Michelle Knight Víctima de la casa de los horrores de Cleveland Once años encadenada, violada y torturada: «Yo he salido con vida del infierno»
El 22 de agosto de hace 20 años, Michelle Knight entró en el infierno. Durante once años vivió encadenada y fue violada y maltratada sin piedad en una casa de Cleveland. A su tortura, se unieron luego otras dos chicas, secuestradas por el mismo criminal, Ariel Castro. Hoy las tres han conseguido rehacer su vida. Pero no es fácil despertar de tan espeluznante pesadilla, como nos cuenta Michelle.
Domingo, 21 de Agosto 2022, 00:01h
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Michelle le da un puñetazo a un saco de boxeo casi tan grande como ella. Bum, bum, bum. Sus golpes son cada vez más violentos y rápidos. «¿Piensa en él cuando golpea?», le pregunto. «Sí», responde. Bum, bum, bum. «Tras escaparme, cuando empecé a verlo en la tele, se me ocurrió poner su cara en el saco y darle una buena paliza. Recorté su fotografía del periódico y, fíjese, en el saco todavía se nota la abolladura». Michelle nunca llama al secuestrador por su nombre. Se refiere a él con el término el ‘tipo’. El tipo es Ariel Castro, el conductor de autobús escolar que la secuestró, la mantuvo prisionera en su casa de Cleveland durante 11 años, la dejó embarazada cinco veces y la hizo abortar a golpes otras tantas. Han pasado doce años de la huida de Michelle y de las otras dos jóvenes, Amanda Berry y Gina DeJesus. En el juicio, Castro se confesó culpable de 937 cargos; entre ellos, asesinato, rapto, violación y lesiones. En agosto de 2013 fue condenado a cadena perpetua. Un mes más tarde, el ‘tipo’ apareció ahorcado en su celda.
«Dijo que iba a regalarme un perrito para mi hijo; que estaba en el piso de arriba. Me extrañó que no se oyera ni un ruido. De repente cerró la puerta y comprendí. Nunca jamás iba a salir de aquella casa»
Comenzar a rehacer su vida no fue fácil. Tras vivir durante años en la oscuridad, tuvo muchos problemas de visión, del estómago por una combinación de infecciones y palizas y multitud de problemas psicológicos. También ha roto lazos con su familia, que nunca se molestó en buscarla, o eso asegura ella. Su vida ahora es muy diferente. Aunque lo realmente milagroso es que después de todo, siga viva.
Antes de que Castro fuera condenado, Michelle leyó una estremecedora declaración en el juicio en la que especificaba detalles terribles de su secuestro, al tiempo que ofrecía su perdón al captor. Levantó sus diminutos 140 centímetros y con el rostro lloroso dijo: «Buenas tardes. Soy Michelle Knight y quisiera explicarles lo que esos 11 años fueron para mí. Echaba en falta a mi hijo todos los días. Me preguntaba si alguna vez lo volvería a ver. Él solo tenía dos años y medio cuando me secuestraron. Los días se convirtieron en noches. Las noches, en días. Los años, en eternidad».
«Llegué a pedirle a Gina que me matara: ‘Mátame, por favor. Cúbreme la cabeza con la almohada y sácame de aquí'»
Michelle ha escrito un libro estremecedor, Finding me (‘Encontrándome a mí misma’), en el que cuenta su experiencia. ¿Por qué lo ha hecho? «Quiero que la gente comprenda que es posible superar hasta la peor de las situaciones. No hay que dejarse engullir por la oscuridad». Tiene una voz maravillosa, lenta y musical. ¿En algún momento pensó que la oscuridad terminaría por devorarla? «No, siempre tuve claro que lo superaría». Pero Michelle no siempre es tan optimista. Reconoce que muchos días quiso morir.
