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Los más jóvenes han aprovechado el desbordamiento del Deva, en Molleda, para pasarlo bien. Tomaron una pequeña embarcación, la remolcaron hasta el centro del pueblo, donde la profundidad de la inundación lo permitía, y comenzaron a tomar fotos para recordar el día. Una jornada ... en que el caudal anegó casas, produjo el apagón de las farolas de toda la localidad, y dejó escenas de diversión para unos y de desesperación para otros.
«No hay derecho a esto. Llevamos años con el mismo problema y nadie le pone solución. Revilla viene a sacarse fotos cada vez que nos inundamos, pero al final no hay manera de que nadie haga nada. Es una completa vergüenza», denunció Jesús Suárez, vecino de la localidad que este miércoles quedó convertida en una gran charca por culpa del agua desbordada en el Deva.
Hasta la zona se desplazó este miércoles por la tarde un grupo de técnicos de la Dirección General de Interior del Gobierno de Cantabria, con dos lanchas y todo preparado para intervenir en caso de que las cosas se complicase.
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«Mira cómo tengo la casa, y no te dejo pasar a la huerta, porque está para echarse a llorar», clamaba otro vecino de Molleda. Fue la antítesis de la sensación que motivó a los más jóvenes a convertir el contratiempo en motivo de juegos. Remolcaron una pequeña embarcación hasta el centro de la localidad y comenzaron a remar.
«¿Qué vamos a hacer, ponernos a llorar? Pues no», zanjaron los adolescentes, que iluminando la escena con las linternas de los móviles y aprovecharon para inmortalizar el momento para ilustrar sus redes sociales. «En 2019 pasó como esta vez; igual no tanto», contaba Andrea Fernández, hija de los dueños del bar Casa Pepe, que quedó este miércoles completamente inundado. «Hemos visto que crecía el agua y hemos puesto todo encima de la barra y las mesas. Hay que levantar la nevera y los electrodomésticos para que no se mojen. Es lo que pasa siempre».
Otro vecino tuvo que evacuar a las vacas de una cuadra que quedó cubierta por medio metro de agua. Caminaba con ellas por el centro del pueblo convertido en un gran charco. «No sé ni por donde piso», se compadecía de sí mismo. Y en Cabezón de la Sal, el 112 tuvo que rescatar a una familia atrapada en un prado por la crecida del río sin que nadie resultara herido.
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