Manipulación mental de niños La historia detrás de ‘Los diablos de la Baja Módena’ Los acusaron de satánicos, de pedófilos... pero no lo eran
Los niños acusaron a sus padres, tíos y hermanos de violarlos con hierros, de obligarlos a apuñalar a otros menores, de celebrar macabros rituales en cementerios. Hubo cinco juicios, cuatro muertes, un suicidio y sentencias de hasta 13 años. Ahora, un periodista ha revisado el caso que estremeció a Italia y lo desmenuza en el libro ‘Veneno’. Y es aún más espeluznante.
Su padre la violaba delante de su madre. Sus tíos (hermanos de su madre) la llevaban a un cobertizo y la violaban también. Por turnos. El tío Giuliano le metía una barra de hierro. El tío Emidio usaba un papel de lija. A su hermano Pietro lo sodomizaba el tío Giuseppe con un punzón. Esto sucedía en su casa o en el gallinero de casa de los abuelos maternos; allí, en el gallinero, el tío Giuliano los azotaba con cables eléctricos. Esto contó Veronica Morselli, de 12 años, a los psicólogos de los servicios sociales, que grabaron sus declaraciones.
Su hermano Pietro, de 10 años, también contó atrocidades. A él, a sus hermanos y a otros niños los llevaban al cementerio en una furgoneta blanca. «Nos ataban en una cruz de madera, luego nos tiraban puñales y cuchillos. Nos obligaban a sujetar una herradura caliente en las manos. Quemaban cruces y nos hacían rezar por el diablo, luego nos hacían daño en el trasero con una lima, un punzón, con tenazas, con papel de lija. Y, cuando todavía quedaban niños en la furgoneta, metían en ella dos ratas grandes».
Sus declaraciones y las de otros 13 niños llevaron a prisión a varias familias de Mirandola y Massa Finalese (Italia) en 1997 y 1998. Fue un caso impactante: un grupo de adultos violaba, torturaba e incluso obligaba a los chiquillos a apuñalar hasta la muerte a otros niños o los quemaban vivos en estufas. Era una red pedófila satánica liderada por don Giorgio, un párroco muy querido por su labor por los desfavorecidos. Hubo cinco juicios. Y condenas de hasta 13 años de cárcel. El caso involucró a unas 50 personas. Y 16 niños fueron separados de sus padres y de sus hermanos. Para siempre.
Don Giorgio y Alfredo murieron de infarto; Monica y Adriana fallecieron mientras cumplían condena; y Francesca se suicidó. Todos eran inocentes
Y todo era mentira. Y nada de esto sucedió. Y todos los acusados eran absolutamente inocentes. Y cinco de esos adultos inocentes murieron mientras sufrían esta espantosa pesadilla. Una de las madres, Francesca Ederoclite, se tiró por la ventana de un quinto piso cuando la prensa voceó que su hija Marta tenía tales lesiones por las barbaridades sexuales que le habían hecho a la pobre niña, de 8 años, que nunca podría tener hijos. Francesca se tiró por la ventana tras haber gritado, llorado, implorado que era inocente.
Se encontró sola. Y maldita. Nadie se acercaba a ella, o porque creían que formaba parte de una aberrante red de pedófilos o porque acercarse a ella suponía la amenaza de que te quitaran a tus hijos: es lo que le sucedió a ella por ser amiga de Federico Scotta, a él le quitaron a sus tres hijos y lo condenaron a 12 años de cárcel.
Todo esto sí es verdad. Es el caso de 'los diablos de la Baja Módena', comarca de los pueblos de Massa Finalese y Mirandola. Un caso real. Espeluznante. El periodista Pablo Trincia ha dedicado tres años a investigarlo con la ayuda de Alessia Rafanelli. Lo que ha descubierto lo contó en un pódcast en 2017 y en un libro, Veneno (Ariel), que se publica ahora en España. Sus conclusiones ponen los pelos de punta. Porque todos eran inocentes. No existía una secta satánica. No hubo rituales en los cementerios. Y nadie abusó de esos niños. Hubo una cadena de despropósitos impulsada, según concluye Pablo Trincia, inicialmente por Valeria Donati, una psicóloga joven e inexperta partidaria de la técnica de revelación progresiva, convencida de que los niños que callan ocultan algo y obsesionada con los abusos sexuales.
