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El sustento de Oreña a la orilla del mar
Rostros de la despoblación

El sustento de Oreña a la orilla del mar

Modesto Abascal, de 86 años, recuerda muy bien las noches de invierno que pasó al raso, recogiendo oca (algas) al pie de los acantilados de Oreña, en Alfoz de Lloredo, donde ha vivido siempre, atrincherado en la tierra que le vio nacer/ Aprendió a desenvolverse pronto en una familia grande que trabajaba el ganado en tiempos duros

Lucía Alcolea

Santander

Domingo, 15 de diciembre 2024, 07:30

A Modesto Abascal casi se lo lleva el mar mientras recogía percebes. Fue con veintitantos, en la costa escarpada de Oreña (Alfoz de Lloredo), repleta de acantilados con vértices puntiagudos que se asoman al horizonte y que a Modesto le rasgaron las piernas cuando escalaba las rocas hacia la superficie de la montaña, prendido de una cuerda. Ese día entendió más que nunca la forma de ser del mar, sus tiempos y su carácter cambiante e imprevisible y ahora lo recuerda, con 86 años, y un semblante que parece no haber cambiado en mucho tiempo. Tiene los rasgos marcados este hombre y varias arrugas circundan su boca. La voz fornida y un silencio entre palabras que da paso a los recuerdos. Modestó salió de aquel atropello en el agua como quien sale a la superficie del mundo después de hab.er vivido en una cueva y esa noche lo celebró con una botella de vino, al calor de la misma cocina de leña que hoy le calienta la espalda sentado en un taburete.

Modesto Abascal con una de sus vacas en Oreña con alrededor de 30 años. DM

El mar ha sido el compañero de Modesto desde 1961, cuando fue por primera vez a coger oca –tal y como se conoce en Oreña la recogida de algas o caloca–. «Estaba cuidando las vacas con mi hermana la mayor en la finca de mi padre, en la zona de Mediajo. Recién casado, me acuerdo. Había allí que nos animó a probar y allá que fuimos, a las tres de la mañana». Él y dos compañeros. «Ellos no aguantaron, pero yo sí y al día siguiente volví». La vendía «por una miseria, pero se vivía así, con poco». Con casi nada. «Y las llevaba a cuestas –las algas– después de recogerlas con una pala de ganchos y cargarlas en un carro». La primera vez le pagaron 500 pesetas. Al principio no, pero cuando la oca se empezó a revalorizar, en los ochenta, «recogíamos muchísimo y la cosa rentaba». Eso sí, «había que ir a la mar noche sí y noche también, navidades incluidas». Sin descansos ni días de fiesta. «A veces compartíamos una botella de vino, un bocadillo, algunas bromas y parecía que entrabas en calor». El tiempo se engarrotaba a la orilla del mar y el día tardaba en llegar. «Imagínate niña –dice Modesto– y además es que había porque empezó a venir gente de otros pueblos y tenías que andar listo». «Pasé noches y noches allí, aterido de frío. Eso te deja una marca en el cuerpo». Una marca de sal y roca la que lleva Modesto. Y además que después «nada de irse a dormir», porque había que atender a las vacas. Menos mal que el de Oreña no es de estar parado y dice que por eso no le gusta ir a ver su hermana a San Fernando (Cádiz), «porque no sabe uno en qué dar». Lo que le mueve a Modesto es la feria popular, el ganado y la actividad de campo. Le gustaría al hombre poder bajar otra vez a por percebes «pero ya no estoy para esos trotes». Lo piensa cuando va a la finca de Mediajo, que es a menudo, andando y tras tomar los blancos en Novales. «Yo nací a la vera de esta casa, en otra vivienda que era de mis padres». Se casó y tuvo dos hijas, María Ángeles y María José, que ya son abuelas. Su mujer murió hace años y él todavía la sigue llorando.

Modesto subido a un caballo en su pueblo. DM

Se emociona Modesto, el único barón de cuatro hermanos. Empezó a trabajar «de crío» y fue a la escuela de Oreña, que ya no está. Las cuentas se le daban bien y en seguida le cogió el truco al azar. Ahora recapacita y apoya los codos en las rodillas. « aquella vez que me llevó la ola, pasé miedo, porque al mar no le conoce nadie pero luego celebré que estaba vivo». ¿Y ahora cómo lo ve? «Soy feliz, pero antes, cuando yo empecé, la gente era muy hornada y no se metía con nadie. Si éramos diez vecinos, los diez teníamos vacas y ahora deben quedar dos ganaderos de leche. La gente joven aquí no tiene futuro, pero al menos tenemos qué comer, peor es no tener nada de nada».

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