La puerta del despacho de Miguel Ángel Diez estaba siempre cerrada. No era uno de esos a los que uno llama y pasa directamente. Él tenía que dar el visto bueno. Estaba en la quinta planta de la Consejería de Obras Públicas. Hermético. Reservado. ... Siempre muy ocupado. Allí, ahora que pasan los días, empiezan a soltarse. A hablar y dar más detalles. Y hay una frase de las que sirven, sin muchas explicaciones, para hacerse una idea de cómo veían sus compañeros al jefe de Carreteras. La mañana que los agentes irrumpieron en el edificio, la que supieron que estaban investigando a un funcionario sin saber aún de quién se trataba, lo más repetido en los corrillos del café fue: «Ojalá sea Miguel Ángel». Al menos, eso es lo que pensaron sus subordinados. Porque el comportamiento del hombre que presuntamente manejaba los contratos públicos a su antojo era muy distinto con los de arriba (que aseguran no haberse enterado de nada, pese a la magnitud de las cantidades y lo continuado de los hechos) y con los de abajo. Con los primeros, «educado». Eso han dicho, que era uno más. «Muy clasista», repiten varios de los segundos. «Mandón, con malas formas». De los que deja claro quién es el jefe, de los que «no saludaba» al llegar. Y controlador, algo esencial para montar un entramado como el que están investigando.
Miguel Ángel Diez Barrio (Santander, 14/12/1966) empezó a trabajar con 24 años en una constructora y, desde entonces, no ha parado. Una empresa de informes y proyectos, otra de mantenimientos, una más de ingeniería y servicios... Siempre rondando el mismo sector. En 1995 se incorporó a la administración en el Principado de Asturias y en 1998, al Gobierno de Cantabria. Vuelta a casa (está muy vinculado a Campoo).
En todo este tiempo, sólo un periodo de cuatro meses de inactividad –en el tránsito de una empresa a otra, muy al principio de su vida laboral–. Un currante. Con mucha experiencia. Y uno de estos tipos a los que preguntar si tienes una duda. Con 25 años a las espaldas de trabajo en la Consejería, se sabía todas. Si sumas las dos cosas, el resultado es una sensación de plena confianza. Lo que estaba en manos de Miguel Ángel estaba «en buenas manos». Y oír cosas así le gustaba. «Estaba muy obsesionado con todo lo que tenía que ver con la jefatura, con el poder, con el reconocimiento por lo que hacía», cuentan personas que le han tratado estos años.
En la oficina
Los que trabajaban bajo su mando hablan de un «jefe tirano» empeñado en demostrar su «autoridad» y a menudo con «malas formas»
Ordenado
En el piso familiar los investigadores encontraron una máquina de contar dinero y bolsas con anotaciones de «100.000 euros»
En prisión
En El Dueso está en el módulo general, comparte celda y cuentan que, salvo la familia, no le cogen habitualmente el teléfono cuando llama
Manejaba las cuestiones técnicas, los entresijos de Ley de Contratos, los del funcionamiento de la Administración regional y los mecanismos internos de la Consejería. Para ejercer como jefe de Mantenimiento y Conservación de Carreteras necesitó obtener la titulación de ingeniero de Caminos y tampoco fue un problema. Sobre la marcha. Tocó un buen puesto y dejó la cordialidad para los que estaban a su altura. Por debajo, mano de hierro. Discutiendo –a veces en tono elevado– el pago «de una hora extra» o «una dieta de quince euros». Con frecuentes demostraciones de autoridad. De las de «aquí mando yo».
Todo eso, de puertas adentro. Aunque el mismo tono se palpa también en las escuchas que le hicieron los agentes cuando trataba con los empresarios investigados en la trama. «José va a hacer exactamente lo que diga yo» o «me cago en la hostia, ¿no confías en mí?». Son frases sacadas de los informes. Las que describen las conversaciones. No extraña que alguna vez le apodaran «el capitán». Frases al teléfono. Tú te presentas a este lote, tú a este otro, tú luego le compras el material a este... Otra característica: colgado del teléfono móvil (a más de un trabajador de la Consejería, cuentan, le tocó recibir llamadas con órdenes fuera ya del horario de oficina). Siempre muy ocupado. Siempre en guardia.
El capitán
Todos estos rasgos encuentran buen acomodo y encajan con la forma de 'tejer' la presunta trama –tejer es un verbo muy adecuado–. La investigación de pagos de más de veinte empresas (meticuloso), la forma de 'manejar' los contratos desde distintos papeles en el proceso (el dominio de los mecanismos), ese control sobre las empresas que iban a presentarse para repartirse las adjudicaciones (controlador) y hasta frases en las que se «jactaba» ante los empresarios de su poder en las adjudicaciones de obras (el gusto por el reconocimiento).
