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Un grupo de refugiados de los ocho millones de desplazados en el interior de Ucrania espera asistencia en un centro de Mukáchevo. Álvaro G. Polavieja
El interminable éxodo de los refugiados
El viaje de la ayuda a Ucrania

El interminable éxodo de los refugiados

Aunque las cifras han descendido, el flujo de ancianos, mujeres y niños que buscan asilo en la zona oeste y en los países limítrofes continúa

Miércoles, 18 de mayo 2022

Acnur, la Agencia de la ONU para los Refugiados, detalla que casi 600.000 ciudadanos ucranianos han viajado a Hungría huyendo de la guerra. Este éxodo masivo se ha replicado con mayor o menor intensidad en todos los países limítrofes, especialmente en Polonia, que ha acogido, según fuentes de la misma entidad, a más de tres millones de personas. Rumania, Moldavia y Eslovaquia han sido los otros destinos de gran parte de las personas que huyen de la invasión rusa, que son principalmente mujeres, niños y ancianos y que en muchos casos han continuado su viaje hacia otros países europeos. Dentro de Ucrania, ocho millones de desplazados se refugian de la contienda en el oeste del país. En España, la última cifra de ucranianos acogidos asciende a 130.000. Se da la paradoja de que casi un millón de personas han huido a Rusia y Bielorrusia –más de 800.000 y de 27.000, respectivamente–, los países desde los que se produjo una invasión que no solo ha puesto en jaque al país eslavo y a Europa, sino también a toda la economía mundial.

Los datos de Acnur tienen por fuerza que estar contrastados. Mantienen contacto directo con los distintos gobiernos y están siempre sobre el terreno. Les he visto en Mukáchevo, en Bucha y ahora me vuelvo a encontrar con un nutrido grupo de voluntarios con su chalecos azules en la estación húngara de Záhony. Es la primera parada de la línea férrea tras pasar la frontera ucraniana. Tienen instalados puestos de asistencia informativa y también humanitaria, donde dan de comer gratuitamente a la gente que huye de Ucrania.

La imposibilidad de adquirir un billete directo desde Mukáchevo a Budapest me ha obligado a tener que hacer un transbordo aquí. He cogido el tren a mediodía, tras despedirme del traductor que me ha acompañado la mayor parte del viaje y de Moncho Escalante, un cooperante cántabro que impulsa la organización humanitaria SomosUcrania, responsable entre otras acciones de la recogida solidaria que realizan los Supermercados Lupa en Cantabria. Antes de entrar a comprar el billete, una policía y un soldado me han parado y pedido los papeles. No acostumbran a ver a un hombre en edad militar cargado con una mochila y dispuesto a abandonar el país, porque está prohibido por el Gobierno.

Mujeres y niños

Lo confirmo cuando subo al vagón, donde soy el único varón. De las cerca de treinta personas que viajan en él todas ellas son mujeres con niños pequeños o con adolescentes, a excepción de un par de señoras mayores. Sus caras circunspectas contrastan con la alegría de los pequeños, que viven el viaje como una emocionante aventura. Aunque al principio el silencio es sepulcral, al poco sus rostros se distienden y acaban formando una tertulia en la que las conversación se mezclan y entrecruzan desordenadamente. A mi lado viaja una joven que subió con el único hombre que lo hizo conmigo, para mi sorpresa, pero cuando el tren anuncia su partida se besan y se despiden con una mirada que encierra todo un tratado sobre la emoción y la pena.

El tren, antiguo, tarda una hora en recorrer el camino hasta la frontera. Allí se detiene, a la espera del pertinente control de aduanas. Al poco entran en el vagón cuatro fornidos policías que revisan los pasaportes de las pasajeras. Cuando llega mi turno me miran con desconfianza y me registran a conciencia, haciéndome deshacer la mochila y vaciar la maleta del ordenador por completo. Tardan más de un cuarto de hora. Cuando por fin se convencen de que no hay nada extraño se despiden y me pongo a organizarlo todo. El tren se pone en marcha muy lentamente y vuelve a parar a los pocos minutos. Estamos en Hungría. Entonces vuelve a ocurrir. Los policías húngaros, que reparten bollos de chocolate a los pasajeros, deciden registrarme de arriba abajo y me hacen deshacer todos los bultos. Cuando por fin me dejan y, tras rehacer de nuevo el equipaje, bajo del tren, he perdido el siguiente. Así que espero paciente, observando como los trabajadores de Acnur hacen su trabajo con agilidad y eficacia. Se nota que están más que acostumbrados.

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