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Aparentemente está tranquilo. Incluso anoche quedó con sus amigos para celebrarlo. Pero no deja de mirar de reojo la pantalla de información de vuelos en el aeropuerto Seve Ballesteros. Se acercan las diez y cuarto, y por megafonía se anuncia que el avión de Ryanair ... procedente de Manchester ha tomado tierra sin mayor contratiempo. A bordo llegan su mujer y su hija. Nos las ve desde enero, cuando regresó de Kiev, en Ucrania. A ellas les cogió la guerra, como al resto, de improviso. Se marcharon en medio del estruendo de las bombas y la metralla. Los pasajeros van saliendo a cuentagotas. Antonio Rubén de la Fuente se impacienta. Saca y mete continuamente el teléfono móvil en el bolsillo. Se decide a llamar. Le contesta Verónica, su hija de 14 años. Al poco, sale junto a su madre con una pequeña bandera con los colores de azul y amarillo de Ucrania. Los tres se funden en un emotivo abrazo ante la mirada curiosa del resto de personas. «Estamos vivas, estamos vivas… no hay que preocuparse. Estamos vivas. Salir ha sido horrible», repite con insistencia Elena sin poder contener las lágrimas. La pesadilla ha terminado.
Antonio, Elena y Verónica disfrutaban de una vida plena y deseada en Ucrania hasta que Putin y sus ínfulas imperialistas la puso patas arriba. Antonio es cántabro. En 2014 se marchó a Kiev para vivir en el país de su mujer junto a su hija nacida en Santander. No les iba mal. Allí regentaban varios pequeños negocios de hostelería, uno de ellos una cafetería especializada en productos cántabros, porque Antonio siempre se ha llevado consigo a la 'tierruca'. No en vano, es uno de los embajadores que el Ayuntamiento de Santander tiene repartidos por el mundo. Se lo ofrecieron cuando Gema Igual, la alcaldesa, era concejala de Turismo y Relaciones Institucionales, e Íñigo de la Serna estaba al frente de la alcaldía. «Teníamos los negocios cerrados desde que estalló la pandemia, pero pensábamos reabrirlos en abril», explica Antonio. No podrán hacerlo. Él regresó en enero, como solía hacer habitualmente, y tenía pensado volver después de visitar a su otro hijo y su nieto. «No me dio tiempo», explica. «Elena y Verónica hacían vida tranquilamente. Una noche regresaban tarde de celebrar un cumpleaños y bombardearon el aeropuerto Antonov. Tembló todo. Ahí se dieron cuenta de que la guerra había estallado. No había más remedio que salir corriendo. Como fuera. Sus vidas estaban en peligro», relata.
«Planeamos la huida, aunque no había muchas opciones porque de Kiev no despegaban aviones. La única opción era coger un tren y llegar hasta Polonia. Allí ya veríamos cómo poder sacarlas», subraya. Tampoco fue fácil, aunque lo consiguieron. Emplearon cuatro días para cubrir los 650 kilómetros. «Fue una odisea», sentencia Elena. Gracias a los contactos de Antonio, consiguieron pasar la frontera polaca. «Lo que vieron allí -reconoce- fue dantesco. Cientos de miles de madres con sus hijos tratando de salir del país de forma desesperada. Espeluznante». En Polonia contaron con un buen aliado. El director del Instituto Cervantes en Cracovia, Fernando Martínez-Vara de Rey, las acogió y atendió apoyado por la Embajada Española. «Les estaremos eternamente agradecidos, se han portado más que de diez», afirma Antonio. Tras un par de días en la capital polaca tomaron un avión rumbo al aeropuerto de Manchester, en el Reino Unido, que aterrizó la noche de este jueves. Hoy, a primera hora, se embarcaron en otro hacia Santander. El abrazo que se han dado al reencontrarse ha retumbado en todo el aeropuerto. Nadie sabía exactamente por qué, pero intuían que esa escena tan habitual en un aeropuerto no era como las demás. «Ha sido una pesadilla. Horrible, horrible, horrible…», no se cansaba de repetir Elena, que temblaba. Verónica, la hija de Antonio, sonreía nerviosa.
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Las pequeñas maletas con las que se bajaron del avión en Santander son lo único que se han traído de Kiev. El resto, lo han tenido que dejar allí. «Ahora es lo menos importante», explica Antonio. «Lo importante es que estamos juntos. Hay que empezar de nuevo, no queda otra», afirma. Para empezar, ha tenido que alquilar un piso aquí porque, cuando venía a Santander, Antonio se solía quedar en casa de su hijo. Los tres tenían la vida montada en Kiev. «Vivíamos en una torre con más domicilios», cuenta. Lo dice en pasado porque no sabe si seguirá o no en pie. «Con la que no contamos es con la dacha, una pequeña casa de campo que tenía mi mujer en Chernigov, que está en medio del corredor que ha atravesado el convoy de carros de combate rusos. Esa está destruida, seguro», subraya. Tampoco sabe qué será de su coche, ni de los negocios. No quiere preocuparse en exceso, cuando la vida de sus seres queridos ha estado tan en peligro. «Lo que no me imagino es ver Kiev destruida. Era una ciudad preciosa, muy bonita», apostilla.
Lo que sí tiene claro es el rumbo de la guerra que ha declarado Rusia a su país de acogida. «Putin lo va arrasar todo. Él quiere construir de nuevo un imperio ruso. San Petersburgo es la joya arquitectónica y Kiev la joya histórica. Este va a entrar a sangre y fuego hasta que lo arrase todo o va a sitiar la capital para dejarla morir lentamente de hambre. A lo que no se quiere arriesgar a vivir una guerra de guerrillas. Ahí los ucranianos también se mueven bien», concluye.
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