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Nacho gonzález Ucelay
Santander
Jueves, 15 de octubre 2020, 20:30
El anciano encontrado sin vida el 4 de febrero de 2017 en un garaje de su propiedad ubicado en la calle Beato de Liébana de Santander murió asfixiado «en un breve espacio de tiempo, aunque dándose cuenta de ello», por las diversas mordazas ... que sus captores le colocaron para impedir que gritara en su huida, entre ellas un trapo viejo que le introdujeron dentro de la boca «hasta más allá de la campanilla» y que, en combinación con algunos otros elementos, le provocó una obstrucción total en las vías respiratorias.
Eso sostienen, al menos, las dos médicos forenses que participaron en la inspección y posterior autopsia del cadáver de la víctima y que ayer, jueves, prestaron declaración en el juicio abierto contra los tres acusados por estos hechos.
En una exposición impecable, las peritos explicaron al jurado que el cuerpo del octogenario fue hallado en posición de decúbito prono (tendido boca abajo y con la cabeza un poco ladeada), atado a una columna y con manos y pies igualmente inmovilizados con abundantes cuerdas y cables de la luz y del ordenador. Tantas, explicaron las doctoras, «que nos costó más de una hora quitárselas».
Durante su inspección, observaron que la cabeza del hombre «estaba totalmente envuelta en cinta adhesiva que le tapaba todos los orificios respiratorios». Al retirar esa cinta, continuaron, «encontramos una bufanda que le cubría por completo la nariz». Y al quitar esta prenda, añadieron, «vimos que había un trapo dentro de la boca que le llegaba hasta la faringe». Para una mejor comprensión del jurado, «estaba metido hasta más allá de la campanilla».
Este complejo envoltorio, unido a la posición en la que se encontraba el hombre, boca abajo y completamente inmovilizado, «lo cual ya de por sí dificulta bastante la respiración a una persona de avanzada edad como él», terminaron desencadenando un declive en los canales respiratorios del anciano que acabó ocasionándole la muerte.
La renuncia de acusaciones y defensas a la comparecencia en el juicio de algunos expertos llamados a testificar por considerarlos prescindibles una vez que Paulino y Ricardo Gómez L. han reconocido ya su participación en los hechos, y las dificultades técnicas surgidas a la hora de llevar a cabo las videoconferencias previstas, suspendidas definitivamente con el visto bueno de las partes, aceleró ayer el curso de una jornada, la cuarta, que sí permitió a los miembros del jurado visualizar o en su caso escuchar algunas grabaciones.
Así, pudieron ver a dos de los acusados (a Paulino y a Ricardo) captados por las cámaras de seguridad de los comercios próximos a la vivienda del fallecido, tanto antes como después de perpetrar el asalto a la vivienda. Y, además, pudieron oír al primero de ellos durante la llamada telefónica que al día siguiente de los hechos hizo a Cruz Roja indicando la dirección de los dos lugares donde encontrarían a sendas personas maniatadas, llamada que se alargó durante 6 minutos y 14 segundos.
De acuerdo con sus informes, «falleció en un breve espacio de tiempo, aunque dándose cuenta, por falta de entrada de aire en los pulmones». Asfixiado.
Después de determinar las causas de la muerte, las forenses, que acompañaron su explicación con varios documentos fotográficos -alguno de una dureza tal que obligó a un miembro del jurado a apartar la vista de la pantalla- revelaron que el cadáver presentaba «múltiples laceraciones» en boca, rostro, antebrazos, rodillas, pies y manos.
Las de la boca «fueron causadas, sin duda, por la fuerza ejercida en la introducción del trapo», acción que también le provocó algunos rasguños en la faringe, donde las forenses observaron hematomas.
Y el resto, «ninguna mortal», son las resultantes del forcejeo que, según apuntan los indicios, mantuvieron víctima y agresores cuando el primero se resistió a entregarles la llave que abría la caja fuerte que guardaba en su domicilio particular.
Eso piensan las dos doctoras, que cerraron una sólida declaración llamando la atención sobre el fuerte traumatismo torácico que se apreciaba en el cadáver, «un puñetazo, un rodillazo o un golpe causado por alguna caída» que le fracturó tres costillas -la cuarta, la quinta y la sexta- y que, según las expertas, se produjo «en un momento muy cercano a su muerte».
Fue de tal precisión su exposición, que las forenses se marcharon sin tener que contestar a una sola pregunta.
EL juicio
Nacho González Ucelay
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