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Hay muchos Pombos en Pombo. Pero un solo mundo: el literario. Como en tantos otros escritores, la poesía fue lo fundacional. De Rilke, que asomó en un primer artículo, a Wallace Stevens. Y así llegaron sus 'Protocolos' en 1973. Lo que quedaba por delante es ... una serie de trayectos entrecruzados, sin perder nunca de vista la poesía, en los que se entrelazan la narración, el pensamiento y el ensayo. Y rezumando la ironía en todos ellos. Al santanderino Álvaro Pombo nunca le han faltado los premios –algunos tardíos como a Pepe Hierro– ni el fervor entusiasta de la crítica. De 'El héroe de las mansardas de Mansard' a 'El exclaustrado' (su última novela, mientras ya esperan otras) Pombo ha sembrado su vida y la de sus lectores de una sutil, honda y muchas veces original escritura donde la narración y la filosofía han creado territorios únicos. De igual modo, del Herralde al Umbral, los galardones y distinciones fueron apuntalando lo que sus novelas transparentaban: Esa «extraordinaria personalidad creadora, lírica singular y original narración» que fundamentó su elección como Premio Cervantes 2024. En realidad, cuando apenas era conocido, el autor santanderino, que ha escrito algunos pasajes habitados por intensos personajes femeninos, decidió arrinconar el camino opositor que se derivaba de sus estudios de Filosofía y marchó a Londres. Allí, entre trabajar de telefonista y limpiar platos, escribió un libro esencial: 'Relatos de la falta de sustancia'. La definición que la escritora Carmen Martín Gaite hizo de ese descubrimiento ilustra de manera diáfana la literatura pombiana que estaba por llegar: «Un libro evanescente donde no se desvanece nada y cuyos personajes absortos y desmemoriados quedan en la memoria para siempre».
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Equipo Gráfico DM
El novelista, poeta y académico santanderino de 85 años Álvaro Pombo (1939) se convertía así este martes en el tercer hombre de letras de Cantabria en recibir el Premio Cervantes, tras la estela de los poetas Gerardo Diego (ex aequo con Jorge Luis Borges en 1979) y José Hierro (1998). Narrador reflexivo y sensible, su Santander empapa buena parte de su trayectoria literaria sembrada de galardones y distinciones. Los últimos: el Premio Internacional Menéndez Pelayo y el Premio Francisco Umbral. Además, la pasada primavera el autor de 'El cielo raso' fue reconocido como Cántabro del año, otorgado por El Diario en el contexto de la publicación del Anuario de Cantabria. La poesía, el pensamiento, el articulismo, también el ensayo y la política, asoman en el itinerario vital de Pombo, licenciado en Filosofía por la Universidad de Madrid, Bachellor of Arts por el Birkbeck College de Londres y miembro de la Real Academia Española.
El fallo del jurado, presidido por el anterior ganador, Luis Mateo Díez, y hecho público por el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, rezaba así: Ha sido reconocido con esta distinción por su capacidad de crear «un mundo literario propio que conmueve». Y añadía: «A su notabilísimo nivel como poeta y ensayista, se une el ser uno de los grandes novelistas de nuestra lengua, que indaga en la condición humana desde las perspectivas afectivas de unos sentimientos profundos y contradictorios». Además, ponía el foco en subrayar cómo en sus creaciones, «muestra el mundo a través de la construcción de un lenguaje en el que las deformaciones de la realidad aparecen reflejadas bajo el disfraz de la ironía y del humor». El jurado consideró que «en su prosa, la oralidad se refleja en la voluntad de un estilo que aspira al 'escribo como hablo' valdesiano». Y, finalmente, resaltaba que con su obra Álvaro Pombo «ha creado aquello que define a los grandes escritores, un mundo literario propio imperecedero e imprescindible que conmueve y conduele». De todas las respuestas que un ministro de Cultura puede esperar cuando comunica al galardonado que se le otorga el Premio Cervantes, la de Álvaro Pombo refleja a la perfección su personalidad.
Alejado de formales protocolos y genuflexiones intelectuales, cuando Ernest Urtasun le llamó este martes tarde para hacer oficial la concesión del mayor premio de las letras en español, el cántabro fue directo y conciso: «Gracias. Estoy muy contento. Y ahora, me voy al dentista».
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La crítica de manera unánime lo ha ensalzado casi siempre como uno de los maestros indiscutibles de la literatura española contemporánea, con títulos tan destacados como el siempre recordado 'El héroe de las mansardas de Mansard' (Herralde, 1983) al inicio de su tardía aparición en el escaparate literario; 'El metro de platino iridiado' (Premio de la Crítica, 1990); 'Donde las mujeres' (Nacional de Narrativa, 1997); 'La cuadratura del círculo' (Fastenrath de la RAE, 2001); 'El cielo raso' (Premio Fundación José Manuel Lara, 2002); 'La fortuna de Matilda Turpin' (Premio Planeta, 2006) y 'El temblor del héroe' (Premio Nadal, 2012), entre otros. Sus artículos, recogidos en el libro 'Alrededores' y la citada senda poética plasmada en 'Protocolos' (1973-2003), que aglutina sus cuatro poemarios, completan las comparecencias públicas de su escritura.