El día del secuestro
El 22 de agosto de 2002, Michelle tenía una cita con los funcionarios de los servicios sociales para hablar de la custodia de su hijo, Joey. Llegaba tarde. Estaba agobiada. Entró en un supermercado para preguntar por la dirección. Cuando Castro le oyó hablar con la cajera, se ofreció a llevarla en su coche. Michelle creyó reconocerlo. Era el padre de una niña de la escuela de su hijo. «Lo miré y dije: ‘Me parece que lo he visto antes. Usted tiene una hija que se llama Emily, ¿verdad?’. ‘¡Qué pequeño es el mundo!’, me dijo. Parecía buena gente». En el coche de Castro había un cartel que anunciaba la venta de unos cachorros. Michelle le comentó que a su hijo le encantaban los perrillos. El tipo puso el coche en marcha e hizo un trompo en el aparcamiento. «‘Oiga pero ¿qué hace?’, le dije. Y él respondió: ‘Nada. A mis chavales les encantan este tipo de cosas’. Y no le di más importancia. Me equivoqué. Tendría que haberme bajado del coche en ese instante. Aunque lo cierto es que la puerta no tenía manija». Knight tenía entonces 21 años.
«Me quedé embarazada cinco veces. El embarazo más largo duró tres meses. Yo quería tener a los niños». Pero Castro la hizo abortar a golpes. Luego dejaría que otra de las chicas tuviera una hija
«Castro dijo que iba a pasar un momento por su casa para regalarme uno de los perritos. Enfiló el camino de arena que llevaba a la puerta de la vivienda y echó el cierre de la entrada al jardín. Me explicó que lo hacía porque aquel vecindario era peligroso. Me lo tragué. Al entrar en la casa, cerró con llave la puerta de entrada. Me dijo que los perritos estaban en el piso de arriba. Me extrañó que no se oyera ni un ruido si tenía unos cachorros. Pero me dijo que estaban durmiendo. Al llegar al piso de arriba, fui consciente de que jamás saldría de allí. El corazón me dio un vuelco. Empecé a temblar. El tipo se dio cuenta y me dijo: ‘No tienes de qué preocuparte’. Cuando de repente cerró la puerta, comprendí que todo había terminado. Para siempre. Nunca jamás iba a salir de aquella casa».
Cuando escapó de su encierro, Michelle tenía la mandíbula tan dañada que no podía hablar con claridad. Durante los seis meses posteriores a su liberación vivió en un centro de acogida. Ahora reside en un bonito apartamento en un barrio elegante y ha encontrado al amor de su vida, con el que lleva 6 años casada. En la mesa de la cocina hay multitud de tarjetas donde la felicitan por su cumpleaños. ¿Cómo lo hubiera celebrado en 'la casa'? «En una habitación con Gina. Compartiendo una chocolatina y cantando Cumpleaños feliz. Lo celebrábamos lo mejor que podíamos. Nos escribíamos tarjetas las unas a las otras».
«El tipo decía que era un adicto al sexo y que la única forma de pararlo era que se la cortaran… Yo lo hubiera hecho»
Un año después de secuestrar a Michelle, Castro raptó a Amanda Berry; y al año siguiente, a Gina DeJesus. ¿Le reconfortaba saber que había otras chicas en la casa? «Sí, pero al mismo tiempo me decía que no merecían estar allí. Yo tampoco. Era terrible, porque yo sabía exactamente qué iba a pasarles a partir de ese día y que no iba a gustarles». Durante la década que estuvieron juntas, Michelle y Gina establecieron una profunda relación personal: Michelle adoptó el papel de madre. Las dos pasaban la mayor parte de los días encadenadas o encerradas en el mismo cuarto oscuro (a Amanda Berry le fue concedida su propia habitación, que más tarde pasó a compartir con su hija). Gina y Michelle escuchaban música juntas, leían juntas, comían juntas, iban juntas al baño (un retrete de plástico que era vaciado muy de tarde en tarde). Si una enfermaba, la otra cuidaba de ella; se daban ánimos.
