Teresa Vélez Barquilla (educadora social, técnica en violencia de género, máster en problemas sociales y doctoranda en lo mismo) trabaja en una ONG de Santander en el área de trata de mujeres y también ha impartido talleres sobre violencia machista en institutos. Tiene 27 años ... y muy claro que el sistema de dominación desde el que se genera estas violencias es «complicado y muy complejo» de enfrentar «a menos que se haga desde todos los ámbitos, porque los estereotipos los llevamos muy adentro, no es algo fácil de desmontar». Adolescentes y jóvenes, además, no son conscientes de que se apuntan a formas de estar en el mundo (muy delgadas o muy sexualizadas, por ejemplo) que son fruto de la presión social «y no de una libre elección», como ellas creen.
-Con todos los esfuerzos que se están haciendo en los últimos años contra las violencias machistas, ¿cómo puede ser que las estadísticas digan que las chicas más jóvenes no saben reconocerlas?
-Lo primero es recordar qué es la violencia de género, que es la que se gesta en un sistema de dominación, a su vez basado en los estereotipos de género. Esto parece muy sabido, pero no lo es tanto, porque nos educamos en ellos, crecemos con la división de roles que condicionan nuestras vidas, tanto las de ellas como las de ellos. Por ejemplo, el mito del amor romántico (la chica adopta el papel de estar disponible, de ser dócil, el chico adquiere el de ser fuerte y ganador) es muy perjudicial, porque favorece la tolerancia hacia los comportamientos agresivos. Es verdad que ha habido muchos avances y ahora se sabe infinitamente más. Ahora sabemos que hay violencia física, sexual, psicológica y verbal. Todos detectamos con facilidad la física y la sexual como graves, y se condenan. Sin embargo, cuesta más identificar otras que comienzan de forma más sutil. Entonces, ¿hemos avanzado? La respuesta es sí. Pero la violencia no se crea sobre la nada. A ellas desde que nacen las enseñamos a colocar el amor en el centro de sus vidas y eso las hace muy tolerantes a las agresiones. A ellos les decimos que tienen que ser fuertes y protectores y acaban convirtiéndose en controladores.
-También advierten los números de que está siendo muy peligroso lo que ocurre en redes sociales. E igualmente avisan de que aumenta el negacionismo (de la violencia machista) entre los jóvenes. Los expertos avisan, además, de que falta formación en numerosos ámbitos profesionales. ¿Qué le parece más sangrante?
-Las redes sociales traen cosas buenas y, al tiempo, mucha desinformación. Hay voces ahí que no aportan nada y solo sirven para confundir. A las chicas les llegan mensajes muy contradictorios y lo que es terrible es que no se dan cuenta de que no eligen con libertad. Por ejemplo, en cuestiones de belleza y autocuidado: recibimos continuamente estos mensajes como algo que nosotras deseamos y que nos hace muy felices... Pero al hablar de violencia, quizá lo más sangrante sea ahora mismo que se está normalizando la violencia sexual. Esto se debe a que el porno está modelando la conducta adolescente desde muy pronto y eso lleva a que los chicos pidan prácticas dañinas a sus parejas sexuales (que no tienen por qué ser parejas sentimentales) y ellas entran en una competición a ver hasta dónde está una dispuesta a aguantar por 'ser follable'. Cada vez más, a las chicas en redes se las ve como objetos sexuales. Y es que las redes las incitan a ello. Lo peor es que ellas creen que lo hacen libremente porque quieren ser visibles y, si no se sexualizan, no las verá nadie. Este fenómeno lo está impregnando todo: en campañas que sexualizan la infancia de todas las maneras posibles (hasta con bikinis), en la adolescencia con sujetadores con relleno... Lo tienen tan interiorizado que acaba haciéndose extensivo a su vida social. El problema es que no se analiza el origen, no cuestionamos por qué está sucediendo.
-¿A qué se debe que ellas no sean conscientes del problema de la violencia?
-Si a una adulta le cuesta verse como tal, cómo no le va a costar a una adolescente o a una joven... Hay que pensar que, hasta hace poco, solo identificábamos el maltrato con la violencia física que acaba con un ojo morado, que es lo más fácil de ver. Con las chicas, llamaría la atención sobre esto: el control que llega a través de las redes sociales es algo absolutamente novedoso. Hasta ahora pensábamos que la violencia solo ocurría como algo presencial, pero es que ahora se ejerce a través del teléfono móvil, lo que quiere decir que una chica puede estar siendo agredida (insultada, menospreciada, controlada) mientras está tranquilamente en el sofá de casa. Y hay que decir que los roles y los estereotipos dañan en todos los sentidos. A ellas porque en su imaginario llevan el tópico del chico malote pero de buen corazón que te hace sentir especial, que es lo que les venden en el cine y en las series. Pero es que ellos tampoco se libran. Ellos no se autoperciben como agresores cuando se ponen en su rol de 'hombres fuertes' y dominadores. Lo tremendo es que nadie les desmonta esto ni les da otros modelos para relacionarse. Les decimos todo lo que no está bien y puede acabar en violencia, pero ni a ellos les damos otros recursos para vivir una masculinidad más sana ni a ellas otros modelos. Tampoco se hacen campañas específicas para adolescentes y deberían ser constantes.
-¿Daría alguna recomendación concreta a los padres y madres para que sepan detectar sobre posibles situaciones de violencia que sufran sus hijas?
-Es que no hay un truco mágico. Lo más básico es estar siempre en comunicación con los hijos, hablar con ellos, saber qué sienten, qué les está pasando, aprovechar cuando te cuentan algo para ayudarles a analizar la realidad. Es fundamental saber con quién se relacionan, a qué contenidos acceden en las redes, qué tipo de vídeos les llegan... También hay que ponerles límites y enseñarles dónde deben estar los límites al relacionarse con otras personas. Es cierto que ahora en las familias vive todo el mundo de forma un poco atropellada, pero la etapa adolescente no espera, hay que atenderles y es muy importante estar presentes. No hay que esperar a los 16 años a que llegue el problema, hay que involucrarse mucho antes. Enseñarles a gestionar la frustración desde los 2-3 años.
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