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Qué fue de los niños de la 'granja de bebés' de los nazis

El diabólico sueño de Hitler

Qué fue de los niños de la 'granja de bebés' de los nazis

Formaron parte del proyecto genético nazi para crear una ‘raza superior’. Tras la guerra fueron repartidos en centros de acogida o dados en adopción. Fueron unos 10 mil, pero pocos han podido o querido indagar en su biografía. Ingrid y Gisèle sí lo hicieron. Esta es su historia.

Viernes, 08 de Septiembre 2023

Tiempo de lectura: 7 min

Los bastardos de los hombres de Himmler son de ojos azules, pelo rubio y gordos como cerdos», así de brutal era el pie de foto que acompañaba en agosto de 1945 las imágenes del fotógrafo Robert Capa en la prestigiosa revista norteamericana Life. El reportaje era sobre «los superbebés» de un hogar Lebensborn en un pequeño pueblo alemán, Hohenhorst, a pocos kilómetros de Hamburgo. Y añadía: «Engordados como cerdos bajo los cuidados de enfermeras nazis, ahora plantean a los Aliados un problema por resolver». ¿Quiénes eran aquellos bebés contra los que se mostraba tal resentimiento?

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Sin piedad. Las imágenes del hogar fotografiado por Capa mostraban niños rollizos que fueron duramente atacados en las páginas de Life, revista que entonces leían 13 millones de personas. Se habían librado de los horrores de la guerra, aunque fuesen solo bebés, y el rencor era patente.

En aquel reportaje publicado tras la liberación, el proyecto Lebensborn era calificado como «la granja de bebés de los nazis». En realidad, era un proyecto genético organizado en 1935 por las SS y coordinado por su jefe, Heinrich Himmler. Los nazis se habían propuesto producir una nueva generación de alemanes de «sangre pura». El célebre fotógrafo Robert Capa accedió a uno de los centros Lebensborn en 1945, tras la liberación. Las instalaciones y el cuidado de los niños contrastaba de forma dramática con las imágenes de los campos de concentración e incluso con la devastación en el resto de Alemania. El reportaje que se publicó en Life no tuvo piedad con los bebés.

Gisèle confiesa que hubo un tiempo en que tuvo miedo de haber transmitido algo malo a sus hijos a través de sus genes

La asociación Lebensborn debía dedicarse a fomentar la procreación entre los individuos de raza aria proporcionando a las parturientas un espacio confortable, ayuda económica y, por supuesto, adoctrinamiento. La sede de la asociación estaba en Múnich y en 1936 abrió su primera maternidad, en Steinhöring.

Himmler supervisó esta empresa al detalle: todas las solicitudes de matrimonio de los líderes de las SS debían ser remitidas a él. Se esperaba que todos tuvieran cuatro hijos, como mínimo. Y a Himmler no le importaba que fuese fuera del matrimonio. Según el jerarca nazi, los hogares Lebensborn estaban destinados, «en primer lugar, a las novias y esposas de nuestros jóvenes de las SS y, en segundo lugar, a las madres ilegítimas de buena sangre». Pero acabó siendo prácticamente solo para estas últimas, a las que les exigían fotos y documentos de ambos progenitores para demostrar su 'pureza' racial.

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El bautismo nazi. A los niños nacidos en los hogares Lebensborn se les practicaba un singular 'bautismo' en el que se entregaban a la doctrina nazi. Si 'tenían suerte' y nacían el 7 de octubre, el día del cumpleaños de Himmler, eran apadrinados por el mismísimo jefe de las SS.

Estas jóvenes solteras podían dar a luz en los hogares y, si querían, dejar a sus bebés para ser luego adoptados por familias igualmente 'puras'. Para 1943 había 16 instalaciones de Lebensborn en la Europa ocupada. En los nueve años que duró el programa nacieron en los hogares al menos 9200 niños. Unos 1200 en Noruega, que tenía el mayor número de maternidades de las SS fuera de Alemania.

Poco a poco, algunos de esos niños, ya adultos, pudieron averiguar sus orígenes y contaron su historia. Pero, vista la aversión que mostraban los pies de foto de las imágenes de Capa, la mayoría de quienes sospecharon que aquel podía ser su origen no quiso indagar en su pasado.

Ingrid von Oelhafen fue una de las primeras en contar su historia en el libro Los niños olvidados de Hitler. Cuando Ingrid tenía 11 años, su padre la llevó a un médico donde, para su sorpresa, la llamaron Erika. Pero no preguntó por qué. Sus padres estaban separados y ya había tenido que pasar unos años en un hogar para niños hasta que su padre volvió a hacerse cargo de ella. Incluso cuando una empleada del hogar le confirmó que no era la hija biológica de sus padres, no quiso escuchar. Ni cuando, paralizada, vio su propia foto en unos carteles de la Cruz Roja de niños desplazados. No quiso, no pudo, indagar.

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Una dura infancia. Ingrid hoy (derecha) y con su hermano y sus padres adoptivos (a la izquierda). Estos se divorciaron poco después de esta foto. Su madre tenía problemas mentales y los niños pasaron años en un centro infantil hasta que volvieron con su padre. Lo que ella averiguó luego sobre su origen era aún más difícil de digerir.