Un maltratador a la caza de víctimas
Aunque Castro nació en Puerto Rico, llevaba viviendo en los Estados Unidos desde niño. Su pareja, Grimilda Figueroa, y sus cuatro hijos lo habían abandonado. Se habían marchado de Cleveland en 1996. Tres años antes de irse de la ciudad, la Policía había detenido a Castro por agredir a Grimilda. Ella murió en 2012, pero su hermana declaró que Castro le había roto la nariz, las costillas y los brazos y que la tiró por unas escaleras, fracturándole el cráneo.
Los dos hermanos varones de Castro vivían en la ciudad, y en un principio se dio por sentado que estaban implicados en los secuestros. Pero Michelle insiste en que eso no es cierto. Cuando Castro recibía visitas, encerraba a las chicas en el piso de arriba o en el sótano. «Los hermanos nunca llegaron a enterarse, siempre estaban demasiado borrachos para darse cuenta de lo que pasaba. Antes de llegar a la casa ya se habían tomado media docena de cervezas y eran incapaces de oír algo porque la radio estaba a todo volumen». Michelle dice que Castro achacaba su conducta a los abusos sexuales que él mismo había sufrido de niño. Decía que no podía controlarse porque era un adicto al sexo y que la única forma de remediarlo consistía en cortársela (no llega a pronunciar la palabra). ¿Castro lo decía en serio? «A veces, sí». ¿Michelle se hubiera prestado a hacerle una cosa así? «Sí. Llegó a pedirme que se lo hiciera. Pero también me dijo: ‘A cambio, te haré daño'».
«A su modo demencial, creía que las chicas éramos una especie de familia para él. Nos decía que quería que fuésemos felices»
Durante el juicio, el psiquiatra presentó un informe en el que aseguraba que, de las tres chicas, Michelle era la que había sufrido de forma más prolongada e intensa. Ella lo corrobora. Y lo justifica en su propia actitud retadora durante su cautiverio. «La cosa llegó a un punto en el que, cuando el tipo me derribaba a golpes, yo me lo quedaba mirando sentada en el suelo sin expresión, como si fuera idiota. Y entonces le sonreía, dándole a entender que aquello no era nada. Me convertí en insensible al dolor. ‘¿Eso es todo lo que puedes hacerme?’, venía a decirle con la mirada. No quería darle el gusto de suplicarle. Las súplicas lo alimentaban». Michelle también recibía peor comida que las otras dos cautivas. Siempre me daba los restos. Con el tiempo, me di cuenta de que a ellas les daba más comida y de mejor calidad, fresca, la mayoría de las veces».
«Nadie te está buscando»
¿Se quedó embarazada cinco veces durante su cautiverio? «Sí», susurra. ¿Usted quería tener esos niños? «Sí. Bajo ninguna circunstancia pensaba en dar muerte a un niñito pequeño. Por muy mal que me fueran las cosas». ¿Cuánto duró el embarazo más largo? «Tres meses». Silencio. No ceso de preguntarle a Michelle cómo se las arregló para sobrevivir. Responde que por las mañanas hacía lo posible por no despertarse. No se levantaba de la cama hasta que Castro la obligaba. «No tenía razones para levantarme ni para hablar». Muchas veces fingía estar dormida. Castro se mofaba de ella constantemente: por su físico, por el hecho de que nadie estaba buscándola. Estaba convencida de que moriría allí.
¿Castro se mostró en algún momento bondadoso contigo? Michelle recuerda con lágrimas el día que le compró un perro. «Yo quería a ese perro con toda mi alma. Lo quería muchísimo. Le puse el nombre de Lobo. Me parecía maravilloso compartir mi vida con otro ser, poder cuidar de él». Unas semanas después, Castro pegó a Michelle en presencia de Lobo. «Y mi perro le soltó un mordisco… El tipo agarró a Lobo por el cuello (hace un gesto con las manos) delante de mis narices. Luego fue a la planta baja, metió el cuerpo en una bolsa y lo tiró al cubo de la basura».
