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El balance provisional del Gobierno de Cantabria dice que en el municipio de San Roque de Riomiera se registraron cinco fuegos de los 201 que hubo en toda Cantabria durante la alerta por incendios forestales de los últimos días. Para ser más exactos, esos son únicamente aquellos de los que los servicios de extinción tuvieron constancia y sobre los que actuaron. Sin hacer mucho esfuerzo y sin bajarse del coche, desde el cartel que anuncia el inicio del término municipal hasta el primer núcleo urbano se pueden apreciar al menos una decena de terrenos calcinados. Negro donde debería de haber verde. La realidad contradice la estadística. Y algunos vecinos pretenden contradecir la realidad. «Nada, nada. Aquí no sabemos nada de incendios, pregunta en otro sitio», apuntaba ayer por la mañana el propietario de una cabaña a pocos metros de una ladera que todavía olía a quemado. El hombre insistía y con sus palabras hacía un resumen perfecto de la situación: «Ni se ha quemado nada si te voy a decir quién lo ha hecho. Creo que con eso queda claro, ¿no?».
Como en San Roque, en los otros 64 municipios de la región en los que se han registrado focos intencionados se ha puesto en marcha la máquina de la rumorología. Y el que tiene más certezas es el que menos habla. En Miera, con más razón después de leer en el periódico que la Guardia Civil ya ha tomado declaración a un hombre de 39 años por prender la mecha. «Igual tú te inclinas por uno y es otro. Dicen que son ganaderos, pero no se sabe. Hay tanta gente que tiene esa costumbre y piensa que quemar es bueno…», afirma Mercedes, vecina de Las Vegas. Ella, que hace unas jornadas se despertó de la cama por el humo que llegaba desde las llamas de una finca a escasos 50 metros de su casa, es de las convencidas de que estas prácticas hacen más mal que bien y que pueden acabar en desgracia, pero también cree que, en la mayoría de las ocasiones, quien saca el mechero del bolsillo no tiene la intención de hacer daño, sino de limpiar el monte y generar pastos.
«Pero cómo van a ser los ganaderos si es a los que más les perjudica. Yo ya no tengo animales, pero este de aquí sí y los tiene que tener abajo porque arriba está todo quemado. Hace 50 años, cuando todo Dios tenía ganado, la peña Herrera estaba verde como ajos y ahora está negra», recuerda Antonio, vecino de Merilla, el pueblo donde todos «dicen» o «hemos oído» que vive el investigado por el Seprona. Su mujer le grita desde dentro de casa que meta la leña y que calle, pero algo cuenta:«El que tenía que hablar es Revilla y todos los políticos que dicen que somos nosotros. ¿No será que lo que quieren es culparnos para quitarnos las subvenciones? Igual el que prende está en Santander...». Lamenta que los que mandan sólo se acuerdan de la gente de los pueblos para lo malo, pero no para reparar la TDT que lleva cuatro años con averías ni para que llegue la cobertura móvil e internet.
Antonio no tiene ni idea de quién es el responsable de los incendios. Eso asegura. En la siguiente casa, Josefa cuenta casi lo mismo: «Con quién vamos a hablar del tema si aquí no hay casi nadie. Hay muchos días que no veo ni a una persona». Lo único que sabe es que los ganaderos son «los que están más desprotegidos y que ahora les cuesta más el papeleo para vender una vaca que lo que ganan con su venta». A su parecer, el verdadero problema de las zonas rurales no son los fuegos, sino que cada vez están más despobladas.
El puñado de vecinos de Merilla compra ese argumento. Hay dos líneas de opinión. La que defiende Asunción de que «los ganaderos no somos los que prendemos porque no vamos a sacar nada» y la de su vecina María, que dice que estas quemas son necesarias para limpiar de bardales las sierras. «Que arda un monte no, pero un sitio de pasto claro que sí, es que es beneficioso. Lo que pasa es que te ve la Guardia Civil aunque sea en tu propia finca y ya te multa. Tampoco te dejan coger leña. Si se coge bien es beneficioso para el árbol y al año siguiente va a crecer con más fuerza», insiste. No quiere hablar, pero al final habla. «Y más que habría que hablar», porque cree que la solución al problema es que el Gobierno de Cantabria haga más caso a los ganaderos y a los alcaldes rurales. Que dialoguen. ¿Para qué? Quemas controladas.
Al otro lado del alto del Caracol, en Villacarriedo, José asegura que ya se hace. En una finca del pico La Mesa que él mismo plantó, el actual propietario paga una tasa para que trabajadores de Montes vayan una vez al año a hacer podas y a quemar la maleza. «Si sube no hay problema porque lo frenan». Desde su casa del barrio Buscobe se ven los restos de al menos ocho incendios y los tres escenarios que se dan en Cantabria. El primero, el de esas quemas controladas, que es también el menos común. El segundo, el de las zonas altas que se prenden para regenerar pastos, algo que considera «normal y positivo porque allí es roca caliza en la que no crecen árboles». Y el tercero, representado por el incendio de un eucaliptal del collado de Selaya. «Esto se hace para dañar, aquí no hay ninguna utilidad», zanja José.
Pero lo cierto es que cualquier fuego puede convertirse en catástrofe. «Puede que en el pasado fuera beneficioso, pero ahora no. Ni siquiera para los propios ganaderos. Para dos animales que les quedan tampoco necesitan tanto espacio y perjudican mucho», opina Juan Antonio, vecino de La Pedrosa. Tiene el fenómeno muy analizado: «Hace años se quemaba igual, pero estaba el campo más comido y no ardía tanto. Además, como había mucha gente en las casas, si se descontrolaba se paraba enseguida». Y piensa que este año no ha habido más focos, sino que se han concentrado en febrero porque en diciembre y enero no ha habido suradas.
Aunque es muy crítico con esta práctica, trata de ponerse en la cabeza de los incendiarios. «¿Son enfermos? La mayoría no. Es que tienen una mentalidad distinta. Antes se echaban los residuos a la ría y no se decía nada. Ahora hay colectores. Aquí también irán evolucionando», dice tomando un café en la taberna de Flori. Desde su bar se puede hacer un balance de los daños de San Roque. Ella se anda con menos miramientos:«No se dan cuenta que es muy fácil hacerlo, pero muy dañino. Es que algunos de los que prenden no tienen ni prado ni ganado... Hay mucha ignorancia. No se dan cuenta de que muchos vivimos de que venga la gente a ver los paisajes y a comer. Con este panorama, ¿quién va a subir?».
Antonio Eloy responde a Revilla y a las autoridades que piden a cualquiera que tenga alguna pista que se ponga en contacto con la Guardia Civil:«Dicen que denunciemos. Está bien, claro, pero en un pueblo de cuatro casas, ¿cómo vamos a acusar al vecino? No te puedes poner en contra del que tienes al lado».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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