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EL BLOC DEL CARTERO

Afganistán

Lorenzo Silva

Sábado, 04 de Septiembre 2021, 01:08h

Tiempo de lectura: 8 min

Los talibanes han demostrado conocer bien a su enemigo, o sea nosotros, desde luego mucho mejor de lo que ese enemigo los conocía a ellos. Cabe también temer que quienes los combatían habían sobrevalorado el ardor guerrero del ejército que les dejaron enfrente. El resultado de un duelo tal lo dejó vaticinado para siempre el chino Sunzi hace veinticinco siglos: quien no conoce al enemigo ni se conoce a sí mismo puede dar por segura la derrota. Ahora vienen el llanto y el rechinar de dientes, la perplejidad de quienes sinceramente ignoraban y la desolación de los que llevaban años avisando. Sobre todo, de que las bases de ese nuevo Afganistán estaban mal echadas y quienes iban a pagarlo eran los que nos habían prestado su ayuda. Acordarnos de ellos tan tarde vuelve ominosas nuestras lágrimas.

Cartas de los lectores

• ¿Tenía que dejarlos?

Quiero responder o continuar la carta de la semana titulada ¿Quién nos cuidará? Mis padres vivían en una ciudad, y ni mis hermanas ni yo nos quedamos en esa ciudad. Así que fui yo la que los traje a mi casa. En ella mi padre ha acabado sus días, y mi madre sigue conmigo. Con todo lo que ello supone. A mi padre le tuvimos que comprar adaptadores, andadores, camas adaptadas... También hemos adaptado los baños y cambiado puertas. No me quejo: era mi padre y había que hacerlo. Pero también quiero decir que cuando he pedido subvenciones para los cambios en casa la respuesta ha sido 'no', porque la dueña del piso (yo) no tiene 60 años. ¿Tenía que dejarlos en su casa? ¿Pagar a personas externas para que cuidaran de ellos (en su casa)? ¿Eso los desorientaría menos? ¿O les dejaría con la moral por el suelo porque sus hijas/os no quieren atenderlos? La Administración ha decidido subvencionar solo esta última opción. ¿No deberíamos cuidar de ellos, como ellos cuidaron de nosotras/os?

Jaione Gallastegi. Vitoria-Gasteiz. (Álava) 


• No solo apagar el incendio

Verano tras verano vemos cómo nuestros bosques son pasto de las llamas. Unas veces el fuego lo origina un rayo, o una negligencia en forma de colilla o de barbacoa en zona forestal.  Otras, las más sangrantes, cobardes y deleznables, tienen un origen voluntario como causa. Vemos cómo se destinan recursos materiales y se arriesgan vidas para extinguir los incendios. Cuando es extinguido pensamos que qué bien y nos olvidamos de que es a partir de ese momento cuando hay que poner más medios para que el bosque se recupere lo antes y mejor posible. No solo se trata de apagar el incendio y dejar que la naturaleza siga su curso. Pero para no tener que llegar a estos últimos extremos se debe invertir mucho más en educación. No son solo los árboles que desaparecen. Al pasear bajo la tupida sombra de un bosque, andamos por un ecosistema valioso y frágil que tarda muchas décadas en crearse y minutos en destruirse. Es primordial educar en el respeto a la naturaleza para que, cuando nos hayamos ido, sigan disfrutando de ella los que vengan detrás.

Pablo Barrasa Foncea. Fuenmayor (La Rioja)


• Orgullo de 'baby boomer'

Sí, pertenezco a esa generación a la que últimamente parece que solo se nombra para sembrar alarmas sobre las pensiones que cobraremos. Cabría decir que el derecho al cobro de esas pensiones se ha generado por nuestras cotizaciones –en muchos casos, máximas– durante más de cuarenta años. Sin embargo, lo que de verdad echamos de menos es que se reconozca que pertenecemos a una generación que ha contribuido muy positivamente al desarrollo de nuestro país, tanto en lo económico como en lo social. La mayoría pertenecemos a familias cuyos recursos eran escasos, y la oportunidad de realizar estudios superiores era una auténtica suerte y un privilegio. Aún recuerdo a muchos compañeros de gran talento que tuvieron que dejar los estudios por un trabajo para ayudar a sus familias. Somos una generación que participó activamente en el periodo de la transición con una gran ilusión, porque solo importaba conseguir una convivencia y una contribución al desarrollo del país y al nuestro propio. Tuvimos la suerte de ser educados con unos valores muy sólidos, basados en el respeto a los demás, a nuestros profesores, a las normas cívicas y a nuestros mayores. En los estudios procurábamos ayudarnos entre los compañeros, compartiendo apuntes y realizando juntos los deberes, sin sufrir el actual entorno de competencia entre estudiantes, y además no contábamos con las facilidades tecnológicas de hoy. También hemos intentado dar a nuestros hijos –a veces, en exceso– todo aquello que nosotros no tuvimos, para facilitarles un futuro que, en ciertos aspectos, tienen complicado. En definitiva, pese a que no se resalten los aspectos positivos de nuestra contribución, estamos muy orgullosos de pertenecer a la generación baby boomer, y creo que, si la sociedad actual repitiera la solidaridad, el respeto y el esfuerzo de nuestra generación, sería posible un mejor futuro para todos.

