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Bañistas al caer la noche, ayer en El Sardinero.

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Bañistas al caer la noche, ayer en El Sardinero. Juanjo Santamaría

El ritmo de una noche «abrasadora»

Santander registró anoche 31,2ºC en el centro, el dato más alto de su historia

Cayetano Guerra .

Santander

Viernes, 9 de agosto 2019, 13:37

Jueves 8 de agosto. Muchos no olvidarán jamás esa fecha pese a que no se jugó ningún partido ni se decidió nada importante. De hecho, esta fecha tan solo será recordada en Santander, como la noche «más calurosa de mi vida». Así lo expresaron cientos de personas esa misma noche y lo siguen comentando hoy en los desayunos, aún con la sensación de un calor «muy pesado y pegajoso» encima.

Santanderinos, turistas, humanos y animales vivieron una noche que parecía un día, en el que un sol abrasador invisible mantenía los termómetros rondando los 30º entre tinieblas. El plan establecido: alargar la tarde lo máximo posible para «llegar a casa muy cansados y que, al caer en la cama no importe más el calor que el sueño que tengamos».

Fueron muchos los remedios para combatir este fenómeno climático. A las 18.00 horas, la gente disfrutaba de la tarde. Quienes se acercaban a la playa se terminaban dando un chapuzón, porque «es uno de estos días que como vengas, tienes que meterte al agua». A medianoche ya no había bañistas -quizá alguno que llevase demasiado mal el calor- pero seguía habiendo una cantidad de gente muy elevada por las calles. Es verano y estamos en agosto, sí. Pero para ser un jueves y como aseguraba un vecino que paseaba a su perro «parece que seguimos de Semana Grande».

La gente pasea por la calle, algunos sin camiseta. Las fuentes están abarrotadas, todos quieren mojarse la nuca para regular su temperatura corporal. Muchísimo más movimiento se nota en las heladerías. En el Paseo de Pereda se formaban colas que daban la vuelta a las esquinas. No importa el sabor del helado ni la marca que te lo sirva. Todos estaban igual de abarrotados. Pero si hay un claro ganador, estos son los bares y, dentro de esta categoría, las terrazas. Todo el mundo disfrutaba de «cañas bien fresquitas» porque con estas temperaturas «no hay nada mejor», aseguraba un grupo que ya llevaba varias rondas: «Sabemos de lo que hablamos», bromeaban.

Ya sobre la 1.30 horas empezaba a retomarse la calma. La gente volvía a sus casas. Principalmente eran grupos que habían salido a tomar algo. Algunos lo hacían en el bus nocturno pero otros preferían «aprovechar ahora que está corriendo un poco el aire», como contaba una chica que volvía paseando por Reina Victoria. A esas horas, se escuchaba de forma constante persianas subiendo y bajando y también alguna ventana que no paraba quieta. Desde su dormitorio, una señora aseguraba que «ya no sé si es mejor dejar todo abierto o cerrarlo, porque parece que entra más calor y así no hay quien duerma».

Pasadas las dos de la mañana era extraño ver gente por el centro. Los pocos que quedaban seguían volviendo a casa y las carreteras, casi desiertas, solo se iluminaban al paso de los camiones del servicio de limpieza y de varios taxis.

A las 3.00 horas parece que la ciudad está dormida. No hay movimiento ni en las zonas del Sardinero, ni en Puertochico ni en el centro. El calor sigue siendo el mismo, pero parece que el cansancio se ha impuesto finalmente. Hasta que, de pronto y sin previo aviso, se escucha un enorme chapuzón en mitad de los Jardines de Pereda. Un grupo de cinco adolescentes acaba de saltar del puente al estanque que hay debajo. Tras unos minutos a remojo, uno dice «venga, que siga la fiesta». Y es que, desde Cañadío, pasando por Daoiz y Velarde hasta el final con Lope de Vega, se concentra toda la acción. Quien no está dormido a esa hora, disfruta de una fiesta nocturna sin límites. Todos los bares están repletos. La gente se sienta hasta en el suelo y no hay hora de marcharse. La Policía Nacional patrulla la zona en coche, con dificultad porque la marea de personas corta el tráfico. Allí la fiesta no termina y, como gritan algunos, al igual que la noche, «sigue siendo legendaria».

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