No fue hasta 1999, con 58 años, cuando al recibir una llamada de la Cruz Roja preguntándole si le interesaba saber sobre sus padres, logró decir ‘sí’. Y cuando supo que su origen era un Lebensborn, se hundió: «La idea me pareció repugnante».

La historia de Erika es singular, porque no es hija de un miembros de las SS ni ningún líder nazi. Tras años de pesquisas, incluidas pruebas de ADN, encontró el vínculo genético con una familia de Eslovenia. Su padre biológico, Johan Matko, combatió contra la ocupación nazi. Cuando fue arrestado y enviado a un campo de concentración en 1942, su madre recibió la orden de llevar a sus tres hijos, incluida a una Erika de 9 meses, a una escuela local. Allí, unos soldados alemanes seleccionaron a los niños sanos de ojos azules y cabello rubio. Erika entre ellos, y se la llevaron a Alemania.

Para entonces, las SS habían relajado las exigencias para entrar en un hogar Lebensborn, dadas las bajas en la guerra. Lo singular es que a la madre de Ingrid le dieron a otra niña, arrebatada probablemente a otra familia, que ella crio como a su hija y con el mismo nombre, Erika. Y su madre nunca la buscó después de la guerra. «Durante un tiempo, la odié», cuenta Ingrid, pero acabó por comprender lo difícil que tuvo que ser vivir bajo la ocupación nazi primero y la dictadura comunista después. Tampoco tiene trato con su familia biológica, ni con la ‘otra Erika’; no quisieron hacer frente a la realidad. Mientras tanto, Ingrid ha dedicado su vida a trabajar como fisioterapeuta con niños discapacitados, esos que nunca habrían sido admitidos en Lebensborn.

Gisèle y la última ironía

Gisèle Marc también ha dedicado toda la vida a los niños en su propia guardería y a criar a sus cuatro hijos, nacidos de su matrimonio con Justin Niango, un químico de Costa de Marfil, en la Francia de los años 70. Por supuesto, sus hijos eran los únicos niños negros del colegio, con lo que tuvieron que hacer frente a innumerables ataques. Por eso a Gisèle, una de las últimas niñas de Lebensborn en contar su caso, le parece especialmente irónico que ella descienda de uno de los proyectos raciales más oscuros de la historia.

Gisèle, que tiene 80 años, sabía desde los 10 años que era adoptada. Incluso antes había oído el rumor en el colegio, pero no quería ni considerarlo. A finales de los años 40, en pueblos como el suyo, al norte de Francia, a las mujeres que se habían acostado con alemanes se les afeitaba la cabeza y eran humilladas en público. A los 10 años, se armó de valor y le preguntó a su madre, que le dijo la verdad: «Te adoptamos cuando tenías 4 años; hablabas alemán, pero ahora eres francesa».

No volvieron a hablar del tema, pero encontró su expediente de adopción en un cajón de sus padres y lo miraba a hurtadillas. Hasta que a los 18 años, lo quemó. Decidió que era mejor deshacerse de ese pasado. Gisèle no contó a sus hijos que era adoptada hasta que murió su madre en 2004. Fueron ellos, impactados por la noticia, los que la impulsaron a indagar.

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El viaje al pasado. Gisèle (a la derecha) no les contó a sus hijos que era adoptada por temor a que se distanciaran de su abuela. Cuando esta murió, Gisèle empezó a averiguar sobre su pasado. Lo que descubrió fue una sacudida, pero también algo liberador. A la izquierda, Gisèle, primera por la izquierda, en un centro de acogida de los Aliados.

Recordó los datos de su expediente de adopción y acabó descubriendo que había nacido en una maternidad nazi del castillo de Wégimont, un hogar de Lebensborn. Hasta logró identificar a su madre biológica: Marguerite, una húngara que emigró a Alemania y cuando se quedó embarazada, en 1943, se instaló en Bruselas. Murió en 2001. Gisèle también la odió por no buscarla, pero cuando localizó a su hermanastro, este le contó que Marguerite lo maltrataba y que había tenido suerte de no crecer con ella.

Gisèle no ha querido saber nada sobre su padre; se lo imagina como el estereotipo de un oficial de las SS, cuenta en The Atlantic. Pero, sin embargo, todavía tiene una foto de su madre biológica en un estante. Ya no quiere ocultar su pasado, aunque hubo un tiempo en que tuvo miedo, confiesa, de haber transmitido algo malo a sus hijos a través de sus genes.

Tras la guerra, los soldados de Estados Unidos se fueron haciendo cargo de los niños que encontraban en los hogares Lebensborn. Muchos fueron trasladados a un monasterio cerca de Dachau que Naciones Unidas utilizaba como centro de acogida para menores desplazados. Allí, los niños Lebensborn convivían con los niños judíos de los campos de concentración y otros pequeños abandonados o perdidos. La ONU intentó encontrar a los familiares supervivientes de los pequeños. Pero surgía una duda: ¿Eran ‘sobrevivientes’ esos niños que comían fruta y gachas mientras otros bebés morían de hambre?

En 1947, en Núremberg, cuatro líderes de Lebensborn fueron declarados culpables de pertenencia a una organización criminal, pero el tribunal determinó que Lebensborn había sido una ‘institución de bienestar social’. Así que los niños crecidos en sus hogares no fueron considerados víctimas. Después de la guerra, fueron condenados al ostracismo, cuando no al escarnio, por dramáticas que sean sus historias.


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