Nuevas apps eluden la dictadura del algoritmo
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Nuevas apps eluden la dictadura del algoritmo
Viernes, 24 de Enero 2025, 09:58h
Tiempo de lectura: 7 min
Bienvenido a la era de las migraciones digitales. Millones de usuarios están abandonando las grandes plataformas de redes sociales. Refugiados tecnológicos que huyen de las mentiras, los insultos, los bots y los trolls… En el fondo huyen de la dictadura de unos algoritmos diseñados para convertir a los humanos en adictos. Y de los señores 'tecnofeudales' que se enriquecen con ellos.
Porque la buena noticia es que existen alternativas: desde Bluesky, una red social que te permite ajustar lo que ves sin que una máquina lo decida por ti, hasta Signal, una aplicación de mensajería tan segura que hasta los congresistas estadounidenses la usan para esquivar a los espías, pasando por Cyd, que te ayuda a escapar llevándote contigo tus post, fotos y amigos, y no irte de vacío.
Solo es el principio y apenas un mordisco en la tarta de Twitter (600 millones de usuarios, frente a los 30 millones de Bluesky) o WhatsApp (2000 millones por 70 millones de Signal), pero algo se mueve. Y quienes están detrás de estas herramientas son exempleados de las mismas compañías de las que ahora ayudan a huir; por lo tanto, conocen sus puntos débiles. Jay Graber trabajó en Twitter antes de lanzar Bluesky; Meredith Whittaker era una ejecutiva de Google antes de liderar Signal; Micah Lee, creador de Cyd, tenía 50.000 seguidores en Twitter antes de que Musk lo expulsara.
Bluesky se ha convertido en el mejor ejemplo de esta tendencia paradójica: huimos de unas redes sociales tóxicas... para refugiarnos en otras que prometen ser menos insanas. Es como cambiar de bar porque el ambiente se ha vuelto insoportable, pero seguimos necesitando socializar.
A Bluesky ya se lo conoce como 'el Canadá de Internet', un refugio para los que huyen de la autocracia de X. Su protocolo descentralizado es obra de Jay Graber, hija de una practicante de acupuntura que escapó de las purgas de China y de la Revolución Cultural de Mao y se casó con un matemático sueco. La madre de Jay Graber le puso de nombre Lantian, que significa 'cielo azul' en mandarín, el mismo blue sky, en inglés, que ahora da nombre a su creación: una red social «a prueba de plutócratas» que ha llegado a sumar un millón de usuarios cada día desde que Donald Trump ganó las elecciones.
Algunos analistas apuntan a las raíces chinas de Graber para explicar su firme oposición a dos formas de autoritarismo cada vez más convergentes: China con su censura en Internet y sus sistemas de puntuación social versus Occidente y el capitalismo de vigilancia.
«Mi enfoque no es crear otro imperio tecnológico, sino construir un ámbito de libertad que pueda sobrevivir incluso si Bluesky desaparece. Un sistema que ningún magnate pueda comprar o controlar», explica Graber. Graduada en Informática por la Universidad de Pensilvania, captó la atención de Jack Dorsey –entonces CEO de Twitter– cuando buscaba remodelar la moderación de contenidos. Lo que comenzó como un proyecto interno se transformó en algo mucho más ambicioso bajo el liderazgo de Graber. Con un equipo de solo veinte personas ha conseguido crear una plataforma que desafía los principios de las redes sociales: en lugar de algoritmos que deciden qué ven los usuarios, Bluesky ofrece un protocolo que devuelve el control a las personas, permitiéndoles elegir no solo a quién seguir, sino también qué tipo de contenido quieren ver o evitar.
Graber prescinde de publicidad y se mantiene fiel a una visión de una plataforma que no dependa, en sus propias palabras, de «esparcir mierda». Desde su cuenta personal se comunica de manera franca y directa con los usuarios. «Si alguien compra Bluesky o incluso si la compañía colapsa, todo es de código abierto y, por tanto, exportable». No utiliza contenidos publicados para entrenar a inteligencias artificiales, y los accionistas están obligados a dar prioridad al impacto en la comunidad por encima de sus ganancias. Bluesky es como un clon de Twitter cuando el pajarito todavía caía simpático.