Su obra ha sido traducida a numerosas lenguas: alemán, francés, holandés, griego, inglés, italiano, noruego y portugués. Es autor además de 'El parecido', 'El hijo adoptivo', 'Los delitos insignificantes', 'Aparición del eterno femenino contada por S. M. el Rey', 'Una ventana al norte' y 'Contra natura', entre otras. El escritor y académico fue galardonado el pasado año con el Premio Francisco Umbral al Libro del Año 2023 por su novela 'Santander, 1936' (Anagrama), destacada como una obra «excepcional a contracorriente», como tantas otras suyas, y que volvía a mostrar su alta literatura y sensibilidad.
Pombo, que se halla inmerso en la escritura de una nueva novela, publicó este año mismo año 'El exclaustrado' sobre temas absolutamente pombianos: «Los recovecos del alma humana, la fe, las dudas, los engaños, los autoengaños y los deseos inconfesables». De nuevo, era elogiado por su virtuosismo a la hora de retratar el alma humana tras una obra sobre las dudas y la conciencia moral.
Impredecible e intempestivo, afable y algo excéntrico –los asiduos a los Martes Literarios nunca olvidarán aquella tarde de pañuelo al viento, de pie, sobre la mesa del Paraninfo de la Magdalena, mientras evocaba a las mujeres de su infancia– Pombo ha hecho de su buhardilla del barrio de Argüelles un faro entre plantas y libros que alumbran Santander en la distancia.
La fe permanente en las artes era el eje sobre el que basculaba el Círculo de Bloomsbury, un grupo de intelectuales en el barrio londinense del mismo nombre, a comienzos del siglo XX. En ese mismo lugar y pudiendo hacer suyos esos principios, en el centro de la capital británica, se halla el Birbeck College, donde Álvaro Pombo estudió su Bachellor of Arts, llenando su mente inquieta de referencias que marcarían un destino de tinta y letras... cambiando el rumbo que otros habían predefinido.
Allí, en Reino Unido, un joven Pombo dejaba atrás la burguesía santanderina y el Madrid universitario y comenzaba su periplo profesional como empleado de un banco, pero la tradición literaria inglesa le llamó más la atención que contar libras. No en vano, como recordó en su último y reciente paso por el Ateneo de Santander, sus padres conocieron la guerra cuando tenían apenas veinte años y se marcharon a Inglaterra, por lo que los vientos de ese norte le resultaban casi cálidos.
El escritor inseparable de su gorro de marino, de mirada inquisitiva, nació en una ciudad incomprensible sin el mar en 1939, en el contexto de la posguerra española. Su familia, de origen aristocrático, le permitió acceder a una educación privilegiada. Desde joven, mostró un interés por las letras, influenciado tanto por su entorno familiar como por su educación.
La figura de la familia es, precisamente, uno de los temas recurrentes en la obra de Pombo, y aunque no se puede decir que su escritura sea confesional, su mirada sobre las relaciones familiares tiene un peso significativo. La relación entre padres e hijos, los conflictos generacionales y el paso del tiempo son constantes en su narrativa. Este interés puede estar influido por la experiencia de crecer en una familia tradicionalmente estructurada, con un fuerte sentido de honor y de responsabilidad, características que Pombo reflexionaría de manera crítica a lo largo de su carrera.
«La guasa Pombo es un producto de tercera generación», afirmaba en una entrevista. «Ser un Pombo será siempre muy divertido».
En su juego entre la realidad y la escritura, apuntaba, «escribir tiene un aspecto de invocación de la realidad. Escribimos para que esta no se nos deshaga y porque nos vemos deformados en los espejos de nuestra propia conciencia». El origen de su inquietud literaria, la profesional, porque la personal empezó cuando apenas era un niño que estudiaba en los Escolapios de Santander, se remonta a los años 60. En la década de 1980 fue cuando su carrera despega definitivamente.
En sus novelas, Pombo explora la soledad y la condición humana, a menudo con una visión crítica y distanciada de la sociedad española. Tan distanciada como él mismo del ruido mediático, refugiado en lo alto de su ático, rodeado de libros y apuntes.
En su biblioteca es posible encontrar obras de Platón, San Agustín, Bernardo de Claraval, San Juan de la Cruz, Shakespeare, Heidegger, Lorca, Ortega, Zubiri, Beauvoir, Levinas, autores fundamentales para el escritor cántabro.
Es miembro de la Real Academia de la Lengua desde 2004, ocupando el sillón «j», donde leyó su discurso de ingreso titulado 'Verosimilitud y verdad'. «La RAE exalta mi sentido del humor, lo amaina y lo exalta a la vez. Y ¿qué aporto yo en particular? Pues poca cosa. Creo que, sobre todo, sentido del humor y un cierto sentido de entusiasmo colectivo por el mundo de las letras». Pombo, sin ese entusiasmo por la literatura, no sería. Pombo es ya Cervantes.
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