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Joseph Henrich Sabio 31 | Experto en biología evolutiva humana «Cuanto más rápido caminas, más individualista eres»

Con motivo de nuestro 35 aniversario y en colaboración con la Fundación BBVA, hablamos esta semana con este profesor de Harvard que aborda la historia con un enfoque radicalmente original, como Jared Diamond o Yuval Harari. Joseph Henrich ha llegado a la conclusión de que los occidentales somos raros, pero eso precisamente nos ha dado ventaja...

Viernes, 25 de Noviembre 2022

Tiempo de lectura: 5 min

Los occidentales somos individualistas, fiables y neuróticos... Pero, sobre todo, somos raros. Esa es la tesis del antropólogo Joseph Henrich (Pensilvania, 1968), que preside el Departamento de Biología Evolutiva Humana de Harvard y que ha identificado las claves psicológicas y culturales que propiciaron que una minoría de individuos acabase dominando la tecnología y la economía planetarias y que piense, además, que todos son (o deberían ser) como ellos. Licenciado en Antropología e Ingeniería Aeroespacial, trabajó como ingeniero de sistemas antes de dedicarse a investigar las relaciones entre el cerebro y la cultura. Acaba de publicar Las personas más raras del mundo (Capitán Swing).


XLSemanal. Su primer viaje como antropólogo fue a una tribu perdida del Amazonas...

Joseph Henrich. Sí, era un lugar bastante remoto; dos días en canoa para llegar. Me preguntaron por qué yo podía ir desde tan lejos a estudiarlos, pero ellos no tenían medios para viajar y conocer a mi gente. Y entonces supe que valía la pena investigar por qué unas sociedades son más prósperas que otras.

XL. Sus estudios se pueden resumir con el acrónimo WEIRD, que en español quiere decir 'raro'. ¿Qué signifi ca cada una de esas iniciales?

J.H. Persona occidental, educada, industrializada, rica y democrática.

XL. Pero así es, o le gustaría ser, a la gente de muchos países. ¿Qué tiene de raro?

J.H. Que no es lo habitual. Pero la inmensa mayoría de las investigaciones realizadas en psicología y economía se centran en este grupo, que solo representa al 12 por ciento de la humanidad. Sin embargo, las conclusiones se extrapolan a todo el mundo, cuando la civilización occidental es más extravagante que cualquier tribu del Amazonas. Y esa rareza ha propiciado que triunfe.

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POR QUÉ PASARÁ A LA HISTORIA
Por identificar cuál es el secreto del éxito de la sociedad occidental. Un cambio introducido por la Iglesia hace unos 1500 años: la prohibición del incesto y la poligamia. Los jóvenes tuvieron que marcharse de la aldea para formar una familia. Un éxodo que favoreció el comercio y el intercambio cultural.

XL. ¿Cuál es su rareza favorita?

J.H. Cuanto más rápido caminas, más individualista eres.

XL. ¿Ah, sí?

J.H. La mayoría vivimos en ciudades. Y el tamaño de la ciudad infl uye en lo rápido que camina la gente: los neoyorquinos van lanzados, a 12 minutos por kilómetro; en Indonesia emplean casi 20. Si vives en un mundo basado en perseguir metas, te falta tiempo para todo. Se ha hecho un estudio sobre la precisión de los relojes en estaciones de tren de distintas partes del mundo. En Alemania o Suiza marcan la hora exacta, pero lo más frecuente es que en el resto haya diferencias de bastantes minutos.

XL. ¿Pero qué tiene que ver la puntualidad con el individualismo?

J.H. En nuestra sociedad necesitas cultivar rasgos que te hagan atractivo: para un socio comercial, para una pareja... Tienes que ser cumplidor. Es tu valía como individuo, tu reputación, lo que cuenta, porque tratas con extraños. Si vives en una sociedad tradicional, no tienes que preocuparte de esas cosas.

