación del juicio al que fue sometido Soghomón Tehlirian, responsable de la muerte de Talaat Pashá, Ministro de Interior turco-otomano en 1915, precedente de la lucha armada que explotó décadas después, en los años 80, cuando creció la semilla de la rabia en los nietos de los mancillados.
Una guerra no acaba cuando se bajan las armas, el rencor sigue en las casas, en el seno de las familias. Se transmite de padres a hijos durante generaciones. Guëdiguian aprovechaba la coyuntura para explorar su identidad, dado su origen. Lanzaba un mensaje pacifista, sin cargar las tintas en el dramatismo.
Sus películas buscan comprender al ser humano y su comportamiento. «Durante mucho tiempo, mis preocupaciones eran lo que suele llamarse internacionalistas. Como comunista e internacionalista, las cuestiones de identidad eran totalmente secundarias. Importantes, sí, pero secundarias. El tema de la identidad se ha vuelto muy importante desde los años noventa, quizá el tema más importante, hasta convertirse en el núcleo de numerosos debates políticos».
Con 'Una historia de locos' cumplió con su responsabilidad. «Si fuese palestino o kurdo, hablaría del problema palestino o kurdo. Pero soy de ascendencia armenia y presento el problema armenio». El carácter combativo no abandona al cineasta marsellés, de discurso abierto, siempre interesante, aunque no siempre remate sus películas. El cine social lleva su nombre.
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