Rafael Martín Carlosena. Madrid


• Sueños de infancia

En julio pasado, tras ver cumplido un deseo de su infancia, el multimillonario Richard Branson decía, con emoción, que la mayoría de los niños sueñan con ver en algún momento la Tierra desde el espacio, y que su cometido era transformar la fantasía de los viajes espaciales en una realidad accesible para las generaciones venideras. Sin embargo, teniendo en cuenta los informes de la comunidad científica sobre el cambio climático, no parece que el turismo espacial sea una forma de entretenimiento recomendable. Y aunque sea innegable que muchos menores fantasean con subirse a una nave para contemplar el planeta desde lejos, tengo la impresión de que son bastantes más los niños que sueñan con tener algo que llevarse a la boca cuando aprieta el hambre, con dejar de escuchar las explosiones de las bombas caídas del cielo, con ir a la escuela, con disponer de un baño, con echarse a dormir sin miedo al asalto nocturno, con dejar de ser víctimas de abusos sexuales o con dejar de trabajar largas jornadas en condiciones penosas. Los sueños varían en función de las circunstancias.

Alejandro Prieto Orviz. Gijón (Asturias)


• Los otros antivacunas

He participado profesionalmente en rescates de desaparecidos como bombero, en mi categoría de base. En búsquedas en las que se teme por la vida de seres humanos en el medio natural no hay hoy ninguna facilidad para que se habilite un rastreo de los móviles de los desaparecidos. El juez ha de dar permiso y llega tarde o facilita un seguimiento muy primitivo, limitado. Leo en las noticias que estos datos dan una información definitiva en los crímenes que se aplican (Diana Quer, Marta del Castillo). ¿Por qué no lo hacemos con las personas aún con vida? Quien defienda tu privacidad cuando estás en peligro de muerte, defiende tu derecho a no vacunarte, a no salvarte. Las libertades que te destruyen no son libertades. Nos hemos pasado de frenada.

Pablo Castro. Correo electrónico


• Vacuno y vacunas

Parece que poco a poco van a ir desapareciendo las 'cordilleras de toros con el orgullo en el asta'. Hace tiempo que se trabaja en la extinción del toro de lidia, mítico animal que inspiró a poetas o pintores, y ahora le toca el turno a las vacas. Al parecer, producen gran cantidad de gases de efecto invernadero y son responsables del avance del cambio climático. Nada se dice de las flatulencias de las ballenas, que deberán ser proporcionales a su tamaño; tal vez por ser animales sagrados para los laicos. Las vacas también son sagradas en la India y, además, dieron nombre a las vacunas, ese maravilloso hallazgo del siglo XVIII, que compite con los antibióticos por el segundo puesto en el número de personas salvadas —el primero es, sin duda, para el agua y el jabón— y que se nos ha vendido como el mayor descubrimiento científico del siglo XXI, pócima maravillosa que nos salvaría de la pandemia. Pero, cualquiera que haya estado atento en sus años de escolar, sabe que un virus extendido por todo el mundo, algo que muta constantemente en un tiempo muy reducido, está fuera del límite de ese estupendo remedio. Sin embargo, mantendremos la esperanza y, si es necesario, tendremos a bien recibir la tercera dosis, cuando sea oportuno.

Juan Manuel López Vallina. Correo electrónico


• Solidaridad grupal

Oímos noticias sobre la muerte de Samuel: detenciones, registros, juicios, valorando si fue o no un crimen homófobo. Hablamos de la agresión a Samuel y de otros casos que hubo y yo me pregunto: ¿qué sociedad tenemos?, ¿en qué nos estamos convirtiendo? He visto en un informativo varias veces el vídeo de la agresión. Fue en un sitio público, concurrido incluso a esa hora de la madrugada, no en un parque desierto, ni en un callejón oscuro, ni en otro lugar sin testigos. Eran muchos más los testigos que los agresores. Pienso que si los viandantes hubiesen actuado también en grupo, enfrentándose a esas bestias, esto no hubiera pasado. Que yo sepa, esas bestias tampoco iban armadas con metralletas ni con nada que supusiese un extremo peligro para otras personas. Fue una agresión grupal, pero faltó también  la solidaridad grupal. Y sin ella, vamos muy mal.

Magdalena Díaz Sierra. Correo electrónico

«Afganistán era una lágrima, soñando en un mar de incienso». Cuando no quiso soltar las ruedas de aquel avión, fantaseaba con aterrizar en el mundo que había tan solo empezado a imaginar, cuando su Kabul, de nuevo, volvía a ser el drama que su misma palabra crea en el subconsciente de una sociedad occidental anestesiada. Nunca imaginó caerse, y ya eso debería ser suficiente como terrible brindis al sol, pero mientras lo hacía, mientras caía, desde allí arriba, pensaba que la gravedad que lo abrazaba y empujaba era más reconfortante que la gravedad de todo aquello que había tenido que vivir, en la vida de las mil y una noches, sin mañana. Si había que morir, al menos que hubiese sido con su cuerpo golpeando la tierra de un país extraño, pero no del suyo mismo. Agosto es mal mes para la empatía en Europa: «Ponme otro daiquiri, amigo, que ya está bien de tanto drama. Y apaga eso». Messi, no te vayas, o tendremos que empezar de nuevo. Cuando termines de escribir tu tuit indignado con el vecino, siéntate a pensar en que su esperanza es poder vivir tu vida de mierda. Ahora ya puedes llorar.

Pablo Garrido Ledo. Pereiro de Aguiar (Ourense)

Por qué la he premiado… Porque hay bofetadas que en determinadas ocasiones todos necesitamos recibir.

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