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Tras las gafas de sol Begoña Baranda oculta la consternación que se ha asentado en sus ojos. Nerviosa, con la palabra atropellada al principio, acuerda un encuentro con este periódico porque es una mujer abatida, pero aún con fuerzas para defender lo suyo: «Necesitamos que ... la gente comprenda que estamos viviendo una pesadilla macabra y que tienen que respetarnos. Que los bulos y las mentiras hacen mucho daño y que, por favor, necesitamos que todo esto pase de una vez», zanja la prima de Jesús Mari, el jubilado asesinado en Castro Urdiales, cuya cabeza apareció en una caja la madrugada del pasado 28 de septiembre. «Esperamos ser capaces de dar carpetazo a todo; aunque nos va a costar mucho pasar página al odio que tenemos a esta mujer», sentencia.
Ella no declaró el pasado jueves en el Juzgado de Instrucción de Castro Urdiales, como sí lo hicieron otros familiares: Andrés Baranda, hermano de Jesús Mari; Alfonso Ricondo, primo de la víctima; María, la amiga que tuvo la mala fortuna de abrir la caja que contenía el cráneo; y Ana, la hermana de esta última. «Sabemos que aún está el secreto de sumario, que hay que demostrar las cosas, pero creo que podemos opinar libremente sobre lo que nos parece y es que estamos convencidos de que fue Carmen quien mató a Jesús Mari», incide.
Begoña no quiere alargar mucho la conversación, por eso se mantiene en pie, en una calle céntrica de Castro; pero a los pocos minutos toma asiento porque revivir una vez más ciertos episodios le revuelve las tripas. «Es que lo recuerdo y me pongo muy nerviosa. Yo me he estado encontrando a Carmen (Merino) a menudo durante estos siete meses y siempre me decía lo mismo, que estaba muy triste, que esperaba que Jesús Mari volviera algún día. Y yo pensaba que pobrecita. Que cómo podía haberla abandonado mi primo... cuando en realidad fíjate lo que había pasado».
Todos sospecharon desde el principio lo peor, que nada bueno había detrás de la extraña desaparición de un hombre cuya personalidad no encajaba con esa fuga gratuita. Lo dijo desde el primer día otro de los primos, Carlos Ricondo: «Llegó un punto en que comenzamos a pensar que podríamos encontrarlo muerto; pero nunca pensamos que fuéramos a encontrarlo de esta manera». Begoña barajó diversos escenarios, «le gustaba el monte y piensas que pudo despeñarse en algún lado. Llegas a imaginar que tal vez sufrió un accidente». «Pero esto no lo entiende nadie. Cuando ves estos sucesos en la televisión te impactan, pero cuando te tocan de cerca, te das cuenta de lo que llegan a sufrir todas las familias que se ven obligadas a pasar por ello», matiza la mujer, que poco a poco relaja el discurso para dejar a un lado la emoción y entrar en mayor detalle.
En uno de esos últimos encuentros -uno de tantos que Begoña Baranda tuvo con Carmen Merino, la presunta asesina de su primo- surgió una conversación que le ha quedado grabada a fuego en la memoria. «Yo le dije algo así como que si mi marido me hiciera eso, cuando apareciera por casa le daría un bofetón que le haría perder el equilibrio. Pues ella me dijo que no, que de eso nada. Que ella le esperaba para darle besos y abrazos. ¡Su vida ha sido una completa mentira! ¡Madre de Dios!», y se lleva las manos a la cabeza para tratar de encontrar sentido a lo que parece imposible.
«No sé cómo podrán hacer el perfil psicológico de esta mujer pero calculo que al psiquiatra, o a quien le toque hacerlo, le va a resultar muy difícil. Porque yo pienso que es lo peor de lo peor. Estamos deseando que se esclarezca todo para que se demuestre lo que ha hecho. Él era una persona muy buena, un pedazo de pan que la tenía como una reina y ella merece el castigo más grande que le pueda caer. Se merece no volver a salir nunca de la cárcel», enfatiza sin atisbo de vehemencia, sino con la calma de quien ha meditado mucho sus palabras.
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«No podrá alegar enajenación transitoria porque nadie que guarda durante siete meses la cabeza de su expareja en una caja puede demostrar eso», defiende. «Yo puedo llegar a entender, aunque es espantoso, que alguien pueda matar a alguien en una riña muy acalorada; ¿pero esto otro?»
Coincide la familia en que Carmen Merino y Jesús Mari comenzaron la relación muy unidos. Que viajaban a menudo y disfrutaban cuanto podían. Pero que en los coletazos de ese idilio todo cambió. «Quizá él descubrió cosas sobre ella que no le gustaron. O tal vez le dijo que eso se acababa y la echó de casa. Otra cosa no se me puede ocurrir porque él era una persona excepcional».
Begoña mira el reloj porque ha quedado para comer con su familia. «Estamos tratando de pasar esto juntos. Nos vemos todos los días», desvela. Todos anhelan que llegue el día en que todo acabe, que se encuentren los restos del cuerpo de Jesús Mari y se le pueda dar sepultura conforme a lo que era su deseo. «Ojalá se levante pronto el secreto de sumario, encuentren el cadáver y se celebre el juicio. Nos ayudará conocer la verdad de todo lo que ocurrió; aunque mucho me temo que la completa realidad no la llegaremos a averiguar nunca».
Estas semanas de especulaciones vecinales, de cábalas y bulos, se han convertido en una «auténtica pesadilla» para las integrantes de la Asociación de la Casa de Andalucía de Castro Urdiales. Se sienten «víctimas» colaterales de un hecho que ha captado el interés nacional tras el hallazgo macabro de la cabeza de Jesús Mari Baranda en una caja el pasado sábado, 28 de septiembre. Su único pecado, ser uno de los colectivos donde la presunta asesina, Carmen Merino, acudía con frecuencia para recibir clases de baile y reconectar con su origen andaluz. Cansados de ser uno de los focos de atención y del «humor negro» que está circulando por internet y que se escucha por las calles de la ciudad castreña, los integrantes de la Casa de Andalucía han condenado los bulos «total y absolutamente falsos sin comprobar las fuentes y la veracidad de esos comentarios, como el que hace referencia a las croquetas y el cocido que trajo la acusada a la Casa», señaló la presidenta de la asociación.
Recordó también que se ha especulado sobre un posible triángulo amoroso entre el asesinado, la detenida y la mujer que guardó la caja, tachándolo de «totalmente falso». «Les parece que esa mujer que se encontró la cabeza, y que recuerdo que gracias a ella se ha podido descubrir el suceso, no tiene bastante con asumir y superar todo ese horror como para tener que escuchar estos comentarios terribles y dañinos, que no aportan nada de luz al caso que todavía está en secreto de sumario. Todo eso sí hace daño a personas que ya de por sí están sufriendo lo indecible», manifestó la presidenta de este colectivo que quiere volver a la normalidad y continuar con su labor de divulgación del folclore andaluz.
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