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A los vecinos de Ontaneda (Corvera de Toranzo) no les ha cogido por sorpresa el último informe de la congregación de los Legionarios de Cristo ... en el que reconocen que algunos de sus sacerdotes abusaron sexualmente de menores desde 1941. «Lo he leído en la prensa. Será verdad, pero hay que escuchar a las dos partes», apuntaba Pepe Villegas, mientras aguardaba ayer, a eso de las once de la mañana, fuera del centro de salud de la localidad, muy cerca del seminario menor donde se produjeron algunos abusos.
«Eso ya se oyó hace unos diez años o así. Yo he entrado dos veces en mi vida al edificio –que lleva cerrado más de diez años– a trabajar en el arreglo de un tejado, pero nunca oí nada y los chavales eran muy majos. Me da la sensación de que casi todos eran sudamericanos», apuntaba, al tiempo que reconocía que «no es plato de buen gusto que salga el nombre de Ontaneda en los medios de comunicación por unos hechos tan desagradables».
Mercedes, que ayer estaba despachando en la Ferretería Revuelta que regenta su madre, coincidía en que este asunto ya había salido «hasta en la televisión» y que da «mala publicidad» a la localidad. «Casi dan ganas de decir que no eres de Ontaneda». Esta vecina recuerda que antiguamente el edificio fue un hotel en el que llegó a hospedarse la Reina Isabel II para bañarse en las aguas termales, que aún hay en el recinto, para la psoriasis. «Recuerdo que había muchos críos en el seminario».
A unos metros de esta ferretería, en la farmacia Sabada, uno de los negocios con más solera de la localidad, Carmen también recordaba que cuando estos abusos salieron a la luz hace unos cuantos años «hubo un revuelo tremendo». «El tema es manido y reincidente. De pequeña (ahora tiene 58 años) recuerdo que tenía contacto con los curas y la sensación era que los niños estaban bien protegidos. Luego se ha visto que no era así».
Carmen - Farmacéutica
Pablo - Empleado de gasolinera
Lo que no entiende esta vecina es que la congregación haya publicado unos informes en los últimos años en los que cuantifica los abusos con el objetivo, según señala el propio colectivo, de poner en marcha «procesos de sanación» para las víctimas. «Creo que eso deberían de haberlo arreglado de otra manera. Da igual que lo reconozcan. Todo esto es malo para el pueblo y no me gusta nada lo que está pasando».
Como otros vecinos, Carmen cree que hay que pasar página y mirar hacia el futuro. Por eso considera que lo que le vendría bien a Ontaneda es que «derribasen el edificio y construyeran un hotel para dar vida a sus aguas termales». «Que se convierta en un atractivo turístico y se nos conozca por eso, no por los abusos», añade.
En estos mismos términos se manifestaba Emilio, responsable de la Floristería Etelio, que lleva veinte años en el municipio y se considera «un privilegiado por vivir en este rincón de Cantabria». «No sé que pasó ahí. Ahora suelen venir campamentos de verano. Son gente buenísima y a los chavales les tratan muy bien. Ahora se busca magnificar el pasado, hay que pasar página y mirar hacia el futuro».
Este vecino también es partidario de aprovechar el potencial de las aguas termales de Ontaneda como atractivo turístico. «Hay que explotar esas aguas. Que la gente conozca los encantos de este entorno y no salgamos en los medios de comunicación por cosas que tenían que estar borradas», apunta.
Los abusos que sufrieron algunos alumnos durante su estancia en el seminario menor de Ontaneda llevaron a alguno de ellos a recoger su trauma en un libro. Pablo, que a sus 37 años regenta la gasolinera y la librería Carapucheta, da buena cuenta de ello y relata algunas de las experiencia que vivió de niño en esas instalaciones. «Siempre ha habido rumores, pero la gente del pueblo nunca vimos nada», señala.
Pablo recuerda los años en los que llegaban a venir hasta «mil niños» al seminario. «Hacían rutas y se les veía por cualquier rincón del monte. Les daban puntos y en función de los que consiguiesen tenían unos privilegios».
Este vecino también rememora cuando los niños de Ontaneda se bañaban en la piscina del seminario. «Siempre había ese tira y afloja. Nos juntábamos con los alumnos, con los que nos llevábamos muy bien, pero cuando salían los curas la gente se marchaba por las habladurías. Había curas buenos, como en todos los lados». Sin embargo, también recuerda los «severos castigos» que imponían a los alumnos, lo que provocaba que algunos vecinos llamarán la atención a los sacerdotes. «A alguno le tenían toda la noche metido en la piscina sin poder moverse».
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