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El 'glueing', la protesta de moda Las herederas del petróleo financian sus campañas Cuando a los activistas se les va la mano

Es un tipo de protesta de moda, el glueing, y consiste en pegarse a espacios públicos de tránsito o a obras de arte para llamar la atención sobre la falta de medidas para hacer frente al cambio climático. Y lo consiguen. Han llegado a colapsar una ciudad.

Lunes, 29 de Mayo 2023

Tiempo de lectura: 4 min

La mano pertenece a un ecologista del grupo Última generación y su intención era provocar un atasco para protestar por las elevadas emisiones del sector del transporte. Pero la potencia del pegamento que utilizó para aferrarse al asfalto le jugó una mala pasada... La Policía intentó debilitar el adhesivo con disolventes, pero no hubo manera. Finalmente tuvieron que tirar de taladro. El resultado fue que el activista tuvo que irse a casa con el trozo de carretera pegado a los dedos.

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Asfalto: más que una intención. La Policía alemana utiliza un taladro para intentar despegar la mano del activista del grupo Última Generación. Sus acciones para llamar la atención sobre la urgencia climática del planeta han tenido repercusión internacional.

Paralizar el tráfico en Berlín pegándose a la carretera en zonas de entrada y salida en hora punta ha sido lo último, pero el movimiento glueing viene de atrás. Y aunque en este caso han colmado la paciencia de las autoridades alemanas y ya están investigando si considerarlos una organización criminal, sus protestas comenzaron en museos. Varios activistas de este mismo grupo fueron los responsables de lanzar puré de patata al cuadro de Monet en el Museo Barberini de Potsdam, al sur de Berlín, para después pegarse a la pared de la que colgaba el cuadro. Consideran que con sus acciones de glueing conseguirán llamar la atención pública para dar voz a sus peticiones.

También la tendencia ha llegado a España, concretamente al Museo del Prado, en Madrid. Dos activistas de la organización Futuro Vegetal pegaron sus manos a los marcos de los cuadros de Goya La maja desnuda y La maja vestida. Según escribieron con un spray en el trozo de pared que separaba ambas pinturas, su objetivo era alertar sobre la subida de temperatura mundial que provocará un clima inestable y graves consecuencias en todo el planeta.

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Es nuestro momento. Los activistas se definen como la última generación que aún puede evitar que la sociedad se derrumbe.

«Estoy aquí pegado porque la semana pasada la ONU hacía oficial que ya es imposible contener el calentamiento del planeta en 1,5 º, sobrepasando los límites marcados en el Acuerdo de París y comprometiendo nuestra seguridad alimentaria», explicaba uno de los activistas, de 18 años. Y, aunque siempre dejan claro que no se trata de dañar las obras de arte sino de poner de manifiesto la emergencia climática que vivimos, son absolutamente conscientes de que con estas acciones consiguen mucha más repercusión.

Los multimillonarios del petróleo, detrás de las protestas: cría cuervos

Son Aileen Getty, nieta del del magnate del oro negro Paul Getty, y Rebecca Rockefeller, de los Rockefeller de toda la vida. Ambas están detrás de algunas de las organizaciones que intentan bloquear proyectos de combustibles fósiles.

«Las dos somos muy conscientes de que la historia de nuestras familias con el petróleo nos ha otorgado un tremendo privilegio. Con ese privilegio viene la oportunidad de contribuir a un mundo donde todos tienen la oportunidad de prosperar. Nos unimos a tantos otros que instan a nuestros líderes electos a escuchar la ciencia y comprender la verdad fundamental de que no podemos reconstruir mejor a menos que lo hagamos sin fósiles. Podemos aprovechar el gran ingenio y los recursos estadounidenses para guiarnos a nosotros y al mundo hacia un futuro más seguro y más justo», escribían las dos herederas en un artículo para The Guardian.

Aileen Getty, que es coleccionista de arte y antigüedades y que tiene su propio museo en California, explicaba a través de este mismo medio: «Me enorgullece proporcionar fondos a Climate Emergy Found (Fondo de Emergencia Climática), que a su vez otorga subvenciones a activistas climáticos involucrados en la desobediencia civil legal no violenta, incluido Just Stop Oil, el grupo representado por los activistas». Getty se refería al grupo que el pasado año arrojó sopa de tomate sobre Los girasoles de Vincent Van Gogh en la National Gallery de Londres.

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La paz es verde. La principal demanda de los activistas climáticos que paralizaron el tráfico en Berlín era llamar la atención para que Alemania termine con el uso de combustibles fósiles de una manera «socialmente justa» para 2030.

«Soy hija de una familia famosa que construyó su fortuna con los combustibles fósiles, pero ahora sabemos que su extracción y uso están acabando con la vida en nuestro planeta. Nuestra familia vendió esa empresa hace cuatro décadas y, a cambio, prometí usar mis recursos para proteger la vida en la Tierra por todos los medios posibles», continuaba Getty. «Mi apoyo al activismo climático es una declaración de valores de que el activismo disruptivo es la ruta más rápida hacia un cambio transformador, y que estamos fuera de tiempo para cualquier otra cosa que no sea una acción climática rápida e integral».

Otro de los respaldos económicos inesperados de estos grupos viene por parte de Rebecca Rockefeller Lambert, tataranieta del magnate del petróleo John D. Rockefeller. La heredera del imperio es cofundadora de Equation Campaign, una organización que financia campañas contra muchos proyectos de combustibles fósiles y presta ayuda a los activistas que con frecuencia se ven afectados por lo que la directora ejecutiva de ese mismo grupo, Katie Redford, califica como acusaciones exageradas y arrestos injustificados. «Para que el clima y, literalmente, la humanidad triunfen, necesitamos que ellos ganen y que la industria deje de construir más cosas que liberan gases de efecto invernadero al medioambiente», explicaba Redford en The New York Times, mientras Rebecca Rockefeller firmaba en The Guardian: «Los combustibles fósiles son una tecnología del pasado, restos de una época pasada en la que creíamos que podíamos imponer nuestra voluntad a la naturaleza e ignorar la conectividad de todos los seres vivos».