Por resumir, utilizaba, presuntamente, su posición y la información privilegiada para 'organizar' las adjudicaciones. Podía estar en la Mesa de Contratación, ser responsable del contrato o facultativo de consultoría. También emitir informes sobre condiciones o sobre ofertas temerarias. Además, coordinaba a los licitadores y hasta les ayudaba a elaborar las ofertas. O sea, que les preparaba para un examen en el que él elegía los temas y se ocupaba de poner las notas.
Ojo, durante muchos años –aquí está el misil en la línea de flotación a los controles del Gobierno y el flanco del PRC que más acusa el golpe–. Porque le investigan movimientos e irregularidades desde hace dos décadas, coincidentes con las etapas de control regionalista en la Consejería. De 2003 a 2011, en una primera etapa. De 2015 a 2019, de una forma algo más tímida y tras un parón en esa supuesta actividad ilegal. Y desde 2019, con más fuerza si cabe.
En silencio. Mejor verse y comer en El Riojano («el que está más oscuro») que en el Cañadío («No, no, no, yo no voy a ir donde nos vayan a ver, que la cosa es la hostia bendita»), recoge El Faradio del sumario en torno a los restaurantes en los que solía reunirse con los empresarios. Y, de vez en cuando, «darse una alegría» gastronómica. Fuera de aquí. Más tranquilos. Reservas en Diverxo (a 365 el menú), Etxebarri (a 264) o la frustrada visita al Celler de Can Roca organizada para pocos días después de la detención.
La familia
En la Consejería, en la presunta trama, en el trato con los empresarios... Pero, para dibujar el perfil de Miguel Ángel, queda un ámbito que resulta clave. Su hogar. Su familia. Tanto es así, que es en la intimidad, en el núcleo más restringido –el familiar, pero no en sentido amplio, el de casa–, donde saltan las alarmas de los que vigilan el dinero de todos. Tras una denuncia anónima (es una de las grandes incógnitas de esta historia) algo no cuadra. «Existe –apuntan– una clara diferencia entre los importes de renta obtenida y el importante aumento del patrimonio familiar durante el periodo investigado».
Si ganas esto, no puedes tener esto y esto, y esto otro... Y la familia vivía bien. Muy bien.
Más perfil. Todo enlazado. Miguel Ángel está casado con Beatriz del Río. El matrimonio tiene dos hijas, Cecilia y Sofía, de 22 y 20 años, respectivamente. El piso familiar está en la zona de El Sardinero, cerca del campo del Racing y muy próximo a una de las principales ocupaciones de la mujer, un gimnasio. No es una ironía. Al hilo de los ingresos de estos años, Beatriz debería tener una agenda laboral exigente. Como socia o alto cargo en diferentes compañías, como trabajadora en nómina... Pero no. Los seguimientos de los investigadores sí detectan ingresos de dinero, pero no largas jornadas –ni cortas– al pie del cañón. Los desplazamientos principales eran para ir –a diario– a hacer ejercicio o marcharse de viaje con sus hijas, a su vez también adscritas en algunas de las empresas «ficticias» –eso dice Hacienda– o destinatarias de sumas importantes en forma de donaciones.
Miguel Ángel conseguía, su familia recibía –supuestamente–. Del mismo modo que evitaba el foco en su labor profesional (aunque hay fotos en las que aparece en las tareas de la Consejería, tampoco abundan teniendo en cuenta una carrera tan larga), también trataba de guardar distancias con el dinero. Para trabajar iba habitualmente con un Citroën C4 o algún otro vehículo de la flota del Gobierno. Pero fuera prefería el Volvo XC40 negro que pagaba API Movilidad y que estaba «absolutamente a disposición de la familia».
Porque la segunda trama, la familiar, serviría, en principio, para el blanqueo, para 'limpiar'. Hacer pasar por lícito lo que los investigadores creen que no lo era. El registro del hogar también habla de cómo era el cabeza de familia. Una máquina de contar billetes en casa (meticuloso) y, allí mismo (tenía una caja fuerte), 529.400 euros en efectivo distribuidos en bolsas con la anotación de «100.000 euros» (absolutamente ordenado). Luego, tirando del hilo, cinco inmuebles, cuatro cuentas en Luxemburgo, las de España, varias empresas 'pantalla', cantidades de dinero en movimientos financieros...
El día de los registros, el día que un perro adiestrado buscó dinero por la confortable casa, él, cuentan, fue colaborador, pero altivo. Algo soberbio. Como cuando tocan el orgullo de quien se siente poderoso. Llamó a Manuel del Jesus, su superior (dimitido), para decir que no iría a trabajar. Desde ese día no ha regresado al piso. Está en El Dueso. Tras un primer momento en el módulo de ingresos, fue trasladado al general. Compartiendo celda. Ahora tiene tiempo. El móvil ya no suena. De hecho, cuentan, ha intentado hacer varias llamadas, pero no suelen cogerle.
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