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Daniel Martinez / Laura Masegosa y Pedro Álvarez
Potes
Domingo, 14 de abril 2024, 12:05
Quien no lo haya hecho no puede poner la excusa de que no ha tenido tiempo. Exactamente 366 días, uno más de lo normal gracias ... a caer en bisiesto. Desde el pasado 16 de abril de 2023 ha estado abierta la Puerta del Perdón, que este domingo se ha cerrado en el Monasterio de Santo Toribio y por la que no volverá a entrar la luz hasta 2028 al coincidir de nuevo en domingo con la festividad del santo. ¿Cómo ha sido? Como siempre. En un acto tan simple como solemne. Lleno de simbolismo para los católicos que se acercaron hasta el templo para conseguir la indulgencia plenaria a todos sus pecados que la Iglesia concede por la peregrinación a este lugar emblemático, pero también para el resto de lebaniegos, cántabros y foráneos que han participado de la fiesta. Lo decía en la explanada un grupo de amigos de Laredo, emocionado por concluir el Camino en esta jornada señalada, pero que no necesitaba entrar en la última Misa del Peregrino del Año Santo -ha habido una cada día al mediodía, pero ni mucho menos todas han estado tan concurridas como la de ayer-, para sentirse parte de este Jubileo.
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Las tradiciones tienen eso, que se repiten con el paso de las décadas sin apenas cambios, solo con adaptaciones puntuales. «Hoy, 14 de abril de 2024, Domingo III de Pascua, yo, Arturo Pablo Ros, por la gracia de Dios y de la Sede Apostólica, Obispo de Santander, declaro clausurado este Año Santo en el Santuario de la Santa Cruz de Santo Toribio de Liébana». El nuevo responsable de la Diócesis, que hace unos meses tomó el relevo de Manuel Sánchez Monge, utilizó la misma fórmula que su antecesor en 2018. La habitual. A las 13.14 horas, 16 minutos antes que en la clausura de hace seis años, Ros cerró la Puerta del Perdón tras el final de la misa, comprobó hasta en tres ocasiones que la madera estaba encajada mientras sonaba la música del órgano, y con la ayuda del guardián del monasterio, el abad franciscano, Juan Manuel Núñez, colocó el candado de hierro que tranca la puerta.
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Por ella pasaron cientos de personas, aunque no llegó al cerca del millar de la anterior clausura. Porque el último acto del Año Jubilar Lebaniego ha sido un ejemplo del conjunto del Jubileo. Ha servido como seguir poniendo en el mapa un destino que ya de por sí es suficiente reclamo para los turistas, pero no ha alcanzado las expectativas de público en sus días más significativos. Aglomeraciones, ninguna. Porque este domingo ni ha habido problemas para llegar a la comarca por el Desfiladero pese a la obra para su reforma integral ni los peregrinos que querían hacer las etapas del Camino tranquilos y consigo mismos han tenido problema para conseguirlo. Quizás ese miedo a las aglomeraciones es lo que ha hecho que incluso muchos lebaniegos hayan faltado a su cita con Santo Toribio. «Mi madre va a ir a misa, pero en Potes, no arriba, que dice que no quiere agobios», decía a primera Isabel Fombellida, gerente del Hotel Infantado. A las nueve la mañana ya tenía claro que Liébana no se iba a llenar. Ella y sus trabajadores tampoco tuvieron agobios en el turno de comidas. Incluso dio el día libre a dos cocineras por el bajo número de reservas. «No pasa nada. Esto ha salido así, pero Liébana no falla», apunta la hostelera, que recuerda que los meses posteriores al Año Santo son siempre muy buenos. De hecho, aunque la clausura del Jubileo haya sido floja, las reservas anticipadas para la primavera y el verano son más que prometedoras.
Las campanas de Santo Toribio, como las de toda la diócesis y la de los otros lugares santos de España -Santiago de Compostela y Caravaca de la Cruz en Murcia, a los que el Vaticano también les concedió en su momento ser centro de acogida de peregrinos-, empezaron a repicar al mediodía, coincidiendo con el inicio de la eucaristía, pero desde tres horas antes ya había fieles haciendo cola para ser los primeros. Entre la mayoría de cántabros, algunos de otras comunidades autónomas (por los acentos, se ve que el Camino Lebaniego ha sonado en Andalucía) e incluso de otros países. «De Chicago», respondía una joven peregrina que firmaba su credencial, uno de los 16.000 que lo han hecho en este último año. Rápidamente reconocía que estaba viviendo en Reinosa.
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Los devotos lebaniegos que también han subido hasta el templo, y especialmente los que forman parte de la Cofradía de la Santísima Cruz que custodia y promociona la reliquia desde la comarca hacia todo el mundo, comenzaron la jornada con sabor agridulce. Llegaron con tiempo de sobra para enterarse bien de cuál era su papel en el acto religioso y allí se enteraron de que, rompiendo una costumbre de décadas, habían sido relegados a un segundo lugar en la comitiva de entrada a Santo Toribio, por detrás de los políticos. El enfado con la decisión del Obispado de Santander se compensó con la cercanía del máximo responsable de la Diócesis, que durante más de una hora, antes de pronunciar su homilía, se confundió con los asistentes en la explanada del templo. «Es muy majo y muy gracioso, no parece que sea obispo», decía otra joven. Quizás por no faltar a la tradición -o por las quejas-, finalmente los cofrades sí entraron al templo justo después de Cruz.
El primero, el obispo, con la cruz en la mano, que unos minutos antes recordaba lo que sintió la primera vez que tocó este objeto de devoción tras asumir esta nueva responsabilidad. «La emoción grande de tener la reliquia en mis manos. Por lo que es y por lo que significa. Nos recuerda a Jesús crucificado, signo de perdón y de paz, tan necesitada en estos tiempos, de entrega generosa. Todas las veces que he vuelto he recuperado esa experiencia», decía Ros, que se reconoce como un embajador entregado de la causa, pero también que en próximas ediciones tiene «ganas de hacer las cosas mejor porque miro al futuro con optimismo».
Por ahí fue su homilía. Habló de la cruz y de las últimas horas de Cristo, aunque menos que Sánchez Monge hace un año, pero sobre todo del mensaje que guarda para los cristianos. Un mensaje, el de la misericordia con los más débiles, que trasciende lo religioso y está más cerca de lo social y lo humanitario: «Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que viva y sea testigo de la misericordia».Junto al propio Sánchez Monge, el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz; el obispo de León, Luis Ángel de las Heras; el obispo de Astorga, Jesús Fernández, y los cántabros Carlos Osoro (cardenal-arzobispo emérito de Madrid) y Manuel Herrero (obispo emérito de Palencia), Ros afirmó que «para compartir la vida con la gente y entregarnos generosamente, necesitamos conocer también que cada persona es digna de entrega. No por su aspecto físico o su lenguaje. Porque es criatura de Dios». De hecho, sus primeras palabras fueron para recordar a los mayores que seguían el acto desde casa solos o enfermos y las últimas para recordar que la colecta de ese día, como las de los 12 meses previos en Santo Toribio han sido para un proyecto humanitario en Alepo (Siria) y otro diocesano con personas que están en prisión.
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Ana del Castillo
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