Michelle es alérgica a la mostaza. Castro lo sabía y un día la obligó a comer un perrito caliente cubierto de salsa de mostaza. El rostro se le hinchó; no podía respirar. «Allí sentada, pregunté a Dios qué motivo tenía para seguir viviendo». Un día llegó a pedirle a Gina que la matara. «Mátame, por favor. Cúbreme la cabeza con la almohada y mátame. Sácame de aquí». Gina respondió: «No puedo, eres mi amiga. Sencillamente no puedo hacerlo». Michelle agrega que en otra ocasión fue ella la que se negó. «Un día, Gina bebió más de la cuenta y me pidió que la ayudara para ahogarse en sus propios vómitos. No podía hacer algo así. Así que le pedí que se olvidara del asunto». Reconoce que su relación con Amanda no era fácil: procedían de entornos diferentes y tenían mentalidades muy distintas. A pesar de ello, ayudó en el alumbramiento de Jocelyn, la hija de Amanda Berry (Castro la amenazó con matarla si la niña no sobrevivía al parto). Todavía sonríe al hablar de lo mucho que quiere a la pequeña. «La niña trajo la felicidad a la casa. Valía la pena vivir y levantarse por la mañana nada más que para ver a la niñita sonreír y jugar». Castro prohibió a Michelle que llamara a la pequeña por su nombre. «Tan solo me dejaba llamarla ‘guapa'».
Michelle cree que las crueldades que padeció de niña la ayudaron a sobrevivir. Sufrió abusos sexuales ya con cinco años. Su madre la maltrataba. Siendo adolescente, escapó de casa y vivió bajo un puente
Michelle no tiene ninguna duda de que las crueldades que padeció de niña la ayudaron a sobrevivir en el infierno. La joven lleva sufriendo abusos sexuales desde los cinco años. Su madre prefirió no escolarizarla para recibir las ayudas sociales y, cuando finalmente empezó a ir a la escuela, los demás alumnos se dedicaron a acosarla. «Más de una vez me encerraron en las taquillas –recuerda–. Cuando tenía diez años, uno de los chavales puso mi mano en una taquilla y cerró la puerta de un golpe. ‘Olvídate de volver a jugar al baloncesto’, me dijo. Me rompió el pulgar y la muñeca». Cuando llegó a la adolescencia, escapó de casa y se instaló en un solar, bajo un puente. «Ya no tenía que aguantar los gritos de mi madre. No tenía que oír cómo alguien estrellaba cosas contra la pared. Si me daba por ponerme a cantar, no tenía que oír cómo mi madre me soltaba que tenía una voz horrorosa y que cerrara el pico». ¿Alguna vez se ha planteado lo que habría sido de su vida si Castro no la hubiera secuestrado? «Seguramente ahora estaría viviendo en la calle. O muerta, por las drogas o el alcohol». Entonces, ¿el secuestro salvó su vida? Michelle sonríe. «Sí, porque me enseñó lo que es la vida. Me enseñó el tipo de cosas que los demás nunca llegan a ver. Aunque fue doloroso y horrible, salí con vida del infierno».
¿Alguna vez trató de comprender las motivaciones de Castro? «Sí. Él consideraba que las chicas éramos una especie de familia para él». Y en esa familia, ¿qué relación tenían ellas con él? «Una relación de esposas», contesta de forma escueta. Castro solía decirles que quería que fuesen felices. En el juicio declaró: «Espero que lleguen a perdonarme de corazón, pues en nuestro hogar se daba una gran armonía». Es un hecho que Castro las trató de forma un poco más amable durante los últimos años de cautiverio. Ya no las mantenía encadenadas, solo encerradas con llave. Permitía que Michelle y Gina vieran a la niña todos los días.
¿Le parece que Castro en cierta forma las quería? «Sí, a su modo enfermo. A su modo demencial nos quería, porque pensaba que formábamos una familia. Era parte de ese mundo de fantasía en el que vivía. Tenía que ver con el hecho de que quería tener una familia, pero no la tenía. Siempre se quejaba de que su familia lo había abandonado».
