Recordando las entrañables 'calcomanías'

El asunto funcionaba de manera sencilla. Se vendían en láminas con diversos dibujos. Las había de todo tipo y para ambos sexos. Recortada una, el agua permitía que se deslizara y que acabara colocada en cualquier pare del cuerpo. Lo más común era una mano o un brazo. Había quien también optaba por las piernas, pero de ahí no pasaba la cosa.

Cuando el niño o la niña se hartaban de ver una calcomanía en su piel, acudían al encuentro con el grifo del lavabo. Entonces, asunto resuelto. En un plis-plas desaparecía y pasaba a ser sustituida por otra. Conste en acta, pues, que la moda de los tatuajes tampoco es nueva: viene de lejos. Y es que como suelo afirmar –y demostrar- con frecuencia en esta colección de artículos evocadores, conceptualmente no hay nada nuevo bajo el sol.

Las 'calcomanías' formaban parte de una relación de entretenimientos baratos en la que también constan para el recuerdo entrañable los 'recortables', las canicas, la goma, las chapas, las gominolas, 'La Casera', las pipas 'Facundo', los chicles 'Bazoka' o el cántabro 'May', los 'Sugus', la peonza, el scobby doo, los tebeos, los sobres-sorpresa, los álbumes de cromos, etcétera.

La cartera de papá y mamá, generalmente llena de telarañas, no solía dar para más. Pero no importaba: con aquellos ingenios, muchos lo pasamos de maravilla. ¡Qué tiempos, qué infancia tan feliz!