Secciones
Servicios
Destacamos
Carmen Merino llevaba al menos siete años viviendo en la localidad cántabra de Castro Urdiales. Allí llegó desde su Cádiz natal, siguiendo al que hasta el pasado mes de febrero era su pareja, Jesús Mari Baranda, al que había conocido en su tierra. Baranda acompañaba ... de forma habitual a un amigo en sus viajes a tierras gaditanas para visitar a un nuevo amor. Y de tanto viajar, él también lo encontró en Carmen.
La mujer, en su afán por integrarse en Castro Urdiales lo antes posible, encontró en el centro andaluz de la localidad cántabra un punto de anclaje, que le ha servido para mantener de alguna forma el contacto con su tierra de origen durante los últimos años.
Hasta ahí, hechos incontestables. A partir de aquí, el relato de todos los que conocen a Carmen Merino difieren en función de la cercanía. Este periódico estuvo ayer con todos ellos. Para sus compañeros en el centro andaluz castreño, la noticia de la aparición de una parte del cadáver del compañero de Carmen fue un mazazo. Estaban conmocionados. «Nos hemos quedado alucinados, es como una película de terror».
A los miembros de la asociación les tocó responder preguntas sobre Carmen Merino. Que era una «mujer normal y corriente» o que «a veces tenía depresiones y estaba con medicación». Cuentan que «hacía unos meses que no asistía a las clases de baile español a las que estaba apuntada», pero sí que fue «a la Feria de Primavera». Lo contaba ayer una de las integrantes de este grupo.
Ellos, sus compañeros en la asociación, sabían de la desaparición de su pareja desde hace meses. Fue un tema del que hablaron en su día. Tanto, que una de las socias del centro andaluz insiste en que allí se preocupaban todos por su situación.
«Le preguntábamos -relata la mujer- qué tal estaba, cómo lo llevaba y nos decía que iba tirando y que no denunciaba la desaparición de su marido porque la Policía le decía que esperase, así que todas la animábamos durante la ausencia de su marido».
Mientras tanto, en Vizcaya, el carácter de Carmen Merino no había dejado indiferente a ninguno de los amigos y allegados de la víctima. «Somos doscientos y pico jubilados del banco y hacemos muchos viajes y excursiones con nuestras esposas. Así la conocimos a ella, él nos la presentó», explica Javier, que revela algunas de las desavenencias que sacudían la convivencia en pareja.
«Era una mujer complicada, siempre de mal genio, a él le hacía desplantes en público», aseguran convencidos de su culpabilidad en el asesinato de su amigo. Nada, sin embargo, hacía presagiar un desenlace como el macabro hallazgo conocido ahora. «Con ella hemos convivido mucho, así que cuando nos hemos enterado de la noticia se nos ha puesto la carne de gallina. Después de siete años tratándonos, no nos los podíamos creer. Mi mujer está acojonada, normal».
Carmen Merino tampoco parecía encajar en el seno de la familia de él. «No despertaba muchas simpatías», admite Alfonso Ricondo, primo del asesinado. Cuando Alfonso acudió al cuartelillo, harto de evasivas y de falta de noticias, «ella se molestó porque había puesto la denuncia sin contar con ella», relata ahora el pariente.
Incluso en vísperas de su detención, una vecina de Castro preguntó a Carmen qué tal estaba sobrellevando los siete meses de falta de noticias de su pareja. La vecina se atrevió incluso a vaticinar un fatal desenlace: «¿No le habrá pasado algo?». Y Carmen respondió: «¡Ayy, calla, calla, por favor!».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.