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Antes de decidirse a desembarcar en la política, Justo de las Cuevas (Bárcena de Pie de Concha, septiembre de 1931), ya había visto mundo: su actividad empresarial, vinculada a la ganadería, le había hecho recorrer Europa, e incluso había llegado hasta Japón. Claro que, además ... de ampliar conocimientos que luego aplicaría a sus negocios, sus viajes le permitieron ver cómo se vivía en esos otros países, así que no es de extrañar que mucho antes de dar aquel paso ya hubiese prendido en él la ambición de cambiar las cosas en España y en su tierra.
Justo de las Cuevas falleció hoy, a los 90 años, y con él se dice adiós no solo a un hombre clave para la Transición en Cantabria, parlamentario en la asamblea constituyente y en la primera legislatura hasta 1982, sino a quien se puede considerar, sin exageración, el verdadero padre de la autonomía.
«Empresario, ganadero y político», dice de él la Gran Enciclopedia de Cantabria, lo cual tiene su sentido, no solo cronológico, porque cada una de estas ocupaciones le llevó a dar el siguiente paso: empezó a abrirse camino en el mundo de los negocios sin haber cumplido los treinta, tras finalizar sus estudios administrativos y empresariales; posteriormente, y junto a sus hermanos, puso en marcha De las Cuevas Hermanos, dedicada a la explotación de granjas industriales de aves y cerdos, y a la fabricación de piensos, que con el tiempo se convertiría en el grupo de empresas Cuher, con cientos de empleados en nómina.
El profundo conocimiento del sector que le proporcionó la actividad le llevó a participar en la fundación del primer sindicato ganadero independiente, Aigas, y le aupó hasta la presidencia de la Cámara Agraria Provincial de Santander, desde donde defendió la adecuación de la normativa legal agraria española a la de la Comunidad Económica Europea. Llegar a la política a partir de ahí supuso un salto mínimo, y con él la UCD pudo contar con un experto en el sector primario que guio la aprobación de la mayor parte de las leyes agrarias de la democracia.
«Yo tenía la idea de renovación de UCD», explicaba De las Cuevas cuando hablaba de su decisión de presentarse a las elecciones generales de junio de 1977, al frente de una candidatura «que no estaba hecha, sin dinero y sin un objetivo más allá de la renovación y la concordia que defendía Adolfo Suárez».
El partido obtuvo un triunfo holgado en la provincia, como en España, y llevó a Justo de las Cuevas hasta las Cortes: al entrar y ver a Santiago Carrillo, Rafael Alberti y Dolores Ibarruri en la bancada comunista, tuvo la certeza de que estaba asistiendo a un momento histórico.
No fue el único que le tocó vivir: en ese mismo escenario escucharía los gritos de «¡Quieto todo el mundo! ¡Al suelo todo el mundo!», proferidos por el teniente coronel Tejero desde la tribuna del hemiciclo el 23 de febrero de 1981, un trago que cada diputado pasó como mejor pudo. Él, igual que los demás, se iba enterando a escuchos de lo que estaba sucediendo fuera, gracias a un pequeño aparato de radio que alguien consiguió ocultar. Cuando, de madrugada, tuvo necesidad de ir al baño, lo hizo vigilado de cerca por uno de los militares. «Yo le dije al que me acompañó: ¡pero, hombre, qué han hecho ustedes! Me comentó que estaban hartos, que les estaban matando en el País Vasco. Le dije que el golpe había fracasado y le dejé una tarjeta por si tenía alguna dificultad. Se había portado bien conmigo. Nunca más supe de él».
Siempre albergó un hondo sentimiento regionalista: eso explica que tuviera uno de los primeros carnés de ADIC, la Asociación para la Defensa de los Intereses de Cantabria, ahora tan estrechamente vinculada al PRC, pero que en sus inicios aglutinaba a quienes compartían esa pulsión autonomista. Aunque fuese Ambrosio Calzada, alcalde de Cabezón de la Sal, quien pusiera en marcha el mecanismo legal para hacer de Cantabria una región, fue Justo de las Cuevas la persona que lo hizo posible: una vez que la Corporación cabezonense dio un paso al frente comenzó la cuenta atrás. Eran seis meses de plazo para convencer al menos a las dos terceras partes de los ayuntamientos –su población debía superar la mitad del censo electoral de la provincia–, para que se sumaran al proyecto. De no ser así, habría que esperar cinco años para volver a proponerlo.
El papel de De las Cuevas, como líder del partido mayoritario, resultó decisivo para recabar esos apoyos, pese a los recelos de algunos compañeros de siglas en los municipios y de la propia UCD, no muy favorable a una excesiva fragmentación autonómica. Sin él, en el mejor de los casos, la Comunidad de Cantabria habría tenido que esperar.
Es llamativo que el hundimiento de UCD se produjese apenas logrados sus objetivos. En Cantabria, las desavenencias en el partido tuvieron como consecuencia la elección de José Antonio Rodríguez como presidente de la Diputación, en lugar de Leandro Valle, y la del socialista Isaac Aja Muela en la Presidencia de la Asamblea, un cargo reservado para Justo de las Cuevas, quien ya había estado al frente de la Asamblea Mixta. En España, cumplida la misión de democratizar el país, el PSOE barrería a la Unión de Centro Democrático tan solo unos meses más tarde.
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De las Cuevas también dio prueba de su acertada visión al formar parte del grupo de empresarios y profesionales cántabros de la órbita de UCD que decidieron reflotar El Diario Montañés. Con Mariano Linares, Alberto Cuartas, Roque Manresa y el ya mencionado Leandro Valle, entre otros, se hicieron cargo de un periódico en quiebra técnica, asumiendo sus deudas e invirtiendo para sacarlo adelante. Aunque De las Cuevas se desenganchó de la sociedad pasados unos años, su participación fue clave para superar aquel trance.
Su quehacer profesional no estuvo exento de obstáculos, y llegó a verse salpicado por el escándalo de la Caja Rural por una posible concesión de créditos irregulares, una acusación de la que resultó absuelto, y que no empañó una brillante trayectoria profesional. Retirado de la política desde 1982, volvió a centrarse en sus actividades empresariales hasta su jubilación.
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