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Chelsea Manning Puso a Estados Unidos contra las cuerdas cuando era soldado «No filtré los archivos del Ejército para poner fin a la guerra. Nunca fui antibélica»

En 2010 se llamaba Bradley Manning y era un soldado de EE.UU. con acceso a secretos militares. Tras filtrar miles de ellos a Wikileaks fue condenado a 35 años. Pasó siete en prisión (uno de ellos en aislamiento total) y, al salir, se sometió a u na cirugía de cambio de sexo. Convertida en Chelsea, contará en un libro su extraordinaria historia... y también en esta íntima entrevista.

Viernes, 13 de Enero 2023, 13:37h

Tiempo de lectura: 11 min

Febrero de 2010. Mientras una ventisca barre las calles, en el café de una librería Barnes & Noble en Rockville (Maryland) un oficial de la inteligencia militar estadounidense recién llegado de Irak abre su ordenador portátil. Durante las horas siguientes, Bradley Manning lidiará con la wifi del establecimiento, pero, finalmente, logrará subir un rosario de archivos militares a WikiLeaks, el portal creado por Julian Assange para destapar informaciones confidenciales.

Media hora antes del cierre de la librería, a las diez de la noche, Manning sacó a la luz casi medio millón de informes sobre enfrentamientos con el enemigo, explosiones, recuento de bajas... En la práctica: hasta el último informe militar sobre las guerras en Irak y Afganistán. Los datos los había extraído clandestinamente en Bagdad en la tarjeta de memoria de su cámara.

Aquel torrente de información trastocó su vida. El Pentágono y el presidente Obama lo tacharon de enemigo de la patria. Detenido en mayo de ese mismo año, pasó 49 días en una 'jaula', según dijo. Luego lo encarcelaron en una base de la Infantería de Marina en Quantico (Virginia). En 2011 fue trasladado a la prisión militar de Fort Leavenworth, en Kansas, su hogar durante los siguientes seis años. Sometid0 a consejo de guerra en 2012, fue declarad0 culpable de espionaje y robo (fue exonerado de connivencia con el enemigo) y condenad0 a 35 años. En 2016 trató de suicidarse dos veces, la segunda estando en confinamiento solitario; a su juicio, un castigo por haber sobrevivido al primero de los intentos de suicidio.

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Criada por dos alcohólicos. Con su madre, Susan (izquierda) y una tía. Fue su hermana Casey, 11 años mayor, quien durante el juicio declaró que sus padres eran alcohólicos uy que ella misma lo tuvo que cuidar.

Bradley Manning es hoy Chelsea Manning (los trans denominan 'el nombre muerto' al anterior a su transición). Ya como Chelsea, fue puesta en libertad en 2017, después de que Obama, en reconocimiento de que el castigo era excesivo, se valiera de la clemencia presidencial para conmutar la pena. Pero, en el transcurso de esos siete años de prisión, ¿en algún momento se arrepintió de haber entrado en aquella librería?

«Nunca lo he visto así –responde Manning, que hoy tiene 34 años–. Siempre tuve claro que no iba a salir adelante en la vida. Yo he vivido en la calle, he trabajado en dos sitios a la vez para llegar a fin de mes, siempre con la sensación de no estar yendo a ninguna parte. Por eso me alisté. Siempre he tenido esa sensación de insignificancia, de que nada de lo que hago va a salir bien, de que solo van a pasarme desgracias».

Le digo que me apena oírlo. «Creo que habría sido más feliz en la vida si unas cuantas cosas hubieran sido distintas», afirma. Entiendo que está refiriéndose a sus padres. Su padre, exmiembro de la Armada, es un hombre violento. Su madre, nacida en Gales, era alcohólica. Manning creció con ellos en Oklahoma, estado donde imperaba una atmósfera de desolación. Chelsea Manning considera que su historia, en realidad, no es más que «una versión extrema de lo que muchas personas de mi generación han vivido». Un desventurado trasfondo personal que contrasta con su imagen actual, la de la joven menuda y elegante con quien converso en Londres, ciudad en la que Manning se encuentra para promocionar su nuevo libro, titulado README.txt: a memoir.