Ella interrogaba a los niños y los inducía a confesar los abusos. «Eran sesiones extenuantes. Nos decían que acabarían en cuanto por fin dijéramos la verdad. Y como yo insistía en que no me habían hecho nada, me llamaban 'mentirosa' y me decían que no estaba siendo valiente», ha contado ahora Sonia, una de las niñas del caso, la única de los 16 que fueron apartados de sus familias sine die que jamás acusó a sus padres. Los demás sí lo hicieron: contaron burradas tremendas. Lo hicieron cuando llevaban tiempo sin tratar a sus familias.
«Nos ataban en una cruz y nos tiraban puñales. Nos hacían sujetar una herradura caliente y nos hacían daño en el trasero con un punzón»
Esto a Pablo Trincia, que es padre, es lo que más le aterroriza: «He visto que los lazos familiares se pueden romper en poco tiempo. Y he visto que esta pesadilla le puede ocurrir a cualquiera».
Es un caso de contagio grupal y de falsos recuerdos inoculados en niños. Es tan kafkiano que incluso Sonia, que no acusó a sus padres y que fueron absueltos, no regresó con ellos en más de 20 años; al principio no se lo permitieron, luego ella se despegó de su familia, la convencieron de que era gente peligrosa: «Me decían que tenían que protegerme de ellos», cuenta ahora. Ha tardado 20 años en llamar a su madre, que la esperó siempre y conservó su cuarto como la niña lo dejó con 9 años.
Este caso espeluznante no ha sido solo cosa de una psicóloga inexperta y obsesiva. Hubo cinco juicios. Hubo dictámenes ginecológicos, investigadores policiales, sesiones con otros psicólogos, declaraciones judiciales... Trincia habla de tres millones de euros gastados en peritajes, costas, ayudas a las familias de acogida o consultas y evaluaciones psicológicas, entre otras cosas.
Tocamientos bajo las sábanas con su hermano
¿Cómo se tejió esta maraña que ha destruido las vidas de más de 50 personas? La pesadilla comienza con el testimonio de Dario, a quien Trincia llama el 'niño cero'. Pertenece a una familia desfavorecida: el padre, Romano Galliera, apenas trabaja y, cuando gana algo, se lo juega. Viven de los servicios sociales. Dario es un niño escuchimizado, esquivo y raro que pasa temporadas con una familia de acogida porque en su casa no lo pueden mantener.
La madre de esa otra familia se percata de que está en Babia más de lo habitual, de que está como atontado. Lo lleva a la consulta de Valeria Donati. La psicóloga está empezando su carrera y se toma el asunto muy a pecho. Le pregunta de todo, busca y rebusca algo turbio. Cuando Dario le cuenta que juega con su hermano Igor (15 años mayor que él) a tocarse bajo las sábanas, da un respingo. Lo tiene: Dario es víctima de abusos. Es el pistoletazo. A Dario se lo llevan los servicios sociales y al cabo de unas semanas comienza a contar abusos que implican a su hermano Igor y a sus padres. Igor, un chico torpe y asustado, reconoce haber tocado a su hermano: le caen cuatro años.
Dario sigue hablando. Cuenta que sus padres lo llevan a casa de unos amigos, unos tales Aless y Rosa, y allí le hacen también cosas feas. Entonces, los servicios sociales y la Policía revisan sus archivos y se topan con Rosa Busí y Alfredo Bergamini, él con antecedentes de robo. Le muestran fotos al chico. Los detienen.
El niño Dario relata, los psicólogos le sonsacan e interpretan, le ponen fotos delante, el niño acusa, la Policía practica las detenciones y otros niños se separan de sus padres para siempre. Ese es el mecanismo. Influye, mucho, el dictamen de la ginecóloga Cristina Maggioni, quien asegura que varias niñas tienen lesiones genitales. «Alguien te hizo daño en el culito y la rajita. Está claro, porque el médico (Maggioni) te lo ha dicho. Toma otra hoja y dibújame lo que te pasó en la rajita».
