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Por la mañana utilizan el pinar como cuartel general. Allí los árboles les protegen del sol. Por la tarde se desplazan apenas un kilómetro hacia el límite provincial. Buscan el viento. Es su maná. Y Corconte, su paraíso. «Es nuestra Tarifa del norte», afirma ... Rubén. Desde hace quince años viene desde Burgos con asiduidad. Es un apasionado del windsurf. No está solo. Varias autocaravanas, furgonetas y coches con remolque se arremolinan al borde de esta zona del embalse del Ebro. Media docena de tablas y velas se deslizan a toda velocidad por el agua. Otros compañeros se afanan en montar los aparejos.
El responsable del auge de esta modalidad en las aguas del pantano es el viento térmico. Ángel, madrileño, pero considerado por todos los presentes como el gran gurú, lo explica: «Se genera por la diferencia de temperaturas que hay entre la costa cantábrica y la meseta castellana». Manuel, de Medina de Pomar, pero que navega aquí desde hace 25 años, ahonda en la explicación. «En Santander puede hacer hoy 24 grados y en Burgos 30. El aire caliente sube hacia arriba y el frío se cuela por debajo». Además, una hendidura entre dos montañas, justo detrás de Corconte, es como una puerta por donde se cuela el empuje de Eolo. Para certificar su explicación, saca un anemómetro de bolsillo y lo eleva con la mano hacia el cielo. 18 nudos a las tres y media de la tarde, unos 33 kilómetros por hora. «Lo mejor de todo es que es así siempre desde junio a septiembre», añade Rubén.
Todos esperan el punto álgido. «Hace unos años era a las cinco de la tarde, pero se ha ido retrasando unos veinte minutos. Es ahí cuando alcanzamos los 25 nudos (casi 50 kilómetros por hora)». En ese instante se puede ver a más de treinta windsurfistas en el pantano. Justo en la orilla de enfrente, en Cabañas de Virtus y Arija, son otros instrumentos los que dominan el cielo. Allí se practica kitesurf, una modalidad en la que es una cometa, y no una vela grande, la que impulsa a los deportistas que se deslizan en una tabla mucho más pequeña.
Allí el viento sopla de norte y si hay un problema les arrastra hasta la orilla. Aquí, en Corconte, aunque a veces les resulta complicado regresar, las tablas son más grandes y tienen mejor flotabilidad. Ambos grupos sólo intercambian la ubicación cuando hay viento sur. Así todos salen ganando.
Ángel prepara el equipo para su mujer, Margarita, que luce un pañuelo grande con el que se cubre la cabeza. Aprovecha un parón en su tratamiento médico para disfrutar de lo que más le gusta. «Esto sí que me sana. Es maravilloso. Y mira qué paisaje. Es un paraíso», dice antes de encaminarse hacia la orilla. Cuando no puede navegar, observa a su marido desde la orilla con lo que ya han bautizado como el 'kit corcontino': jersey, chaqueta, cortavientos y una gorra orejera para soportar el frío que causa el viento. A su lado, Marcos y Miguel, de 14 años, hablan de cuál es la mejor vela para montar. No son los más pequeños. En el agua hay un joven de siete años que acaba de llegar de Canarias. Es al que más rápido se le ve, aunque el récord de velocidad en este grupo lo ostenta Ángel: «Ayer cogí por el GPS 34,93 nudos, unos 65 kilómetros por hora».
También hay windsurfistas ilustres, aunque por otros motivos. Marc Etchebers es uno de los fijos. Este farmacéutico francés fue uno de los pilotos de rallis más laureados en la década de los 70 y 80 en España cuando la referencia era Antonio Zanini. Nunca fue campeón nacional, pero sí uno de los que más pruebas ganó (30) y más veces se subió al podio (58). También es uno de los más queridos en Corconte. «Viene una o dos veces a la semana. Está loco por el windsurf. A sus 73 años, si hay viento, se mete aunque haya niebla», explican Ángel y Manuel.
El pantano del Ebro está empezando a exprimir el potencial que tiene para los deportes acuáticos y que el litoral y sus playas han relegado a un segundo plano. Corconte, no. Allí varios negocios giran alrededor de este auge. Incluso hay un área para las autocaravanas. «Los cántabros que sólo van a la playa para hacer windsurf no saben lo que tienen aquí. Allí no tienen ni la mitad de viento ni una superficie tan plana», sentencia Manuel.
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