Informes, disforia y cintas de vídeo

Manning empezó a seguir la terapia de transición hormonal en la cárcel, y en 2018 se sometió a una cirugía de reasignación de género. Le comento que he oído historias tremendas sobre las intervenciones genitales. «En mi caso no tuvo nada de espeluznante. Todo salió bien, sin problemas. No suelo hablar del asunto, pero sí, todo salió bien», asegura.

Los médicos militares le diagnosticaron un síndrome leve de Asperger. ¿Se considera una persona neuroatípica?

«No creo ser tan neuroatípica como me han descrito. Me diagnosticaron Asperger de forma puntual. Desde entonces, me han hecho nuevas pruebas y ya no me encuentro en ese espectro. Cuando estaba en confinamiento solitario, me hicieron un reconocimiento psicológico y se negaron a reconocer que eso influía en mi caso».

¿A qué se refiere?

«A que me habían tenido encarcelada en confinamiento solitario ocho meses. Nadie parecía tomar eso en consideración –y añade–: a estas alturas me han diagnosticado dos enfermedades a las que he logrado hacer frente, trastorno de estrés postraumático y, claro está, disforia de género, que después del consejo de guerra, por fin, pude afrontar. De manera que mi vida ahora es mucho mejor».

«Fue más fácil convencer al ejército de que me trataran la disforia de género que el estrés postraumático. No quieren admitir que su propio adiestramiento ya genera un trauma»

Y para ello fue necesario convencer al Ejército de que existía la disforia de género.

«Sí, pero, por asombroso que resulte, fue más fácil que me trataran la disforia que conseguir que reconociesen que sufría estrés postraumático. ¿Cómo se explica eso? Sospecho que los militares son reacios a admitir que su adiestramiento constituye un factor de riesgo de estrés postraumático, ya que someten a las personas a unos niveles de estrés que son traumáticos de por sí».

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Huída hacia adelante. Con 19 años recién alistado en el ejército.

En realidad, lo raro habría sido que no se volviera un poco loca después de ver tantas cosas horripilantes en su trabajo. Su tarea consistía en analizar información confidencial, no solo datos numéricos, también imágenes de vídeo, informes y declaraciones tomadas a enemigos hechos prisioneros.

¿Cuándo se dio cuenta de que su labor la estaba llevando a enloquecer?

«La sensación de estar enloqueciendo era diaria. Porque todo era un caos. Un caos abrumador».

Con la llegada de un nuevo año nuevo, Manning decidió hacer algo al respecto. Difundió todos los archivos sobre las guerras en Irak y Afganistán que se había bajado al ordenador. Manning agregaba que los archivos «han sido despojados de toda información que permita identificar fuentes o procedencias».

Hoy por hoy sigue considerando que aquella filtración no costó una sola vida estadounidense. Durante el consejo de guerra, la Fiscalía fue incapaz de demostrar lo contrario... y no por falta de ganas. Otra cosa fue el perjuicio causado al buen nombre de los Estados Unidos.

¿Qué la empujó a subir esta información secreta a WikiLeaks? ¿La rabia? ¿El afán de desquite?

«Mire, lo más raro de todo es que entonces lo veía como la extensión lógica de mi trabajo. Cuando estás en el Ejército es frecuente ir más allá de lo que te exigen, de las órdenes concretas. De forma algo retorcida, yo lo veía así. Lo justificaba ante mí misma diciéndome que ayudaría a resolver una situación de bloqueo. Por entonces, sencillamente, no sabíamos para qué estábamos allí. ¿Qué estábamos consiguiendo? Traer la democracia a Irak no, desde luego. Facilitar el establecimiento de una dictadura teocrática aberrante, eso sí».

¿Y los medios de comunicación no estaban reflejando esa situación del modo adecuado?

«A esas alturas casi ni se molestaban en informar sobre el asunto. La novedad de la guerra había quedado atrás, la cosa ya no tenía tanta gracia como antes. Me resultaba frustrante. ¿Fue una de las razones por las que hice lo que hice? Quizá, no le digo que no. Creo que mi motivación principal fue el abismo que había entre lo que yo veía todos los días y lo que la gente me decía cada vez que regresaba a mi país».

