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Miguel Izaguirre está pensando en deshacerse de las trece ovejas que le quedan. Dice que no tiene más remedio, que anoche sufrió otro ataque del lobo –el tercero desde 2019- en la finca de Treceño (Valdáliga) donde pacen sus animales; que esta vez el ... cánido mató tres ovejas y dejó a otra malherida, a la que el ganadero va a tener que sacrificar. Miguel cree que «cualquier día atacan a las personas», porque su terreno está «pegado a la farmacia del pueblo», al lado de las viviendas y de los vecinos.
Se queja mucho Miguel, con desesperanza, «porque nos vemos obligados a dejarlo y nadie busca una solución». Y, sobre todo, está disgustado desde que este martes por la mañana le llamara un vecino para informarle de que el lobo había estado otra vez dándose un festín a costa de sus animales, «que son mi comida, porque yo vivo gracias a la pensión y a lo que saco de vender a las parturientas». Hace dos años tenía 30. Hoy le quedan 17. «Mañana Dios dirá, porque las que quedan están temblando de miedo por si vuelve el lobo». La frase recuerda al cuento de Caperucita, solo que aquí no hay final feliz. Ni siquiera hay final, «porque esto no se acaba nunca», se desespera el ganadero.
Hace unos ocho años que este vecino de Cabezón conserva su ganado en una finca de Treceño. «Están sueltas, pero tienen una cuadra de donde entran y salen. No puedo guardarlas porque los animales en esta época quieren estar libres». Así que cada noche la misma historia. «El miedo por si ataca el lobo, la angustia. ¿Cómo no voy a estar enfadado? Con lo que tardan en pagártelas después... Además, no podemos hacer nada y la única solución es vender los animales y quedarte sin ellos».
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El último afectado por un ataque de lobos declara que va a «quitarlas todas», aunque quizá se deba a lo reciente del suceso. «Los vecinos aquí tienen miedo, porque imagínate que un crío se escapa por ahí solo y se puede liar, porque como el lobo tenga hambre mata a una persona», explica. Él, por lo pronto, ha sido un ganadero más de todos los que se han encontrado con escenas sangrientas tras una de estas visitas. «Había tres que estaban comidas enteras», relata. Y la escena no deja de repetirse en los pueblos de Cantabria. Como una pesadilla recurrente.
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