El lado salvaje de tu mascota
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El lado salvaje de tu mascota
Su vista tiene un umbral de detección siete veces superior al humano. Su oído capta sonidos dos octavas más altos. Sus pelos funcionan como un radar táctil. Y, cuando caza, se mueve como un leopardo, un ocelote o un tigre.
Todos nos hemos cruzado alguna vez con un gato callejero. Pero pocos sabemos que el animal que se nos cruza en un callejón o nos observa inmóvil desde lo alto de un muro no es una mascota como nuestros gatos domésticos, sino un animal salvaje. Cuando alguien abandona a su gato, el barniz de domesticación que le permitía vivir en una casa desaparece rápidamente. Los gatos llevan poco más de 10.000 años conviviendo con los seres humanos.
Todo empezó –según confirmó un estudio de ADN mitocondrial publicado en 2007 por Science– cuando cinco hembras salvajes se acercaron a nuestros graneros en oriente medio en busca de los roedores que se comían los cereales almacenados. Entonces, el ser humano vio la utilidad de tener los gatos cerca y en pocas generaciones una nueva mascota empezó a acompañar a nuestra especie. Hace 9500 años ya eran muy numerosos en Chipre; y 3000 años después ya le habíamos dado tintes divinos en Egipto. Luego, los fenicios los introdujeron por el sur de Europa y los romanos ayudaron a completar su expansión. Pero, a diferencia de los perros, los gatos no se hicieron tan dependientes de los humanos.
La primera camada de un gato abandonado deja de ser doméstica y vuelve a su estado salvaje. Aunque son capaces de sobrevivir en cualquier medio natural, aprovechan las poblaciones humanas para conseguir alimentos y refugio. Nuestros pueblos y ciudades son una fuente inagotable de ratas, ratones, cucarachas y toda una cohorte de animales que viven de nuestras reservas y desperdicios. Y tanto alimento junto y fácil de atrapar atrae a los gatos. Pero eso no los hace domésticos. Los gatitos nacidos de una hembra doméstica abandonada se hacen imposibles de domesticar pasadas sus ocho primeras semanas de vida. El gato salvaje que llevan genéticamente impreso vuelve a tomar las riendas. Estos animales que denominamos 'arrabaleros', 'callejeros', 'ferales' y un montón de adjetivos más sin rango científico son la misma especie que nuestros gatos monteses. Y, como ellos, son territoriales, compiten por las hembras, cazan y evitan a los humanos.
La relación con nuestra especie ha sido muy dispar. Desde las civilizaciones y pueblos que llegaron a considerarlos dioses hasta las sociedades europeas que los miraron con recelo y los han llegado a considerar malignos. En la Edad Media se los empezó a relacionar con las brujas, los demonios y el mal agüero, hasta el punto de culparlos de ser los portadores de la peste. Miles de gatos murieron en campañas de erradicación, con lo que las ratas –portadoras de las pulgas que transmitían la enfermedad– aumentaron extendiendo la plaga hasta matar a casi la mitad de todos los europeos.
Hoy nuestros gatos callejeros siguen arrastrando ciertas supersticiones. Continuamos sin comprender el beneficioso papel como control de plagas que hacen sus colonias. Un estudio realizado en los Estados Unidos concluyó que los gatos callejeros norteamericanos matan al año cerca de 22.000 millones de mamíferos. De ellos, la inmensa mayoría son ratas, ratones y topillos, plagas de nuestras calles, casas y jardines. Eso los hace idóneos para las ciudades, pero terribles invasores cuando los soltamos en lugares vírgenes donde evolutivamente nunca hubo gatos. En Australia, por ejemplo, se soltaron en el siglo XIX para controlar la plaga de ratas y conejos. Los gatos atacaron a los marsupiales, menos preparados que los roedores europeos, y la que se creía una solución se convirtió en parte del problema.
A pesar de poder transmitir enfermedades, con un control de captura, esterilización y suelta, las colonias de gatos callejeros pueden ser beneficiosas para nuestras ciudades. Solo hay que superar años de supersticiones y empezar a observar a estos gatos arrabaleros como lo que son: unos fascinantes felinos salvajes.
El joven fotógrafo lituano Gabriel Khiterer decidió 'homenajear' a los gatos callejeros con bellos e inquietantes retratos. Empezó fotografiando a los que vivían cerca de su casa y pronto se dio cuenta de que «había algo en su mirada diferente, como de sabiduría, eran muy distintos a los gatitos que vemos en Internet». Merecen una segunda mirada.
La capacidad de sobrevivir sin la ayuda de los seres humanos hace que estos gatos domésticos vuelvan a su estado salvaje original en el paso de una sola generación.
Los gatos callejeros evolucionan enseguida hacia colores pardos o grisáceos, que los ayudan a camuflarse en el entorno urbano.
El día a día de un gato callejero es muy duro. El 50 por ciento muere antes de cumplir dos años. Su máximo de vida es de seis.
Las vibrisas, los pelos largos que llamamos 'bigotes', detectan movimientos, cambios en la temperatura, del viento y parece que también terremotos. Son los responsables del 'sexto sentido' de los gatos.
Las heridas, cicatrices y cortes hablan de las duras peleas territoriales y por el favor de las hembras que mantienen los machos. Las graves, como la pérdida de un ojo, merman de forma determinante su supervivencia.
En entornos rurales, los gatos callejeros se aparean con frecuencia con los gatos monteses, dando híbridos muy difíciles de diferenciar.
En nuestro país, cientos de miles de gatos callejeros conviven con nosotros. Teniendo en cuenta que una gata puede tener más de diez gatitos al año, que los gatos sin cuidado y control pueden transmitir enfermedades y que sus marcas territoriales despiden un desagradable olor, son muchos los que entienden necesario el control de sus poblaciones. Para ello se emplea el método de captura,... Leer más