Es una transcripción de una de las consultas psicológicas con la niña Margherita. Se involucraron otros psicólogos aparte de Valeria Donati, partidarios de la técnica del desvelamiento progresivo, convencidos de que cuando un niño calla es porque oculta algo y hay que ayudarlo a que ese algo aflore. A los menores les decían que no podían irse hasta que no contaran las cosas malas que les habían hecho.
Luego hubo disensiones en los juicios, opiniones de ginecólogos en desacuerdo con las conclusiones de la doctora Maggioni. Pero no fueron tajantes en negar con convicción aplastante que no hubiera lesiones.
La cadena de despropósitos continuaba su curso. La madeja crecía. Así cayó el sacerdote Giorgio Govoni, párroco de San Biagio y Staggia. Cuando Dario habló de cementerios, sangre y truculencias satánicas, dijo que había un jefe gordito con túnica y botines. Le empezaron a dar nombres, uno tras otro. «¿Es Giulio o quizá Giorgio?». «Sí, ese», dijo Dario.
Y vieron que había un párroco gordito en la zona con ese nombre y que su iglesia estaba cerca de un cementerio, y tenía túnicas y una furgoneta blanca. Y cuando encontraron unos botines en su armario... estaba claro. Luego comprobaron curiosos nexos.
Francesca había trabajado años atrás en un bar propiedad de la familia de don Giorgio. El cura había ayudado a encontrar casa a los Galliera... Cristalino: aquello era una red.
Pablo Trincia lo cuenta con detalle en trescientas páginas y ocho capítulos de pódcast de cincuenta minutos cada uno. Es difícil resumir, por ejemplo, el tormento de Lorena. A los Morselli, la histeria pedófilo-satánica –alimentada por el espanto que produjo el caso del pederasta y asesino Marc Dutroux, que se conoció entonces– se los llevó por delante. A todos: los niños, apartados; y los padres y el abuelo, a la cárcel. Solo se salvaron la abuela Lina y Lorena, quien huyó, embarazada, a Francia.
Es un caso de contagio grupal y de falsos recuerdos inoculados en niños por una psicóloga que usaba la técnica de desvelamiento progresivo
Lorena, que había sido maestra de infantil, en Francia evitó a los niños, se hizo limpiadora y llevó un diario donde anotaba sus movimientos con todas las pruebas posibles para evitar que la acusaran de nuevas salvajadas. Porque los niños siguieron acusando. También fue procesada Rita Spinardi, una de las maestras de Dario, y el abogado de Lorena, a quien uno de los niños Morselli acusó de haberlo amenazado de muerte.
Amenazas de muerte, llantos y abrazos estremecidos
Pablo Trincia nos cuenta que mientras escribía el libro ha dado abrazos, estremecido, a sus hijos; confiesa que ha llorado y que mientras escuchaba las cintas de las consultas psicológicas de los niños se sentía fuera de la realidad: «Escuchaba a niños diciendo barbaridades alucinantes (Pietro dijo haber matado a 15 niños a la semana) y adultos con formación, con doctorados incluso, asintiendo como si tal cosa. Era como si esos vídeos vinieran de una dimensión en la que la razón y el sentido común parecían conceptos extraños», dice.
Es tan increíble... y es real. Y trágico: don Giorgio y Alfredo murieron de infarto (como acusados); Monica y Adriana fallecieron de cáncer mientras cumplían condena; y Francesca se suicidó. Y todos eran inocentes. Hubo revisiones de los casos y absoluciones, pero llegaron tarde para ellos.
Ahora, Marta y Dario reconocen que se inventaron las acusaciones: «En estos 20 años he tenido dudas. Ahora tengo la certeza al cien por cien de haber inventado todo», confiesa Marta. Sin embargo, otros de los acusadores siguen convencidos de que las aberraciones existieron. «Hay gente que me llama 'amigo de los pedófilos'», cuenta Trincia.
¿Por qué ha llamado Veneno a su investigación? «Porque sembraron el veneno de la duda en los niños, han contaminado sus recuerdos y han destrozado sus vidas», responde. Y confiesa que se ha quedado tocado: «He consultado a psiquiatras y me han dicho que cuando el abuso sexual es real puedes superarlo. Pero cuando es imaginario te deja un fantasma en la cabeza. Contra el fantasma se pierde siempre. Y este es un caso de fantasmas».
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