«Yo sólo aspiraba a que mi padre me quisiera. Pero él era implacable. En el colegio alertaron a las autoridades cuando vieron los moretones que me dejaban sus palizas constantes»

¿La filtración logró darle un vuelco a esa narrativa?

«No sé. Me han dicho que sí. Me parece que sí, que sirvió para cambiar las cosas». La retirada estadounidense de Irak llegó a su final el último mes de 2011. La intervención en Afganistán iba a seguir arrastrándose un decenio más. Suponiendo que la filtración a WikiLeaks lograra acelerar sendas retiradas, aunque solo fuera un mes, ¿valió la pena hacerla?

«A ver, mi propósito no era poner fin a la guerra. Yo nunca me he considerado una activista antibélica. Es lo que la opinión pública piensa de mí, sin duda, pero lo que yo pensaba era que el relato en los Estados Unidos no tenía en cuenta el contexto, no trataba de matizar, de contextualizar, no tenía en cuenta los detalles. ¿Qué estaba pasando en realidad?».

Aislada para someter su voluntad

¿En el momento de hacer la filtración daba por sentado que terminarían por descubrirla y castigarla?

«Bueno, sí y no. Yo tenía claro que acabarían por descubrirme; que, como mínimo, vendrían a mi despacho para hacerme unas preguntas. Pero otra cosa es lo que sucedió. Hasta entonces, nadie había sido encarcelado por algo así. El mío fue el primer caso y no había precedentes de que una persona estuviera un año entero en confinamiento solitario».

El aislamiento fue brutal. Aunque en prisión sufrió muchas penalidades –privación del sueño, insultos, peleas...–, lo que más temía era el confinamiento solitario. Su consuelo era el aluvión de cartas de simpatizantes. Durante el encierro recibió 270.000.

No está segura de por qué el Ejército se ensañó de esa forma, pero sospecha que la filtración de secretos vía Internet era un fenómeno nuevo y el Gobierno se propuso sofocarlo desde el primer minuto con un castigo ejemplar. Y si lo que se proponían era someter su voluntad acabaron por conseguirlo.

«Sí, claro. Me rompieron por dentro y terminé por ceder. Mi mente ni por asomo era libre. Lo único que me planteaba era cómo salir viva de allí». Sin embargo, durante su paso por Fort Leavenworth, Manning recuperó la capacidad para entablar relaciones sociales. La preparación para el consejo de guerra en compañía de sus abogados supuso otra vía de regreso a la normalidad.

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De soldado a mujer. El 30 de julio de 2013, Bradley Manning fue condenado a 35 años y expulsado del Ejército.

Durante las conversaciones con los letrados salió a relucir la cuestión de la disforia de género. En 2013 anunció que era transgénero y, después de varias solicitudes oficiales, en 2015 se convirtió en la primera persona recluida en una cárcel militar estadounidense tratada con terapia de hormonas para feminización.

«Muchas veces me preguntan cómo es eso de ser una persona trans. ¿Qué se siente al ser una trans con aspecto de mujer a los treinta y tantos años después de haber pasado por la cárcel? Siempre respondo lo mismo: te sientes como una mujer blanca de clase media-alta a la que todos tratan con respeto. A ver si me explico. Sigo tomando hormonas con regularidad, pero eso no me afecta en la vida cotidiana y, cuando voy andando por la calle o entro en una tienda, cada vez tengo más claro que soy Chelsea Manning».

Fue liberada en 2019. Dos años después, mientras se recuperaba de la cirugía para reasignación de género, fue declarada culpable de desacato por negarse a prestar declaración ante un gran jurado en relación con las filtraciones de 2010. Como resultado pasó otro año presa, aunque esta vez en una prisión civil para mujeres. Eso sí, en la práctica volvieron a someterla al confinamiento en solitario. «He pasado tanto tiempo entre rejas que la cárcel es casi mi hogar. Uno de los problemas que tengo es que sigo viéndolo todo a través de mi experiencia carcelaria».

