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Un hedor insoportable, una plaga de pulgas, excrementos de perro, muebles apilados contra las ventanas, suciedad por todas partes y ropa tirada por el suelo. Es parte de lo que se encontraron los representantes de la comunidad de propietarios y el notario al entrar en ... el 1º derecha de la calle Garmendia, nº1, enarbolando una orden judicial que tras una larga pelea burocrática han conseguido para poder echar a los okupas. Hace una década que en ese piso dejaron de vivir sus legítimos dueños -con el fallecimiento sin descendencia de la última residente- y desde entonces vienen sufriendo la ocupación descontrolada por parte de desconocidos, sufriendo numerosos episodios de inundaciones y destrozos en el edificio provocados por gente ajena a la comunidad. El viernes pasado han puesto fin a la pesadilla. Entraron con el permiso del juzgado que investiga la denuncia de los vecinos metiendo la mano por el agujero de la mirilla y retirando el pasador, tal y como hicieron en su día los primeros residentes ilegales. No había nadie. Ni siquiera el perro que Adrián B.P., el okupa principal desde hace un año, dejaba siempre dentro para que otros no le ocuparan el piso a él. Así que se levantó acta notarial de la situación y se precintó la vivienda. Han puesto grandes cadenas con pesados candados y pegado en la puerta la orden judicial, para despejar dudas y evitar que otros se sientan tentados de entrar allí otra vez.
La comunidad de vecinos procederá estos días a la desinfección, limpieza y vaciado del piso. Además, un arquitecto y un aparejador tendrán que ir a verificar si los boquetes en el techo y en el suelo que presenta el piso han podido causar algún daño estructural en el inmueble. También se deberán comprobar los destrozos ocasionados por los okupas en los pisos de encima y, sobre todo, en el entresuelo que tenían justo debajo. En este último vive María Luisa Camacho, la gran sufridora de los okupas del 1º derecha. Tiene una habitación con el techo desplomado y otra estancia apuntalada, con riesgo de venirse abajo. Y en sus paredes permanece el rastro de los fluidos corporales que le caían desde arriba, «orinaban y defecaban por el agujero». También el segundo piso presenta un preocupante agujero en el suelo, por el que se ven las viguetas, provocado supuestamente por los porrazos asestados desde la vivienda okupa. Hay otros locales del edificio con daños por golpes, como un trastero construido por el abuelo de María Luisa Camacho durante la Guerra Civil que se usaba como refugio antiaéreo. Esa pequeña estancia, situada bajo la escalera, fue incluso utilizada por la propia María Luisa para protegerse en los peores momentos del acoso okupa. «En septiembre me estuvieron dando golpes en la casa, pensé que se me iba a caer abajo el techo, y tuve que ir a refugiarme allí».
Una vez ganada esta batalla contra la okupación de este piso sin dueño conocido, la comunidad de propietarios emprenderá otros trámites legales para reclamar las deudas de la vivienda a los posibles herederos o, si no, que renuncien al bien. En este caso, la comunidad pretende poder subastar el piso para sufragar los pagos pendientes y la parte que le corresponde por la reciente rehabilitación de la fachada y otras obras que van a acometer, como la instalación de un ascensor.
Cuando a finales de septiembre este periódico publicó el drama de la comunidad de vecinos de este edificio, situado a escasos metros del Ayuntamiento de Santander, «la situación se calmó un poco, cesaron los golpes», según una de las vecinas. Adrián y su novia Vanessa M.C. dejaron de residir allí a diario. El perro quedaba dentro como guardián, y los okupas solo iban los fines de semana «con un montón de gente».
Este pasado fin de semana fue el primero tranquilo en años. Sin extraños. Con la puerta precintada, «pudimos dormir tranquilos». Aún con todo, el domingo personas ajenas volvieron a entrar en el edificio forzando el portal. Y eso que habían vuelto a cambiar la cerradura. «Pero saben cómo hacerlo». Eran dos mujeres, que subieron por la escalera con un carrito. Se detuvieron ante el 1º derecha y vieron que estaba precintado. Con las mismas, se marcharon, no sin antes rebuscar en el contenedor de basura que hay frente al edificio. «Creo que pretendían recoger los efectos personales de los okupas, y que tal vez pensaron que los habían tirado al contenedor».
Como el piso okupa carece de electricidad, los extraños que quieren acceder se comunican por silbidos con los que están dentro. Así ha sido desde el principio. Uno silbaba desde la calle de determinada manera, y Adrián o Vanessa se asomaban, les silbaban con tal melodía y les permitían el paso. Hay momentos en los que los vecinos siguen escuchando silbidos por la calle Garmendia. Pero ya no obtienen respuesta.
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