Signal se ha convertido en otro santuario digital. Y en otra anomalía en Silicon Valley, donde cualquier start-up sueña con ser el próximo unicornio valorado en miles de millones. Es una aplicación de mensajería creada por una organización sin ánimo de lucro que compite contra los gigantes, como WhatsApp y Telegram, sin recolectar datos y sin comprometer la privacidad de sus usuarios. Para Meredith Whittaker, defensora de la privacidad a ultranza, el peligro está claro: «En veinte años de desarrollo de esta industria tecnológica hemos visto cómo cada aspecto de nuestras vidas se ha convertido en objeto de vigilancia masiva, perpetrada por un puñado de empresas para recopilar más datos sobre nosotros que ninguna entidad en la historia de la humanidad».
Esta californiana, reconocible por su característica chupa de cuero, estudió Literatura en Berkeley. En 2018 organizó la mayor huelga en la historia de Google, movilizando a 20.000 empleados contra el encubrimiento de casos de acoso sexual. Le costó el puesto. Ha sido asesora de la Casa Blanca en políticas de IA, consultora del Parlamento Europeo y ahora presidenta de la Fundación Signal, que está ganando adeptos incluso entre los legisladores. Según el Wall Street Journal, cada vez más congresistas han dejado de usar WhatsApp para pasarse a aplicaciones encriptadas como Signal. La causa son los numerosos ataques de las últimas semanas de Volt Typhoon, un grupo de ciberguerra a las órdenes del Gobierno chino (según Washington, aunque Pekín lo niega). Nada que sorprenda a Whittaker: «Todos los ejércitos del mundo usan Signal, todos los políticos que conozco usan Signal. Todos los directores ejecutivos que conozco usan Signal, porque cualquiera que tenga algo realmente confidencial que comunicar reconoce que almacenarlo en una base de datos Meta o en un servidor de Google no es una buena práctica».
Como en toda diáspora, los que se van dejan atrás sus 'hogares digitales': años de fotos, conversaciones, recuerdos y conexiones. Muchos de estos migrantes ya usan herramientas como Cyd para 'empacar' sus datos antes de partir. La historia de Cyd comienza con un acto de censura. En diciembre de 2022, Micah Lee fue expulsado de Twitter por compartir un enlace a @Elonjets, una cuenta que rastreaba y publicaba la ubicación del jet privado de Elon Musk utilizando datos de vuelo públicamente disponibles. Musk, quien había prometido mantener la cuenta como prueba de su compromiso con la libertad de expresión, terminó considerando esta información como una amenaza personal y bloqueando no solo la cuenta original, sino también a cualquiera que compartiera sus enlaces.
Lee se tomó la revancha creando Cyd, una aplicación que devuelve a los usuarios el control sobre sus datos. Cyd se puede descargar desde cyd.social/download como aplicación de escritorio tanto en Windows como en Mac (aún no en dispositivos móviles). La herramienta, por ahora solo compatible con X (Twitter), guarda una copia de seguridad de todo tu contenido en el disco duro –tuits, likes, marcadores y mensajes directos– antes de borrarlos: en su versión gratuita puedes eliminarlo todo, mientras que la versión premium (36 dólares al año) te permite ser más selectivo. Lee planea expandir sus capacidades a otras plataformas y hacerla accesible gratuitamente a grupos vulnerables.
«Es curioso que muchos de los principales activistas y luchadores contra la desinformación sean mujeres», observa Maria Ressa, la periodista filipina y Premio Nobel de la Paz que fue perseguida por exponer la corrupción bajo el régimen de Duterte. Su observación se confirma en Silicon Valley, donde, además de Graber y Whittaker, otras mujeres han sacudido los cimientos del poder tecnológico con sus denuncias. Entre ellas, Frances Haugen, que expuso el daño que Facebook causaba a sabiendas a los adolescentes y obligó a Zuckerberg a declarar ante el Congreso. También Susan Fowler, cuyo relato derribó al entonces CEO de Uber, Travis Kalanick, endiosado en una cultura corporativa de 'bros'; y Timnit Gebru, que fue despedida de Google tras alertar sobre los sesgos racistas y sexistas en los grandes modelos de lenguaje, y que ahora dirige DAIR, un instituto independiente que investiga el impacto social de la IA. ¿Por qué las mujeres parecen más comprometidas con la verdad y la autonomía del usuario?
Ressa sugiere que quizá se deba a que entienden mejor el costo humano de los sistemas diseñados para la manipulación masiva. Y que les preocupan menos los resultados económicos. La industria tecnológica, de momento, sigue dominada por hombres «y no solo maneja billones de dólares, sino que da forma a todo lo relacionado con nuestra manera de vivir», avisa Wired. Pero quizá dentro de unos años miremos hacia 2025 y reconozcamos que aquí, en este momento de aparente colapso del sueño de Internet, fue donde comenzó la construcción de una web más femenina... y más humana.