Miedo al futuro de Estados Unidos

¿La cárcel es un microcosmos donde impera el tipo de masculinidad tóxica que Chelsea experimentó con su padre por primera vez?

«Sí, desde luego. Mi padre siempre fue muy duro conmigo, implacable. Yo solo aspiraba a que me quisiera y me respetara. Aspiraba a conseguir su amor incondicional, pero su afecto siempre estaba muy condicionado, dependía de lo que yo hiciera o dejara de hacer. Me pasé años esforzándome en obtener su amor y era una batalla perdida. Él me trataba muy mal. Yo no me daba cuenta porque era lo único que conocía en la vida. Las autoridades del Estado acabaron por tomar cartas en el asunto porque en el colegio se dieron cuenta de los moretones que me dejaban sus palizas constantes».

Chelsea ya no tiene la menor relación con él. ¿Su padre llegó a escribirle cuando estaba en prisión?

«No. Bueno, una vez sí que contactó conmigo, para pedirme dinero. Respondí que no tenía un centavo. Estaba encarcelada e iba a pasarme años endeudada con los abogados».

Su madre falleció hace dos años como consecuencia de su alcoholismo.

«No fue ninguna sorpresa. Ya había sufrido dos embolias graves. Y por eso murió..., a los 61 años si recuerdo bien».

Manning vive con la permanente sensación de que lo peor siempre está al caer. Y, últimamente, tiene mucho miedo de lo que puede pasar en los Estados Unidos. Tiene previsto escribir otro libro. «Porque, el día que salga publicado –explica–, Estados Unidos seguramente estará pasando por una época mucho más violenta e inestable que la actual».

«¿Qué se siente al ser una mujer trans? pues te sientes una mujer blanca de clase media alta a la que todos tratan con respeto. Sigo tomando hormonas, pero no me afecta en la vida cotidiana»

Su pronóstico es que el país vivirá una era comparable a «los años del plomo» de Italia, durante los setenta y ochenta, cuando los atentados terroristas se hicieron habituales. «Habrá lugares como Oregón o la región de los Apalaches que se volverán increíblemente peligrosos. Y me temo que en Texas pueden darse enfrentamientos civiles marcados por la violencia». Sus vaticinios resultan inquietantes; estamos hablando de una antigua oficial de inteligencia cuya lectura de los datos en Irak seguramente fue la correcta.

Hoy vive en una zona de Brooklyn donde residen músicos, escritores y artistas. Se gana la vida con una pequeña empresa de consultoría de seguridad que evalúa riesgos para clientes particulares y proporciona medidas de seguridad, física y digital.

No tiene pareja estable y no parece preocupada por ello. «Tengo treinta y tantos años. Me siento joven. Tengo la sensación de que esto de emparejarse es para personas mayores, cada vez más. Por otra parte, soy una figura conocida. No tengo ganas de que la prensa se pase el día examinando con lupa mi vida privada, que ya resulta complicada y tempestuosa de por sí».

¿Hoy se siente querida?

«Sí que me siento querida, en Nueva York sobre todo. Tengo la sensación de que, por fin, he encontrado mi casa».

¿Y esa terrible sensación de que nada en su vida puede salir bien?

«Hoy se ha atenuado –responde–. Porque tengo mucho más en cuenta lo sucedido estos últimos cuatro o cinco años. Cuando me preguntan por qué mi libro termina en 2017, cuando me conmutaron la pena, tengo clara la respuesta: porque mi vida empieza de verdad en ese momento»

El Departamento de justicia de EE.UU. lo consideró «una de las mayores filtraciones de información clasificada en la historia de EE.UU.». Manning filtró a Wikileaks, el portal de Julian Assange (en la imagen), mas de 700.000 documentos secretos. Había vídeos  de soldados americanos matando a civiles en Irán y Afganistan, registros secretos de acciones bélicas, información sobre Guantánamo y operaciones clandestinas de la CIA, claves confidenciales del departamento de Estado...


© The Times Magazine


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