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Abril de 1959. Punto de la galería de avance del túnel en el que se encontraron las barrenas del lado de Vega de Pas con las de Valdeporres.

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Abril de 1959. Punto de la galería de avance del túnel en el que se encontraron las barrenas del lado de Vega de Pas con las de Valdeporres. Samot (archivo de ABC)

«Gritamos de alegría al abrir el boquete»

Tras ocho años de perforación, los obreros de ambos lados de La Engaña se encontraron sin errar el trazado | Fue la cuadrilla de González Frías, en Yera, la que se llevó la gloria de calar la galería ferroviaria más larga de España

Teresa Cobo

Santander

Sábado, 27 de abril 2019, 07:41

Los obreros están agotados, pero hoy no tienen prisa por que acabe el turno de doce horas. No quieren que el relevo les prive de la gloria de calar el túnel ferroviario más largo de España, el de La Engaña. Los envuelve una densa nube de vapor. El calor y el ruido son agobiantes dentro de la montaña que agujerean. Unos aguantan con el traje impermeable puesto y otros trabajan con los torsos desnudos. Están sudorosos, sucios y empapados por el agua que se filtra a través de las rocas. El barro se cuela dentro de sus botas de goma. Desde este lado de Yera, en Vega de Pas, oyen, amortiguados, el golpeteo de las mazas y el estridor de las barrenas de los desconocidos compañeros de Valdeporres, en Burgos, que avanzan desde la boca sur. Las manecillas del reloj marcarán pronto las ocho de la mañana del 26 de abril de 1959.

«¡Más vagonetas, que me envíen más vagonetas para desalojar todo esto cuanto antes!», grita, ansioso, el capataz Pedro González Millán, más conocido por 'El Torcido'. Su meta es avanzar y avanzar en la perforación, sin que les estorben las piedras acumuladas tras dinamitar. Han disparado la última pega eléctrica a las seis y media de la mañana y necesitan despejar la zona. Los escombros forman un cúmulo de más de tres metros de altura. Peones y palistas se afanan para retirarlos y enviarlos en vagonetas hacia la destroza. Han pasado ocho años desde que se reanudó la perforación del túnel de La Engaña con la empresa Portolés y Cía, y 18 desde que comenzaron las obras con la anterior concesionaria, Ferrocarriles y Construcciones ABC.

La cuadrilla que se desloma en el avance ha entrado a las ocho de la tarde del sábado. Ahora van a dar las ocho de la mañana del domingo y los operarios tienen que parar. Abandonan el tajo y se cruzan con la brigada del capataz Juan González Frías, que les da el relevo. «Os lo hemos dejado a punto. No puede faltar mucho», dice, pesaroso, el capataz Millán. «Descuida, que hoy no salimos de aquí sin haber calado el túnel», le responde Frías. Los hombres de El Torcido se marchan extenuados, sin haber podido experimentar la emoción de encontrarse con el equipo de avance de Valdeporres.

La cuadrilla de González Frías, un cacereño de Baños de Montemayor, se pone manos a la obra. Tienen la esperanza de ser ellos los que conquisten el mérito de haber calado el túnel. Los peones José Dios Vidal, Pedro Martín Cáceres, Eloy Rocamonde, los tres de Pontevedra, y Julián Martínez Villalba, de Granada, toman sus palas y comienzan a retirar piedras y tierra. El palista Victorio Fernández Montalvo, de Cuenca, se coloca a los mandos de su máquina para cargar las rocas más grandes.

En precario. Obreros del túnel ensanchan un tramo entibado de la galería ferroviaria, con atuendos poco adecuados para el trabajo. Colección Ramiro San Román

Los martilleros Arturo Pereira Domínguez, también de Pontevedra, y Francisco Martín Olmo, otro granadino, cogen las barrenas y, junto con el capataz, se preparan para perforar al fondo del avance. Juan Álvaro Capellán 'El Chispa', encargado del alumbrado, está ocupado en llevar la iluminación hasta la zona de trabajo. A medida que progresa la excavación, es preciso tender más cable con bombillas que lleguen hasta el final.

El anhelado boquete

Apenas han pasado diez minutos desde que han comenzado a taladrar. De pronto la barrena de Francisco Martín, el más joven del grupo, se hunde entera. Ha dado en vacío. El corazón se le acelera. Al otro lado de la pared de rocas, la cuadrilla de avance de Valdeporres ve salir agua justo por el punto en el que habían perforado por última vez. Es el rociador de la barrena de Francisco.