Castro fue hallado ahorcado con una sábana. Todo el mundo habló de suicidio, pero desde instituciones penitenciarias se afirmó que había muerto de forma accidental al procurarse una asfixia autoinducida con fines sexuales. La forense discrepó y se reafirmó en la tesis del suicidio. Michelle está de acuerdo con ella. «El tipo buscó la escapatoria de los cobardes». ¿Preferiría que Castro siguiera con vida y en la cárcel? «Bueno, en cierta forma preferiría que no se hubiera matado, pero a cada uno lo suyo. El tipo no quería seguir viviendo. No podía vivir con el recuerdo de lo que había hecho. Y lo entiendo. De haber sido él, yo también me hubiera matado».
El día de su huida, Amanda Berry se las había arreglado para llamar la atención de unos vecinos, que inmediatamente llamaron a la Policía. Cuando Michelle oyó que alguien aporreaba la puerta, creyó que eran unos ladrones. «Todo el mundo puede decir eso de ‘¡Policía! ¡Abran!’. Pero entonces oí un walkie-talkie. Nada más ver la placa de una agente, salí corriendo por la puerta, me subí a sus brazos y me agarré a ella con todas mis fuerzas. No podía creerlo. Volví el rostro, vi a Gina y sentí que todo me daba vueltas. ‘¿Sabes lo que significa esto?’, le dije. ‘¡Volvemos a casa!'». Gina DeJesus y Amanda Berry sí tenían hogares a los que regresar. Michelle Knight, no. Su familia hizo acto de presencia, pero ella no quiso volver a su lado y se marchó al centro de acogida. «Mi madre les dijo a los periodistas que siempre me había querido, pero no es así. Todo lo que dijo en la tele es mentira: que si teníamos una casa en el campo, que si yo tenía un caballo… Yo nunca he vivido en el campo ni he tenido un caballo. Lo único que le pido a mi madre es que deje de mentir».
Michelle tampoco se ha reencontrado con Amanda ni con Gina. Cada una ha gestionado su vida como ha podido. Joey, el hijo de Michelle, ya ha cumplido 18 años. Ella lo ha visto en fotos y le ha escrito cartas, pero no se han encontrado. Cree que Joey está muy unido a sus padres adoptivos. «Lo quiero con locura. Me alegro de que no le falte de nada y me entristece no estar a su lado. Espero que un día volvamos a vernos. Antes me preguntó que cómo me las arreglé para seguir adelante durante esos 11 años», me dice mientras saca un montón de papeles: dibujos, poemas y escritos realizados en la casa. «Gran parte de ellos están dedicados a Joey».
Y comienza a leer una de las cartas. «Feliz día de Halloween, hijo mío. Te quiero y me gustaría estar contigo. Tu recuerdo es lo único que me acompaña en este momento». Me enseña una tarjeta en la que dibujó un perro tocado con un birrete de académico. Lo dibujé para celebrar que Joey habría terminado su último año de guardería». Entre los papeles hay varios listados escritos durante su cautiverio en casa: listas con resoluciones, con sueños, con cosas que necesitaba. Uno de estos listados: champú, toallas, toallitas, pasta de dientes… «Son cosas que no teníamos y que soñábamos con tener –afirma–. Casi nunca teníamos pasta de dientes. El tipo, de vez en cuando, nos daba un poquito y decía que tenía que durarnos seis meses. Si nos hacíamos un corte y nos daba agua oxigenada o alcohol, yo lo utilizaba para cepillarme los dientes».
El sol de la tarde reluce con fuerza. Le pregunto a Michelle si duerme con las cortinas abiertas. «Sí –responde–. Para contemplar el cielo maravilloso que estuve años enteros sin ver». Y guiña los ojos al mirar hacia el sol. ¿Le duelen los ojos? «Sigo teniendo algún que otro problema. Si la luz del sol es demasiado brillante, tengo que apartarme de la ventana». ¿Su vista está mejorando? «Mejorará. Sigo teniendo esperanza».
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