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Animales de compañía

La ciencia sin método científico

Juan Manuel de Prada

Viernes, 17 de Noviembre 2023, 10:45h

Tiempo de lectura: 3 min

Aunque Gramsci pretendía que el hombre moderno «puede y debe vivir sin religión», lo cierto es que al hombre moderno le sucede lo mismo que al hombre antiguo: su vocación hacia el misterio es irrefrenable, porque forma parte de su naturaleza; y cuando la naturaleza se reprime o amputa, esa vocación natural recurre a sucedáneos que alivien la amputación. Entre los sucedáneos que el hombre moderno abraza para suplantar la religión se cuenta, desde luego, la ideología, a través de la cual trata de instaurar un quimérico Paraíso en la Tierra (con los resultados de todos conocidos); y también la ciencia sin método científico, la ciencia convertida en superstición.

Ha quedado demostrado que las vacunas de ARN mensajero eran un estrepitoso fracaso

En contra de lo que algunos pretenden, la ciencia y la religión no se hallan en 'planos diversos', sino que ambas se hallan en el plano de la verdad (de ahí que no puedan contradecirse, cuando no son imposturas científicas o religiosas). Ocurre, sin embargo, que la ciencia y la religión difieren radicalmente en sus métodos. El método de la ciencia, en concreto, es el método empírico, que exige la observación y el estudio de la naturaleza; y cuando falta el método empírico, cuando se sortea mediante añagazas diversas, cuando se abrevia mediante atajos o falsea para obtener un rédito crematístico, la ciencia deja de ser tal cosa para convertirse en sucedáneo religioso. Por supuesto, ese sucedáneo se puede luego embellecer cuanto se quiera, se puede incluso imponer como dogma religioso inatacable; mas no por ello dejará de ser filfa e impostura.

Recientemente, se concedía el premio instituido por un célebre dinamitero a los creadores de las vacunas con 'ARN mensajero'. Desde que se descubriera en los años sesenta del pasado siglo el ARN mensajero, pasaron treinta años hasta que se contemplara la posibilidad de inyectarlo en el cuerpo humano; y otros diez más para que se realizaran los primeros ensayos clínicos, que durarían veinte años más. Después de todo este largo período de tiempo quedó demostrado que las vacunas de ARN mensajero eran un estrepitoso fracaso. Primeramente, allá por el año 2000, se quiso curar el cáncer de próstata con estas vacunas; y tras quince años de experimentación, se probó un fiasco. Posteriormente se intentó curar con vacunas de ARN mensajero el cáncer de piel, el cáncer de pulmón y el cáncer intestinal, se pretendió erradicar el sida y la rabia, se quiso lograr la inmunidad ante la gripe aviar y el zika; y una y otra vez, las vacunas de ARN mensajero se probaron ineficaces, o causantes de efectos secundarios muy variados y peligrosos. El método empírico había demostrado, una y otra vez, que aquella técnica tan promisoria se revelaba a la postre inadecuada. Todos estos experimentos fracasados se detallan en el libro Los aprendices de brujo, de la genetista francesa Alexandra Henrion Caude, publicado por La Esfera de los Libros.

Si la ciencia no hubiese degenerado en sucedáneo religioso, después de cosechar fracasos en el intento de fabricar vacunas con ARN mensajero, se habría descartado esta técnica. Pero los grandes laboratorios farmacéuticos habían invertido ingentes cantidades de dinero en ella; y los inversores deseaban recuperar su dinero (y hasta multiplicarlo ávidamente). Así que, cuando se declaró el coronavirus, volvieron a recurrir a esta técnica que tantas veces el método empírico había desacreditado. Sólo que esta vez decidieron comercializarla sin completar la fase de prueba; es decir, decidieron saltarse el método empírico, abreviarlo o falsearlo. No se estudió debidamente si estas vacunas tenían efectos cancerígenos o producían interacciones peligrosas con otros medicamentos; ni siquiera se explicó debidamente la reacción que podían producir en nuestro organismo. Porque las vacunas habían consistido siempre en inyectar un virus atenuado o una porción de proteína de un virus inactivo que, reconocidos por el sistema inmunitario, provocaban que nuestro organismo empezara a producir anticuerpos. En las vacunas de ARN mensajero, en cambio, se inyecta una sustancia sintética que no provoca esa reacción, sino que se fusiona con nuestras células y las reprograma, incorporándose a nuestro patrimonio genético. Que esto se haya hecho sin respetar el método científico nos sumerge, como a la genetista Alexandra Henrion Caude, en una 'vertiginosa perplejidad'.

También que se estén ocultando la infinidad de efectos secundarios que esas vacunas han generado en una porción nada desdeñable de la población. Pero las falsas religiones son siempre esotéricas y secretistas; y necesitan elevar a los altares a falsos santos. Por eso, no contentas con saltarse el método empírico, conceden a sus taumaturgos el premio instituido por un célebre dinamitero.