Los hombres de una y otra parte irrumpen en gritos de alegría y se precipitan hacia el agujero, de apenas unos centímetros. Los de Burgos pasan un alambre por el orificio. «¿Cuánto mide por ahí?», preguntan a los de Santander para hacerse una idea de la distancia que todavía los separa. Los hombres de las dos cuadrillas no caben en sí de euforia. «¿Está cerca vuestro capataz?». «Sí, aquí», responden los de Santander. «Pues que se asome, que le queremos mojar el bigote», bromean los de Burgos.

La noticia se propaga

El Diario Montañés publica en exclusiva el 26 de abril que la excavación se ha completado esa misma madrugada. En realidad se adelanta unas horas a la noticia y la da a conocer mientras ocurre. Esa mañana, el cartero y delegado sindical Jesús Gómez viaja a bordo del autobús de la línea Ontaneda-Vega de Pas. Lleva en la mano un ejemplar del periódico. Cuando se apea, apenas contiene su agitación hasta pisar el centro del pueblo. A esas horas del mediodía la plaza está muy concurrida porque alberga los puestos del mercado semanal y los parroquianos acaban de salir de la misa en la cercana iglesia.

El cartero localiza con la mirada al cura, Manuel Ruiz, y corre hacia él: «¡Don Manuel, mire usted lo que dice El Diario Montañés de hoy! ¡Ya ha sido perforado el túnel! ¡Déjenos voltear las campanas!». Un corrillo crece alrededor de los dos hombres. El revuelo que se levanta se transforma en estruendo festivo cuando las campanas comienzan a tañer con ímpetu y los dueños de algunos comercios próximos corren a buscar cohetes y los disparan.

Los periodistas Julio Poo San Román, de El Diario Montañés, y Alfonso Prieto, de Alerta, se encuentran al día siguiente de la horadación con la euforia que emana del conducto subterráneo en la parte de Vega de Pas. «Creíamos que nos desmayábamos cuando la perforadora se hundió hasta el mismo martillo. Comenzamos a dar gritos de alegría y, ya ve usted, a pesar de la longitud del túnel, a los dos minutos ya se sabía en la boca», relatan los hombres de la cuadrilla afortunada.

Aquellos trabajadores acababan de atravesar la divisoria bajo la mole montañosa que se consideraba el gran impedimento para que la línea del Santander-Mediterráneo llegara desde Calatayud hasta la capital cántabra. «La que se organizó no es para dicho. A través del boquete abierto pudimos establecer comunicación con los de la zona de Burgos».

«Un esfuerzo de vértigo»

El capataz González Frías está exultante. Han tenido suerte y han sido ellos los que se han llevado los honores poco después del relevo. El encargado de la obra en Vega de Pas, Antonio García, quiere reconocer el denuedo de El Torcido y de su equipo: «La brigada del capataz Millán estuvo trabajando denodadamente desde las ocho de la tarde del sábado hasta las ocho de la mañana del domingo. Fue un esfuerzo el suyo titánico, de vértigo».

Octubre de 1951. Peones del túnel de La Engaña cargan vagonetas con los escombros generados por la última pega. Archivo histórico de Fede (cedida en 2011)

Pero el agujero lo ha abierto la cuadrilla de González Frías, en concreto, el martillo que manejaba el granadino Francisco Martín. La punta de esa barrena será bañada en plata y enviada después al Ministerio de Obras Públicas como recuerdo de la gesta. La compañía quiere premiar a todos los obreros con una gran fiesta el Primero de Mayo (que al final terminará en funeral por la muerte de un peón), pero la cuadrilla de González Frías será recompensada de manera especial «con una gratificación que estará de acuerdo con los meses de trabajo en el túnel de cada uno de ellos» y con tres días libres que les serán remunerados como si hubieran estado en el tajo.

Coñac y canciones

Los hombres que calaron el túnel estaban orgullosos de su hazaña. «Un rato más tarde, entre nosotros y algunos más de la destroza, dimos cuenta de seis botellas de coñac con que nos obsequió la empresa. Los gritos y las canciones nos acompañaron durante todo el día, porque había muchos que decían que esto no se terminaba, ¿sabe?», le explican, entusiasmados, al redactor de El Diario.

En esos momentos, a los jornaleros que calaron el túnel ni se les pasaba por la cabeza la idea de que el tren nunca atravesaría por allí la cordillera Cantábrica. La Prensa, sin embargo, ya se hacía eco de los temores sobre la posible suspensión del proyecto ferroviario. Cuando remataban los últimos trabajos en La Engaña, en 1961, los obreros ya sabían que su proeza era baldía. El ferrocarril Santander-Mediterráneo no iba a llegar hasta la ciudad que le daba nombre.

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