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Esteban Sanz Vélez
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Esteban Sanz Vélez
Esteban Sanz Vélez (Maracaibo, Venezuela 1960), compositor, director, pedagogo, es una referencia en la música de Cantabria. Con una amplia trayectoria ligada, sobre todo, a ... la música coral, su dirección artística del Palacio de Festivales, tras ser nombrado en diciembre de 2023, se vio truncada repentinamente para asombro e indignación del sector cultural. La Consejería le comunicó a final de año que no continuaría en el cargo. Ahora reflexiona sobre lo sucedido en el contexto social y cultural.
–Tras conocer la decisión de la Consejería, ¿cuáles son sus sensaciones?
–Quizás lo que prevalece es un poso de tristeza. ¿Por qué tienen que pasar estas cosas? Uno ha trabajado al doscientos por cien; todas las opiniones que iban llegando sobre la programación eran muy positivas e ilusionantes; la temporada no ha cubierto todavía su primera mitad y no se le ha dado tiempo razonable; esta programación, con lo que tenga de mejorable, no puede más que generar cosas positivas para Cantabria… Y también frustración porque en mi cabeza la programación de verdad potente iba a ser la 2025-26.
–¿Qué argumentos utilizó Cultura?
–Ninguno en realidad. Algo del famoso agujero (en referencia a que la Sociedad Regional estaba en «quiebra técnica») y dos o tres frases más o menos inconexas que no explicaban gran cosa.
–¿Tuvo presiones o imposiciones mientras ejerció la dirección?
–Debo decir que no en lo que atañe a mi programación. He trabajado con libertad… más allá de alguna 'sugerencia' a la que no he hecho gran caso. En fin, que nadie ha venido a insistir para imponer nada por narices. Otra cosa es que haya demasiada gente desde hace demasiado tiempo que se cree con derecho a 'programar' actividades de andar por casa, lo que me parece un uso pernicioso del Palacio para intereses exclusivos de partido o incluso personales.
–¿Cree que su 'despido' esconde factores personales, políticos o planes que se le han ocultado?
–La verdad es que no tengo ni idea. Pero factores personales los descartaría totalmente.
–Quien se dirigió a usted para que aceptara la dirección, ¿ha dado la cara ahora para justificar esta inesperada decisión?
–No ha tenido participación ninguna en esta decisión.
–Como ya sucediera recientemente, ¿la falta de respeto y el ataque a la profesionalidad son evidentes?
–A ver, están por un lado las formas y por otro el fondo. En lo primero, me parece que a alguien que, como digo, ha trabajado sin descanso durante el último año y ha presentado una programación que, en términos generales, ha sido muy bien recibida y valorada por muchas voces muy diversas, no está justificado echarle de manera brutal. Piense que yo a la cita con el consejero, solicitada por mí, acudía para una reunión de trabajo; por cierto, la primera con él pasados tres o cuatro meses desde su nombramiento. En cuanto al fondo, la falta de valoración de la profesionalidad es evidente, por no hablar de falta de profesionalidad en la propia decisión. Y si a un profesional solvente le dices que un trabajo de dirección artística, que en principio ha de cubrir tres o cuatro años, se lo vas a cortar al primero, además de mala manera y sin razones muy defendibles, quizás ese profesional prefiera no aceptarlo.
–Cuando recaló en el Palacio ya conocía las graves deficiencias que viene arrastrando el edificio de Gamazo. ¿Exigió mejoras temporales o inversiones?
–Realmente yo no las conocía. Podía imaginar que no estaba todo precisamente nuevo, pero no podía saber que estuviera de tal manera descuidado. Y no exigí inversiones. Eso escapaba de mis competencias. Sí he intentado que se produjeran mejoras y he dado la lata en cuestiones que interferían muy directamente con mi idea de lo que abarca también una dirección artística. Pero querría dejar muy claro que no creo que ese abandono sea principalmente responsabilidad de ninguno de los trabajadores del Palacio, ni siquiera de los responsables del mantenimiento. Hablamos de un problema de dirección y de años. Una falta crónica de presupuesto que hace que se vaya escatimando y posponiendo esto y aquello, de modo que se van acumulando pequeños problemas, que en muchos casos acaban por hacerse grandes.
–Expuso en su tribuna publicada por El Diario una llamada a la necesidad de un cambio. ¿El inmovilismo precedente invita a nuevos giros?
–Hay que dar un giro bastante radical al enfoque de la cultura no solo en el Palacio, sino en Cantabria en general. Pero por ceñirnos al Palacio, en lo material habría que coger el toro por los cuernos, destinar una partida económica, que no va ser pequeña pero que resulta imprescindible, y renovar el edificio.
–¿Y en lo cultural?