XL. ¿Y de qué te preocupas?

J.H. De mantener las relaciones de parentesco, las amistades de la infancia... La mejor manera de entenderlo es pedirle a una persona que se defi na a sí misma. Un occidental te dirá: soy dentista, me gusta cocinar... En otras partes del mundo te dirán: soy hijo de fulanito, este es mi clan. Esa diferencia tiene consecuencias insospechadas.

XL. ¿Por ejemplo?

J.H. El concepto de amistad. Se ve muy bien en los experimentos sobre el dilema del pasajero...

«La singularidad de Occidente arranca cuando la Iglesia prohíbe la poligamia y considera incestuosos los matrimonios entre primos»

XL. Cuente, cuente...

J.H. Imagine que va en un coche con un amigo que conduce a toda velocidad y atropella a un peatón. Su amigo va a juicio y su abogado defensor le pide que testifique que su amigo conducía con prudencia, y así evitar la cárcel. En Canadá, todo el mundo se negará y dirá la verdad. En otros países sucede lo contrario: anteponen la amistad por encima de la justicia. La manera de juzgar las acciones también es diferente...

XL. ¿En qué sentido?

J.H. Los occidentales le damos mucha importancia a las intenciones. Imagine que su amigo atropelló al peatón porque dio un volantazo para esquivar a un ciervo. Fue involuntario. Pero en otras sociedades cuenta más el resultado, la muerte, aunque no fuera intencionada.

XL. Los castigos tampoco serán los mismos...

J.H. En efecto. Las sociedades tradicionales están reguladas por la vergüenza. A los que se saltan las normas se los humilla en público. La sociedad occidental está basada en la culpa. Una culpa que, además, se interioriza. Te sientes culpable si comes comida basura o no vas al gimnasio.

XL. ¿Occidente siempre fue peculiar?

J.H. No. Empieza a serlo a partir de los siglos IV y V, cuando la Iglesia prohíbe la poligamia y considera incestuosos los matrimonios entre primos.

XL. ¿La monogamia es rara?

J.H. Lo era. Se ha extendido, pero Japón no la adoptó hasta 1880; China, hasta 1950... La poligamia tiene una desventaja. Y es que muchos varones se quedan sin pareja, porque hay un acaparamiento de mujeres fértiles por parte de hombres con más éxito. Además, instituciones como el matrimonio afectan a la biología. La testosterona, por ejemplo, te impulsa a buscar pareja, pero en niveles altos también te vuelven violento. En los hombres casados y con hijos baja la testosterona... y la criminalidad.

XL. ¿Considerar la poligamia un tabú fue transformando a las sociedades europeas?

J.H. Eso es. Al cambiar la estructura de las familias, muchos jóvenes se tienen que marchar de la aldea si quieren casarse. Poco a poco se van disolviendo los lazos de parentesco. Y con las ciudades se establecen instituciones para favorecer a la nueva familia nuclear. Que, a su vez, terminarán favoreciendo el progreso de Occidente.

XL. Se me ocurren unas cuantas instituciones de Occidente que merece la pena conservar: la democracia, el método científi co, la ley... ¿Están en peligro?

J.H. Claramente. Si nos fi jamos en la historia, las instituciones dependen de la psicología y las creencias. Si mucha gente pierde su fe en ellas, se deterioran. Y hay problemas, como el cambio climático, que obligan a los gobiernos a tomar decisiones que no gustan a muchos. Por eso, creo, estas instituciones necesitan una renovación.

XL. ¿Cómo?

J.H. Recombinando ideas. Visité al dalái lama y me dijo algo que me impactó: aunque seamos ocho mil millones de humanos, somos uno. La idea de la ciudadanía global me parece fantástica. Hay que construir comunidades locales fuertes, pero no hasta el punto de que los lazos familiares favorezcan la corrupción y el nepotismo. Y al mismo tiempo hay que fomentar la cooperación con los desconocidos. La Constitución americana es un buen ejemplo. Benjamin Franklin introdujo algunas ideas de las tribus iroquesas, como el sistema federal, y también avances europeos, como los derechos humanos.


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