«Putin no nos quebrará» Cuando vivir es resistir Entre tinieblas: la vida en Kiev un año después de la invasión
En febrero de 2022, Kiev estaba sitiada por las tropas rusas. El Ejército ucraniano consiguió repeler el ataque y alejar el peligro de la capital. Muchos ciudadanos huyeron, dejando todo atrás. Un año después, otros tantos han regresado a una ciudad que trata de recuperar su pulso cotidiano, entre sirenas de alarma, cortes de suministros, bombardeos ocasionales y con el miedo siempre en la piel.
Son las cuatro y media de la madrugada del 24 de febrero de 2022. Katrusya Lavryk siente que alguien entra en su habitación. Es su padre. El rostro, serio; la voz, triste: «Hija, ha comenzado». Un año después de que Rusia invadiera su país, Katrusya rememora aquellos días terribles sentada en una cafetería de Kiev.
Mientras habla esta joven de 19 años, bulle alrededor la gran capital ucraniana: comercios, vehículos y transeúntes en plena actividad cotidiana con aparente normalidad. A los cuatro millones de habitantes de su área metropolitana le faltan muchos de los que huyeron tras aquel día de febrero, cuando las salidas de Kiev se colapsaron con atascos que anunciaban un éxodo de dimensiones bíblicas. Un año después, muchos han regresado. Viven con miedo mientras asisten a la destrucción de su país, pero están en casa.
Así se siente Katrusya. Entregada, eso sí, al presente. Demasiado incierto es el futuro. «Mi familia y yo vivimos en Hostomel, en las afueras –cuenta–. Dos días después de la invasión había dos cuerpos de soldados rusos junto al jardín de casa. Fue cuando mi padre dijo: 'Debemos huir'. Fueron más de 42 horas en coche para hacer 800 kilómetros, hasta la frontera, y, al llegar, allí nos dejó a mi madre y a mí. Yo no paraba de llorar, no quería separarme de su abrazo, pero no había opción».
Katrusya y su madre, al menos, tenían donde ir: Praga, el hogar de su hermano. Katrusya, sin embargo, no acababa de sentirse a gusto allí; quería volver a casa, recuperar su vida... aunque hubiera guerra. «El 20 de mayo crucé la frontera de regreso –rememora–. Me sentí en mi hogar, en mi tierra, sobre todo al llegar a Kiev. Ahora trabajo en este café, vivo con mi novio y tenemos un perro, pero nunca hago planes más allá de mañana. Solo vivo mi vida».
Pero la vida es mucho más dura, muchísimo más que antes. La recuperada normalidad en las calles de Kiev no oculta el desastre económico que atenaza a los ucranianos. En un año, el PIB del país cayó en más de un 30 por ciento. Se esperaba un hundimiento del 50 por ciento y, aunque el descenso es menor de lo que se preveía –gracias a la ayuda exterior (31.000 millones) y «el espíritu inquebrantable de nuestro pueblo», en palabras de la ministra de Economía, Yulia Svyrydenko–, se trata del mayor declive económico desde el colapso de la URSS y la independencia.
Miedo a los chechenos
Las carencias se hacen evidentes en las calles, el clima bélico es omnipresente, sobre todo por las sirenas que anuncian nuevos ataques y los misiles y drones asesinos que consiguen sortear las defensas antiaéreas para reventar edificios o abrir escalofriantes socavones en medio de las calles. Pero ahora la vida es así. Y la gente se acostumbra. O, mejor dicho, lo asume.
La aparente normalidad en Kiev no oculta el desastre económico. En un año, el PIB ha caído más de un 30 por ciento, el mayor declive desde el colapso de la URSS
Así lo ven Alexandre y Anna. Hablan mientras preparan la cena a sus tres hijos. Él es bombero, ella ha dejado de trabajar para ocuparse de la pequeña de la familia. «Nuestra vida ha vuelto a ser prácticamente igual que antes de la invasión –señala ella–. Y aunque nos hemos acostumbrado a las alertas aéreas, a los cortes de luz, a las bombas..., no olvidamos que estamos en guerra y que nuestra libertad y la vida de nuestros hijos dependen de lo que ocurra en un futuro con Rusia».
Como todos los ucranianos, guardan su recuerdo particular del día de la invasión. Sienten que siguen vivos de milagro. «Una unidad chechena tomó mi aldea natal, a una hora de Kiev –relata Anna–. Así que nos subimos todos al coche y nos fuimos sin parar hacia el oeste. Los combates eran tan intensos que ni siquiera nos revisaron los rusos en los puestos de control que atravesamos. Tuvimos mucha suerte».
Kiev no es la única ciudad que busca recuperar el pulso. Lo intenta también Leópolis, la gran urbe del oeste. Antes de la invasión, Ucrania, gracias a la herencia soviética, era un referente de la industria tecnológica –4 por ciento del PIB y fluida fuente de divisas– y un hervidero de start-ups. Járkov, Kiev y Leópolis eran sus tres grandes polos industriales. Con la disputada Járkov en plena línea de fuego, Leópolis, más a salvo de los bombardeos por su ubicación geográfica; y la capital, mantienen como pueden la actividad de sus empresas tecnológicas.
Pensar en el día de la victoria
Genesis, con sede en Kiev, es el gran referente del sector; sus aplicaciones han sido descargadas por más de 300 millones de usuarios. Kateryna Cherenkova es una de las personas encargadas de diseñarlas y cree que para ganar la guerra hay que pensar también en el día posterior a la victoria. «Es crucial que la economía continúe funcionando y que sigamos creciendo –afirma–. Es nuestra forma de luchar y un mensaje a Putin: 'Por muchas bombas y atrocidades que cometas, no nos quebrarás'».
Un modo de pensar que marca también los pasos de la Kyiv School of Economics (KSE), una de las principales instituciones educativas del país. Anastasia Pavlenko –su directora de estudios– nació en Sumy, a una hora de la frontera rusa. Allí estaba, de vacaciones con sus padres, cuando llegaron los rusos. Fue de las primeras localidades ocupadas por las tropas de Putin. «Entraron los tanques y la ciudad fue rodeada –rememora–. Yo no puedo hacer nada contra ellos, pero no estaba dispuesta a quedarme sentada mientras atacan mi país y decidí coordinarme con mis colegas de la universidad para reactivar los estudios on-line. La reacción de alumnos y profesores fue increíble. Todos maduraron en pocas horas, conscientes de que era su particular forma de combatir», proclama Anastasia, visiblemente emocionada.
«Nos hemos acostumbrado a sirenas, apagones, bombas... Pero no olvidamos que está en juego nuestra libertad y la vida de nuestros hijos»
Un año después, la KSE vuelve a impartir clases presenciales y cuenta con 87 nuevos alumnos. «Aquí he encontrado mi sitio, es un lugar seguro, todos cuidamos de todos –explica Vadym, que cursa un Máster de Economía, en el interior del búnker de la universidad–. Si te soy sincero, hoy mi vida es prácticamente igual que antes de la guerra. La gran diferencia es que no soy dueño de mi futuro ni del de mi país. Por eso estudio, para estar preparado para la reconstrucción de Ucrania».
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