–Hay que asumir que cualquier buena programación requiere un presupuesto suficientemente holgado y que no se ha de ver condicionada o contaminada con consideraciones y cálculos que poco tienen que ver con la propia programación, ni con el propio Palacio en realidad. Pues son gastos de la Sociedad Regional, en la que se engloban un montón de cosas que en lo que respecta al Palacio lo único que hacen es alejarlo de lo que debe ser: un teatro público con todas las letras, es decir, un espacio de cultura, centrado en artes escénicas, gestionado con una visión en la que primen criterios civilizatorios.
–¿Falta sentido crítico y sobra ingenuidad?
–Falta muchísimo sentido crítico y también mucho diálogo. No tengo tan claro si opera algo de ingenuidad en la ecuación.
–¿Se arrepiente de haber asumido la dirección del Palacio?
–En absoluto. Ha sido un año intenso y estimulante para mí en lo artístico e intelectual. He intentado construir una programación que atendiendo en lo posible a las diferentes necesidades y sensibilidades que debe contemplar un auditorio público como el Palacio, en una comunidad autónoma pequeña como Cantabria, sin embargo, presentase una sólida armazón.
–Cuando supo que no continuaría en su cargo, paradójicamente, iba a reunirse con el consejero para abordar la comunicación. ¿Qué déficit encuentra?
–Buena parte de mi trabajo este año ha sido romperme la cabeza para buscar formas de transmitir un mensaje que considero de fondo en todo lo que debemos hacer en cultura. Sea Mozart, Jacques Brel, el Quijote... o la danza más contemporánea, la cultura es para todos. Y para transmitir esta idea que es de raíz, de cimientos, la comunicación juega un papel fundamental. Hablo, sí, de cómo contamos lo que hacemos en un periódico, pero también por supuesto en las redes. Y también de cómo hablamos de un concierto, cómo elaboramos un programa de mano… ¿Hay que ponerse corbata y tienen que venir más autoridades porque hoy viene la Sinfónica de no sé dónde, que como es extranjera debe de ser más 'importante' que el pequeño espectáculo que vimos ayer? Todo esto es la comunicación de la que yo hablo. Y eso en el Palacio no ha resultado fácil precisamente. Por cierto, me temo que con pocos consejeros de cultura se pueda desarrollar una conversación mutuamente enriquecedora centrada en estos aspectos.
–Una vez más, ¿la gestión política ha despreciado el valor de la cultura?
–No estoy seguro de que la palabra sea desprecio, que parece que implica algo de intencionalidad. Hablaría más bien de un no darse cuenta. La gestión política debería ser la primera interesada en que la cultura funcionase como esa arma cargada de futuro que es… Yo, en realidad, hablaría más de desconocimiento, de despiste, de ignorancia.
–¿El mal sigue siendo esa concepción utilitarista de la cultura?
–La concepción utilitarista es más bien un síntoma. El mal real es un no darse cuenta, por tanto, una suerte de desconocimiento de que la concepción utilitarista no lleva a ningún sitio que realmente merezca la pena.
–¿Hay conciencia por parte de los gestores políticos del talento que existe en Cantabria entre creadores y artistas?
–Absolutamente no. Y de nuevo, la carencia viene de quien observa la realidad con una lente equivocada, no acierta a utilizar la brújula con la que establecer él rumbo, y la balanza con la que pesa el valor profundo de cada cosa la tiene descompensada o directamente averiada.
–¿Ha pensado que sus críticas podrían pasarle factura?
–Cuando uno va a dar una opinión que no resulta demasiado grata para nadie, por supuesto lo piensa... De hecho, estoy a ratos algo inquieto esperando por dónde y cómo pueda venirme esa factura... Pero a ratos me tranquilizo diciéndome que no debería haber razón alguna para ello. Mi intención ha sido y es en todo momento constructiva. Y creo que mi tribuna fue en todo momento amable o al menos respetuosa. En realidad, no busco señalar culpables sino defectos. Y apelo a todos. Simplemente digo que no podemos seguir como hasta ahora. Qué fantástico sería que dentro de unos pocos años pudiéramos decir que hemos conseguido reconducir la situación y que la cultura en Cantabria está de verdad cumpliendo el maravilloso cometido que le es propio, el de hacer que todos vivamos en una sociedad mejor, más sensible, respetuosa...
-¿Qué planes tiene a corto o medio plazo?
–Llevo un año sin escribir una sola nota. Una cosa buena que le veo a lo que ha pasado es que voy a volver a tener tiempo para 'perder el tiempo' componiendo, que es lo que de verdad me gusta hacer. Pero a propósito del futuro. Si el mundo de la cultura en Cantabria acepta que se perpetúe la mediocridad sin contraponer nada mínimamente efectivo, más allá de enviar, como a mí ahora, cientos de mensajes muy indignados que, por supuesto, agradezco de corazón, perderá razón para la queja y, lo más grave, perderá que su ecosistema mejore a medio plazo.
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